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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA 48 SEMANA SOCIAL DE LOS CATÓLICOS ITALIANOS
EL TRABAJO QUE QUEREMOS. LIBRE, CREATIVO, PARTICIPATIVO Y SOLIDARIO

[Cagliari, 26-29 de octubre de 2017]

 

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo cordialmente a todos vosotros que participáis en la 48ª Semana Social de los católicos italianos, convocada en Cagliari. Saludo fraternalmente al cardenal Gualtiero Bassetti, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, a los obispos presentes, al arzobispo Filippo Santoro, a los miembros del Comité Científico y Organizador, a los delegados de las diócesis italianas, a los representantes de movimientos y asociaciones relacionados con el trabajo y a todos los invitados.

Os reunís bajo la protección y con el ejemplo del beato Giuseppe Toniolo, que en 1907 promovió las Semanas Sociales en Italia. Vivió su testimonio de laico en todas las dimensiones de la vida: espiritual, familiar, profesional, social y política. Para inspirar vuestros trabajos, os propongo una enseñanza suya. «Nosotros, los creyentes —escribía— sentimos, en el fondo del alma [...] que el que salve definitivamente la sociedad actual no será un diplomático, un erudito, un héroe, sino un santo, más bien una sociedad de santos» (Del ensayo Indirizzi e concetti sociali). Haced vuestra esta «memoria de la fundación»: Nos santificamos trabajando para los demás, prolongando así en la historia el acto creador de Dios. En las Escrituras encontramos muchos personajes definidos por su trabajo: el sembrador, el segador, los viñadores, los administradores, los pescadores, los pastores, los carpinteros, como san José. De la Palabra de Dios emerge un mundo en el que se trabaja. El Verbo mismo de Dios, Jesús, no se encarnó en un emperador o en un rey, sino que «se despojó a sí mismo, asumiendo la condición de siervo» (Filipenses 2, 7) para compartir nuestra historia humana, incluyendo los sacrificios que el trabajo requiere, hasta el punto de ser conocido como carpintero o hijo de un carpintero (cf. Marcos 6, 3; Mateo 13, 55). Pero hay más. El Señor llama mientras se trabaja, como fue el caso de los pescadores a los que invita a ser pescadores de hombres (Marcos 1, 16-18; Mateo 4, 18-20). También los talentos recibidos podemos leerlos como dones y habilidades para dedicarlos al mundo laboral para construir comunidades, comunidades solidarias y para ayudar a quien no puede. El tema de esta Semana Social es «El trabajo que queremos: libre, creativo, participativo y solidario». Así quise definir el trabajo humano en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (n. 192). Gracias por elegir el tema del trabajo. «Sin trabajo no hay dignidad»: lo repito a menudo, me acuerdo precisamente en Cagliari en 2013, y en mayo pasado en Génova. Pero no todos los trabajos son «trabajos dignos». Hay trabajos que humillan la dignidad de las personas, los que alimentan las guerras con la construcción de armas, los que rebajan el valor del cuerpo con el tráfico de la prostitución y la explotación de los menores. También ofenden la dignidad del trabajador, el trabajo en negro, el gestionado por la contratación ilegal, los trabajos que discriminan a las mujeres y no incluyen a aquellos que tienen una discapacidad. Asimismo el trabajo precario es una herida abierta para muchos trabajadores, que viven con el temor de perder sus trabajos. He escuchado esta angustia muchas veces: la angustia de perder el propio trabajo; la angustia de la persona que tiene un trabajo de septiembre a junio y no sabe si lo tendrá el próximo septiembre. La precariedad total. Esto es inmoral. Esto mata: mata la dignidad, mata la salud, mata a la familia, mata a la sociedad. El trabajo negro y el trabajo precario matan. A esto hay que añadir la preocupación por los trabajos peligrosos e insalubres que cada año causan cientos de muertes e inválidos en Italia. La dignidad del trabajo es una condición para crear buen trabajo: por lo tanto, es necesario defenderla y promoverla. Con la encíclica Rerum Novarum (1891) del Papa León XIII, nacía la Doctrina Social de la Iglesia para defender a los trabajadores de la explotación, para combatir el trabajo infantil, las jornadas de trabajo de 12 horas, las condiciones higiénicas insuficientes de las fábricas. Pienso también en los parados que buscan trabajo y no lo encuentran, en los desanimados que ya no tienen fuerzas para buscarlo, en los subempleados, que trabajan sólo unas pocas horas al mes sin llegar a superar el umbral de la pobreza. A ellos les digo: No perdáis la confianza. Se lo digo también a los que viven en las áreas del sur de Italia con más dificultades. La Iglesia trabaja por una economía al servicio de la persona, que reduce las desigualdades y tiene como fin el trabajo para todos.

