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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA ASAMBLEA ECUMÉNICA DE OBISPOS
AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES

Sala del Consistorio
Viernes 7 de noviembre de 2014
 

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Queridos hermanos y hermanas:

De corazón os doy mi bienvenida, con ocasión de vuestra asamblea ecuménica que tiene por tema: «La Eucaristía, misterio de comunión». Este encuentro anual, al que acudís no sólo de diversos países sino también de diversas Iglesias y Comunidades eclesiales, es una expresión, un fruto de lo que produce el amor a la Palabra de Dios y la voluntad de conformar la existencia al Evangelio: estas actitudes suscitadas y acompañadas por la gracia del Espíritu Santo hacen brotar numerosas iniciativas, hacen florecer sólidas amistades y momentos fuertes de fraternidad y comunión. Os animo a tomar en consideración esta rica experiencia y a proseguir con valentía, siempre atentos a los signos de los tiempos y pidiendo al Señor el don de la escucha recíproca y la docilidad a su voluntad.

Quiero destacar, en particular, un aspecto que ha sido mencionado por los tres hermanos que acaban de hacer uso de la palabra, y a quienes cordialmente doy las gracias. Me refiero a la aguda conciencia del valor, en nuestro mundo atormentado, de un claro testimonio de unidad entre los cristianos y de una muestra explícita de estima, de respeto y, más precisamente, de fraternidad entre nosotros. Esta fraternidad es un signo luminoso y atrayente de nuestra fe en Cristo resucitado.

En efecto, si como cristianos tratamos de responder de modo incisivo a las numerosas problemáticas y a los dramas de nuestro tiempo, es preciso hablar y actuar como hermanos, y de tal modo que todos puedan reconocerlo fácilmente. También este es un modo —tal vez para nosotros el primero— de responder a la globalización de la indiferencia con una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que entre los bautizados deberá resplandecer de modo aún más nítido.

El hecho de que en diferentes países falte la libertad de manifestar públicamente la religión y vivir abiertamente según las exigencias de la ética cristiana; las persecuciones de los cristianos y otras minorías; el triste fenómeno del terrorismo; el drama de los refugiados causado por guerras y otras razones; los desafíos del fundamentalismo y, por otra parte, del secularismo exasperado; todas estas realidades interpelan nuestra conciencia de cristianos y de pastores.

Dichos desafíos son un llamamiento a buscar con renovado compromiso, con constancia y paciencia los caminos que conducen a la unidad, «para que el mundo crea» (Jn 17, 21), y para que nosotros seamos los primeros en rebosar de confianza y valentía. Y entre estos caminos hay uno que es un camino real, y es precisamente la Eucaristía como misterio de comunión. Desde su primera carta a los Corintios —donde el tema de las divisiones es prioritario— el apóstol Pablo indica claramente la Cena del Señor como momento central de la vida de la comunidad, «momento de la verdad»: allí se verifica en grado superlativo el encuentro entre la gracia de Cristo y nuestra responsabilidad; allí, en la Eucaristía, sentimos claramente que la unidad es don y que, al mismo tiempo, es responsabilidad, responsabilidad grave (cf. 1 Cor 11, 17-33).

Queridos hermanos y hermanas: os deseo que vuestra asamblea dé frutos abundantes de crecimiento en la comunión y en el testimonio de la fraternidad. Que la Virgen Madre os sostenga en este compromiso y en todo vuestro ministerio. Os pido, por favor, que recéis por mí, y de corazón os invito a rezar juntos la oración del Señor, para que nos bendiga a todos. Cada uno la reza en su propia lengua.

Pater noster…

 


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