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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GABÓN
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 20 de abril de 2015

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Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra acogeros con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. En peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, venís a sacar de su martirio, fundado en la fidelidad a Cristo muerto y resucitado, nuevas energías para continuar cada vez con mayor ardor vuestra misión de pastores y para consolidar vuestros vínculos de comunión con la Sede apostólica, reforzando también la colegialidad entre vosotros y con los obispos de todo el mundo.

En su discurso en vuestro nombre, monseñor Mathieu Madega Lebouakehan, presidente de vuestra Conferencia episcopal, recordó algunos aspectos importantes de la vida de la Iglesia en Gabón. Le doy cordialmente las gracias, y también agradezco a cada uno de vosotros los sentimientos de devoción fiel al Sucesor de Pedro y el celo pastoral. En este año jubilar conmemorativo de diversos acontecimientos que han marcado la vida de la Iglesia en Gabón, en particular el 170º aniversario de su fundación, a través de vosotros deseo saludar y animar a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los demás agentes de pastoral que colaboran con vosotros, así como a todos los fieles laicos de vuestras diócesis, a quienes me uno en la oración y en la acción de gracias.

Queridos hermanos en el episcopado: Los valientes misioneros que anunciaron el Evangelio en vuestra tierra, en condiciones heroicas, así como los primeros cristianos gaboneses, que acogieron la buena nueva de la salvación con corazón generoso y la testimoniaron a menudo en medio de numerosas adversidades, son los pioneros de vuestra Iglesia local. Su recuerdo, su celo y su testimonio evangélicos no deben dejar de inspiraros en vuestra acción pastoral y constituir para toda la Iglesia en Gabón la fuente de un compromiso renovado para el anuncio del Evangelio como mensaje de paz, alegría y salvación, que libera al hombre de las fuerzas del mal para conducirlo al reino de Dios.

El desarrollo del ministerio que se os ha encomendado en cada una de vuestras diócesis exige que se viva una auténtica fraternidad en el seno de vuestra Conferencia episcopal: «Para que todos sean uno…, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). Esta exigencia de unidad y comunión nos la dejó Jesús mismo como herencia, como necesidad para que su Palabra se escuche y acoja y, por tanto, para el crecimiento de la Iglesia. La colaboración fraterna debe permitir responder de la mejor manera a las necesidades y a los desafíos de la Iglesia y velar con espíritu de colegialidad por el bien común de toda la sociedad. Desde esta perspectiva, habéis tomado recientemente la iniciativa de una jornada de oración por vuestro país. Así, la Iglesia testimonia que comparte las preocupaciones de todos los gaboneses y que el mensaje cristiano, lejos de apartar a los hombres de la construcción de un mundo cada vez más justo y fraterno, «al contrario, les impone como deber el hacerlo» (Gaudium et spes, 34). El Centre d’ètudes pour la doctrine sociale e le dialogue interreligieux, inaugurado en Libreville en 2011, también muestra vuestra preocupación por evangelizar las costumbres y las realidades sociopolíticas de vuestro país.

Queridos hermanos en el episcopado: La unidad del presbiterio en torno a su obispo es ejemplar para ofrecer a los fieles el sentido de la Iglesia como familia de Dios. Se debe traducir, en particular, en una real preocupación por inmunizarse contra el riesgo dañoso de las consideraciones tribales y étnicas discriminatorias que son la negación misma del Evangelio. Este espíritu de comunión se expresa de modo particular a través de la atención fraterna que dirigís a la vida y a la misión de vuestros sacerdotes, en un diálogo constante, pero sin dudar en sancionar las situaciones que lo exigen, con justicia y caridad. Quiero destacar aquí cuán importante es la vida de oración para el sacerdote, puesto que el camino sacerdotal se unifica en Cristo. Así, el sacerdote estará plenamente disponible para Cristo y sus hermanos, y se pondrá generosamente al servicio de la transmisión de la Palabra y de la celebración digna de los sacramentos. Una sólida formación permanente contribuirá a reavivar el dinamismo apostólico para encontrar a los hombres y mujeres en su cultura y su lenguaje. Por eso debe dirigirse una atención particular a la preparación de la homilía y la catequesis. «La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo» (Evangelii gaudium, 135).

