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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE TANZANIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 7 de abril de 2014

 

Queridos hermanos obispos:

Os doy una cordial bienvenida fraterna con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que es una oportunidad para fortalecer los vínculos de comunión entre la Iglesia en Tanzania y la Sede de Pedro. Agradezco al arzobispo Ngalalekumtwa las amables palabras que ha pronunciado en vuestro nombre, así como en el de los sacerdotes, religiosos y religiosas y todos los fieles laicos en vuestro país. Os pido que les aseguréis mis oraciones y mi cercanía espiritual.

La Iglesia en Tanzania ha sido bendecida con muchos dones, por los que todos debemos dar gracias a Dios. Pienso, en primer lugar, en la impresionante historia de la obra misionera en toda la región. Llegando con el deseo de hacer conocer y amar «el Nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2, 9), esos evangelizadores, llenos de Espíritu, pusieron sólidos fundamentos para la Iglesia, que inspiraron a las generaciones sucesivas en sus esfuerzos por proclamar el Evangelio y edificar el Cuerpo de Cristo. También hoy, el trabajo misionero debe ser «el paradigma de toda obra de la Iglesia» (Evangelii gaudium, 15). Construyendo con el celo y los sacrificios de los primeros evangelizadores, debéis seguir manteniendo y alimentando este imperativo misionero, para que el Evangelio impregne cada vez más toda obra de apostolado e ilumine todos los ámbitos de la sociedad tanzana. De este modo, se escribirá un capítulo nuevo y dinámico en la gran historia misionera y evangélica de vuestro país.

La obra de evangelización en Tanzania, pues, no es sólo un importante acontecimiento del pasado; no, tiene lugar cada día con el trabajo pastoral de la Iglesia en las parroquias, en la liturgia, en la recepción de los sacramentos, en el apostolado educativo, en las iniciativas sanitarias, en la catequesis y en la vida de los cristianos comunes. Se lleva a cabo cada vez que los fieles creyentes mueven la mente y el corazón de quienes, sea cual fuese la razón, son débiles en vivir la gracia del Evangelio. Se realiza, sobre todo —a través de las palabras y la integridad de vida—, proclamando a Jesucristo crucificado y resucitado a cuantos no conocen la alegría que deriva de amarlo y de entregarle la propia vida. Este es el gran desafío que el pueblo de Dios en Tanzania debe afrontar hoy: dar un testimonio convincente de la amorosa redención de la humanidad por parte de Jesucristo, experimentada y celebrada por la comunidad de los creyentes en la Iglesia.

Pienso aquí, de modo particular, en el testimonio del discipulado misionero (cf.Evangelii gaudium, 119-120) dado por los agentes del apostolado sanitario de la Iglesia, no en último lugar, cuidando a cuantos están enfermos de hiv/sida, y por todos los que solícitamente tratan de educar a las personas en el ámbito de la responsabilidad sexual y de la castidad. Pienso también en todos los que se dedican al desarrollo integral de los pobres, y en particular de las mujeres y de los niños necesitados. Que el Espíritu Santo, que dio fuerza, sabiduría y santidad a los primeros misioneros en Tanzania, siga inspirando a toda la Iglesia local en su testimonio de vida.

Dada la gran importancia del ministerio de enseñar, santificar y gobernar la grey de Cristo, es siempre grande la necesidad de sacerdotes santos, bien formados y celosos. Me uno a vosotros al expresar mi gratitud y aliento por el ministerio de vuestros sacerdotes. Los sacrificios que realizan, que a menudo sólo Dios conoce, son fuente de mucha gracia y santidad. Es vuestra urgente responsabilidad, como sus padres y hermanos en Cristo, asegurar que los sacerdotes reciban una adecuada formación humana, espiritual, intelectual y pastoral no sólo en el seminario, sino también durante toda su vida (cf. Pastores dabo vobis, 43-59). Esto les permitirá dedicarse de modo más pleno al ministerio sacerdotal, con fidelidad a las promesas hechas en la ordenación. Esta formación debe ser permanente; sólo a través de la conversión diaria y el crecimiento en la caridad pastoral madurarán como agentes eficientes de renovación espiritual y de unidad cristiana en sus parroquias y, como Jesús, reunirán a gente «de todo… pueblo y lengua» (Ap 7, 9) para alabar y glorificar a Dios Padre. Como hombres de profunda sabiduría y líderes espirituales auténticos, los sacerdotes serán una fuente de inspiración para su grey y atraerán a muchos jóvenes para que respondan con generosidad a la llamada del Señor a servir a su pueblo en el sacerdocio.