La crisis económica mundial comenzó como una crisis financiera y luego se convirtió en una crisis económica y laboral. La crisis laboral es una crisis ambiental y social al mismo tiempo (véase Enc. Laudato si’ 13). El sistema económico está dirigido al consumo, sin preocuparse por la dignidad del trabajo y la protección del medio ambiente. Pero esto es algo así como ir en bicicleta con las ruedas desinfladas: ¡es peligroso! La dignidad y la protección se mortifican cuando se considera al trabajador como una línea del presupuesto, cuando se ignora el grito de los descartados. No escapan de esta lógica las administraciones públicas, cuando firman contratos con el criterio del descuento más grande sin tener en cuenta la dignidad del trabajo ni la responsabilidad ambiental y fiscal de las empresas. Creyendo lograr ahorro y eficiencia, terminan traicionando su propia misión social al servicio de la comunidad.

Entre tantas dificultades no faltan, sin embargo, signos de esperanza. Las muchas buenas prácticas que habéis recopilado son como el bosque que crece sin ruido, y nos enseñan dos virtudes: servir a las personas que lo necesitan y formar comunidades donde la comunión prevalezca sobre la competición. Competición: esta es la enfermedad de la meritocracia... Es hermoso ver que la innovación social también surge del encuentro y de las relaciones, y que no todos los bienes son mercancías: por ejemplo, la confianza, la autoestima, la amistad, el amor.

Que nada se anteponga al bien de la persona y al cuidado de la casa común, a menudo desfigurada por un modelo de desarrollo que ha producido una deuda ecológica grave. La innovación tecnológica debe estar guiada por la conciencia y los principios de subsidiariedad y solidaridad. El robot debe seguir siendo un medio y no convertirse en el ídolo de una economía en las manos de los poderosos; tendrá que estar al servicio de la persona y de sus necesidades humanas.

El Evangelio nos enseña que el Señor es también justo con los trabajadores de la última hora, sin perjuicio de lo que es «lo justo» para los trabajadores de la primera hora (cf. Mateo 20, 1-16). La diferencia entre el primer y el último trabajador no merma la remuneración que todos necesitan para vivir. Este es el «principio de bondad» gracias al cual, también hoy en día, se consigue que no le falta nada a nadie y que fertilicen los procesos de trabajo, la vida de las empresas, las comunidades de trabajadores. La tarea del empresario es entregar los talentos a sus colaboradores, llamados a su vez, a no enterrar lo que han recibido, sino a sacarle partido al servicio de los demás. ¡En el mundo del trabajo, la comunión debe ganar a la competición! Quiero desearos que seáis una «levadura social» para la sociedad italiana y que viváis una fuerte experiencia sinodal. Veo con interés que vais a tocar problemas muy importantes, tales como la superación de la distancia entre sistema escolar y mundo del trabajo, la cuestión del trabajo femenino, el llamado trabajo de cuidados, el trabajo de las personas con discapacidad y el trabajo de los migrantes, que serán acogidos realmente cuando puedan integrarse en actividades laborales. Ojalá vuestras reflexiones y debates se traduzcan en hechos y en un compromiso renovado al servicio de la sociedad italiana.

Aseguro a la gran asamblea de la Semana Social de Cagliari mi recuerdo en la oración y, mientras os pido que recéis por mí y por mi servicio a Iglesia, os envío de todo corazón la bendición apostólica.

 



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