Los candidatos al sacerdocio merecen, a su vez, un lugar de relieve en vuestro corazón de pastores: estos jóvenes que, con un entusiasmo a veces lleno de dudas, desean consagrar su vida al Señor en el sacerdocio, tienen necesidad de sentir por parte de sus obispos solicitud y aliento, sinónimos de un acompañamiento efectivo en el indispensable y complejo proceso de discernimiento de las vocaciones. Tal discernimiento y la formación de los seminaristas se deben radicar ante todo en el Evangelio, y luego en los verdaderos valores culturales de su país, en el sentido de la honestidad, la responsabilidad y la fidelidad a la palabra dada (cf. Ecclesia in Africa, 95).

Los religiosos y religiosas, que desde la fundación de la Iglesia en Gabón han mostrado un celo apostólico extraordinario al servicio del Evangelio, también tienen derecho a una atención privilegiada llena de afecto por vuestra parte. En este Año de la vida consagrada, os confirmo personalmente aquí la invitación que dirigí en tal sentido a todos mis hermanos en el episcopado: «Que este Año sea una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como un capital espiritual para el bien de todo el Cuerpo de Cristo (…) y no sólo de las familias religiosas» (Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la vida consagrada, 5). Esta acogida se manifiesta a través de un diálogo constructivo y una colaboración constante con ellos en todos los niveles, así como con una cercanía espiritual y la promoción de los diversos carismas en vuestras diócesis.

También os animo a seguir preocupándoos por despertar en los laicos el sentido de su vocación cristiana, exhortándolos a desarrollar sus carismas para ponerlos al servicio de la Iglesia y de la sociedad. La Iglesia es totalmente misionera por su misma naturaleza. Es necesario reconocer que una importante contribución a la vitalidad de vuestras Iglesias proviene del celo de tantos fieles laicos que se comprometen en diversos niveles en la vida de las comunidades. Así pues, cada comunidad cristiana, cada cristiano está llamado a tener la valentía de dirigirse a los hombres y mujeres que tienen necesidad de la luz del Evangelio en su ámbito de vida. Por eso, la formación humana y cristiana de los laicos es un instrumento importante para contribuir a la obra de evangelización y desarrollo de las personas, preocupándose además por estar siempre «en salida» hacia las periferias de la sociedad (cf. Evangelii gaudium, 20). También habrá que preocuparse por presentar a los jóvenes el verdadero rostro de Cristo, su amigo y guía, a fin de que encuentren en Él un sólido anclaje para resistir a las ideologías y las sectas, así como a las ilusiones de una falsa modernidad y al espejismo de las riquezas materiales.

Con este fin, hay que preservar el prestigio del que gozan las instituciones educativas católicas en vuestro país, gracias a una formación cada vez más inspirada por el espíritu del Evangelio. El Acuerdo entre la Santa Sede y la República gabonesa sobre el estatuto de la enseñanza católica, de 2001, ofrece a la Iglesia local un valioso apoyo en ese sentido, favoreciendo la promoción a todos los hombres y a todo el hombre (cf. Populorum progressio, 14), con una opción preferencial por los más pobres. Os animo, pues, a no dudar en en alzar la voz para defender a la persona humana, así como la sacralidad de su vida. En este período de preparación para el próximo Sínodo de los obispos sobre la familia, os invito a rezar y hacer rezar por su buen desarrollo, por un servicio mejor a todas las familias.

Queridos hermanos en el episcopado: Al final de este encuentro, quiero aseguraros mi oración, encomendándome una vez más a las vuestras y a las de vuestras comunidades diocesanas. Con mi afectuoso aliento, que extiendo en particular a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y a todos vuestros colaboradores, por intercesión de Nuestra Señora de Gabón, os imparto la bendición apostólica, implorando sobre vosotros y sobre toda la Iglesia en vuestro país abundantes gracias divinas.

 



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