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CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE JAPÓN

con ocasión de la visita pastoral del cardenal Fernando Filoni,
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos

 

Queridos hermanos en el episcopado:

La visita pastoral del prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos me ofrece la oportunidad de haceros llegar mi cordial saludo, recuerdo de nuestro encuentro con ocasión de vuestra visita ad limina en marzo de 2015.

Deseo confiaros que, cuando pienso en la Iglesia en Japón, mi pensamiento corre hasta el testimonio de muchos mártires que han ofrecido la propia vida por la fe. Desde siempre ellos tienen un lugar especial en mi corazón: pienso en san Pablo Miki y sus compañeros, que en 1597 fueron inmolados, fieles a Cristo y a su Iglesia; pienso en los innumerables confesores de la fe, el beato Justus Takayama Ukon, que en el mismo periodo prefirió la pobreza y el camino del exilio en vez de renegar el nombre de Jesús. Y qué decir de los llamados “cristianos escondidos”, que desde 1600 hasta la mitad del 1800 vivieron en clandestinidad para no renegar, y preservar la propia fe y de quienes recientemente hemos recordado el 150º aniversario del descubrimiento. La larga fila de los mártires y de los confesores de la fe, por nacionalidad, lengua, clase social y edad, tuvo en común un profundo amor al Hijo de Dios, renunciando o al propio estado civil o a otros aspectos de la propia condición social, todo «para ganar a Cristo» (Fil 3,8).

Recuerdo de tanto patrimonio espiritual, quiero dirigirme a vosotros, hermanos que lo habéis heredado y que con delicada solicitud continuáis la tarea de la evangelización, especialmente cuidando de los más débiles y favoreciendo la integración en las comunidades de fieles de varias procedencias. Deseo daros las gracias por esto, así como por el compromiso en la promoción cultural, en el diálogo interreligioso y en el cuidado de la creación. Deseo, en particular, reflexionar con vosotros sobre el compromiso misionero de la Iglesia en Japón. «Si la Iglesia nació católica (es decir universal), quiere decir que nació «en salida», que nació misionera» (Audiencia General del 17.9.2014). De hecho, «el amor de Cristo nos apremia» (2 Corintios 5,14) a ofrecer la vida por el Evangelio. Tal dinamismo muere si perdemos el entusiasmo misionero. Por esto «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 10).

Me detengo en el discurso de la montaña, en el que Jesús dice: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5,13-14). La sal y la luz son en función de un servicio. La Iglesia en cuanto sal tiene la tarea de preservar de la corrupción y dar sabor; en cuanto luz impide a las tinieblas prevalecer, asegurando una clara visión sobre la realidad y con el fin de la existencia. Estas palabras son también un fuerte reclamo a la fidelidad y a la autenticidad: es necesario, es decir, que la sal dé realmente sabor y la luz venza las tinieblas. El Reino de los Cielos – como habla Jesús – se presenta inicialmente con la pobreza de un poco de levadura o de una pequeña semilla; esta simbología reproduce bien la actual situación de la Iglesia en el contexto del mundo japonés. A ella Jesús ha confiado una gran misión espiritual y moral. Sé bien que existen no pequeñas dificultas a causa de la falta de clero, de religiosos, de religiosas y de una limitada participación de los fieles laicos. Pero la escasez de trabajadores no puede reducir el compromiso de la evangelización, es más, es ocasión que estimula a buscarles incesantemente, como hace el patrón de la viña que sale a todas las horas para buscar nuevos trabajadores para su viña (cf. Mateo 20,1-7).

Queridos hermanos, los desafíos que la realidad actual nos pone delante no pueden resignarnos y tampoco remitir a un diálogo irénico y paralizante, aunque si en algunas situaciones problemáticas despiertan no pocas preocupaciones; me refiere, por ejemplo, a la alta tasa de divorcios, a los suicidios también entre los jóvenes, a personas que eligen vivir totalmente desenganchadas de la vida social (hikikomori), al formalismo religioso y espiritual, al relativismo moral, a la indiferencia religiosa, a la obsesión por el trabajo y la ganancia. También es verdad que una sociedad que corre en el desarrollo económico crea también entre vosotros pobres, marginados, excluidos; pienso no solo en aquellos que lo son materialmente, si no también los que lo son espiritual y moralmente.

En este contexto tan peculiar, se plantea con urgencia la necesidad de que la Iglesia de Japón renueve constantemente la elección por la misión de Jesús y se sal y luz. La genuina fuerza evangelizadora de vuestra Iglesia, que le proviene también de haber sido Iglesia de mártires y confesores de la fe, es un bien grande para custodiar y desarrollar.

Al respecto, quisiera subrayar la necesidad de una formación sacerdotal y religiosa sólida e integral, una tarea particularmente urgente hoy, sobre todo a causa del propagarse de la «cultura de lo provisional» (Encuentro con seminaristas, novicios y novicias, 6.7.2013). Una mentalidad similar lleva sobre todo a los jóvenes a pensar que no es posible amar verdaderamente, que no existe nada estable y que sobre todo, incluido el amor, sea relativo a las circunstancias y a las exigencias del sentimiento. Un paso más importante en la formación sacerdotal y religiosa es, por lo tanto, ayudar a aquellos que inician tal recorrido a comprender y experimentar en profundad las características del amor enseñado por Jesús, que es gratuito, conlleva el sacrificio en sí, es perdón misericordioso. Esta experiencia hace capaces de ir contra-corriente y fiarse del Señor, que no decepciona. Es el testimonio del que la sociedad japonesa tiene tanta sed.

Una palabra también deseo dirigir sobre los movimientos eclesiales aprobados por la Sede Apostólica. Con su impulso evangelizador y de testimonio, pueden ser de ayuda en el servicio pastoral y en la missio ad gentes. En los últimos decenios, de hecho, el Espíritu Santo ha suscitado y suscita en la Iglesia hombres y mujeres que pretenden, con su participación, vivificar el mundo en el que trabajan, y no por casualidad, involucrando sacerdotes y religiosas, también ellos miembros de ese Pueblo que Dios llama a vivir plenamente la propia misionaridad. Tales realidades contribuyen a la obra de evangelización; como obispos estamos llamados a conocer y acompañar los carismas de los que son portadores y a hacerlos partícipes de nuestra obra en el contexto de la integración pastoral.

Queridos hermanos en el episcopado, confío a cada uno de vosotros a la intercesión de la Beata Virgen María y os aseguro mi cercanía y oración. El Señor mande trabajadores en su Iglesia en Japón y os sostenga con su consolación. Gracias por vuestro servicio eclesial. Extiendo sobre vosotros, sobre la Iglesia en Japón y sobre el noble pueblo mi bendición apostólica, mientras que os pido que no os olvidéis de mí en vuestras oraciones.

Vaticano, 14 septiembre 2017
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Francisco

 



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