El papel indispensable de los fieles laicos en la evangelización permanente en vuestro país ha sido evidente con claridad por dos acontecimientos eclesiales recientes: el Congreso eucarístico nacional de 2012 y el seminario tenido en proximidad del Año de la fe. Aprecio vuestros esfuerzos por promover semejantes acontecimientos, que contribuyen mucho a fortalecer la fe del pueblo de Dios en Tanzania. Un ejercicio del apostolado laico particularmente extraordinario es el de los catequistas y las catequistas en vuestro país, que se dedican a transmitir el Evangelio y la plenitud de la vida cristiana. En vuestro servicio a la Iglesia local, esforzaos por dar a los catequistas una comprensión completa de la doctrina de la Iglesia. No sólo les servirá para afrontar los desafíos de la superstición, de las sectas agresivas y del secularismo, sino también, más importante aún, para compartir la belleza y la riqueza de la fe católica con los demás, especialmente con los jóvenes. Por tanto, con fidelidad a la misión recibida en el bautismo, cada miembro de la Iglesia podrá renovar la Iglesia y la sociedad como levadura desde su interior. Como discípulos laicos bien formados, sabrán cómo «impregnar de valor moral la cultura y las realizaciones humanas» (Lumen gentium, 36), algo en verdad necesario en nuestro días.

Queridos hermanos, la obra de evangelización inicia en las casas. El don que constituyen las familias íntegras se percibe con particular vitalidad en África. Además, el amor de la Iglesia por la familia y su solicitud pastoral por ella están en el centro de la nueva evangelización. Como sabéis, para final de este año he convocado un Sínodo dedicado a la familia, cuyo cuidado pastoral fue una preocupación central de la ii Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos de 2009. Ojalá que nuestro encuentro de hoy sea un incentivo para examinar vuestra respuesta común a la llamada del Sínodo a un apostolado de la familia más enérgico, a través de una asistencia espiritual y material sin componendas y generosa (cf. Africae munus, 43). Promoviendo la oración, la fidelidad conyugal, la monogamia, la pureza y el humilde servicio recíproco en las familias, la Iglesia sigue dando una contribución inestimable al bienestar social de Tanzania, que, unido a sus apostolados educativo y sanitario, ciertamente favorecerá una estabilidad y un progreso mayores en vuestro país. No hay mejor servicio que la Iglesia pueda prestar que el testimonio de nuestra convicción de la santidad del don de Dios de la vida y del papel fundamental desempeñado por las familias espirituales y estables en la preparación de las generaciones más jóvenes, para que vivan una vida virtuosa y afronten los desafíos del futuro con sabiduría, valentía y generosidad.

Es particularmente alentador para mí saber que Tanzania está comprometida en garantizar a los fieles de las diferentes religiones la libertad de practicar la propia fe. La protección y promoción constante de este derecho humano fundamental fortalece a la sociedad, ayudando a los creyentes a promover, con fidelidad a lo que les impone su conciencia y en el respeto de la dignidad y de los derechos de todos, la unidad social, la paz y el bien común. Agradezco vuestros esfuerzos constantes por promover el perdón, la paz y el diálogo mientras guiáis a vuestro pueblo en situaciones difíciles de intolerancia y, a veces, de violencia y persecución. Vuestra guía orante y unida —que ya está dando frutos mientras afrontáis juntos dichos desafíos— seguirá indicando el camino a cuantos están encomendados a vuestro cuidado pastoral y, más en general, a la sociedad. También os exhorto a trabajar con el Gobierno y con las instituciones civiles en este ámbito, para garantizar relaciones sociales justas y pacíficas. Ruego para que vuestro ejemplo, y el de toda la Iglesia en vuestro país, siga inspirando a todas las personas de buena voluntad que anhelan la paz.

Con estas reflexiones, queridos hermanos obispos, os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y con gran afecto os imparto mi bendición apostólica, que extiendo de buen grado a todos los amados sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los fieles laicos de vuestro país.



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