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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN INTERNACIONAL ANGLICANO-CATÓLICA

Jueves 30 de abril de 2015

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Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Es para mí una alegría encontraros a vosotros, miembros de la Comisión internacional anglicano-católica. En estos días os habéis reunido para una nueva sesión de vuestro diálogo, que está actualmente estudiando la relación entre Iglesia universal e Iglesia local con especial referencia a los procesos de confrontación y decisión sobre las cuestiones morales y éticas. Os doy mi cordial bienvenida y os deseo un encuentro fructuoso.

Vuestro diálogo es fruto del histórico encuentro, que tuvo lugar en 1966, entre el Papa Pablo VI y el arzobispo Ramsey, que dio inicio a la primera Comisión internacional anglicano-católica. En esa ocasión, ambos rezaron confiadamente para que se realizara «un diálogo serio que, fundado en los Evangelios y en las antiguas tradiciones comunes», pudiera conducir a «la unidad en la verdad por la que Cristo oró» (Declaración común del Papa Pablo VI y el arzobispo de Canterbury dr. Michael Ramsey, Roma, 24 de marzo de 1966).

Aún no hemos llegado a este objetivo, pero estamos convencidos de que el Espíritu Santo continúa impulsándonos en esa dirección, a pesar de las dificultades y los nuevos desafíos. Vuestra presencia hoy es indicio de cuanto la tradición de fe y la historia compartida entre anglicanos y católicos pueda inspirar y sostener nuestros esfuerzos por superar los obstáculos que se interponen a la plena comunión. Conscientes de la importancia de los desafíos que nos esperan, confiamos con realismo que lograremos realizar juntos todavía muchos progresos.

En breve publicaréis cinco declaraciones comunes producidas hasta ahora en la segunda fase del diálogo anglicano-católico, acompañadas por sus relativas anotaciones y respuestas. Me complazco con vosotros por este trabajo. Ello nos recuerda que las relaciones ecuménicas y el diálogo no son elementos secundarios de la vida de las Iglesias. La causa de la unidad no es un compromiso opcional y las divergencias que nos dividen no deben ser aceptadas como inevitables. Algunos quisieran que, después de cincuenta años, hubieran resultados mayores en cuanto a la unidad. A pesar de las dificultades, no podemos dejarnos llevar por el desaliento, sino que debemos confiar aún más en el poder del Espíritu Santo, que puede sanarnos y reconciliarnos y realizar lo que humanamente parece imposible.

Existe un vínculo fuerte que ya nos une, más allá de toda división: es el testimonio de los cristianos, pertenecientes a Iglesias y tradiciones diversas, víctimas de persecuciones y violencias sólo por causa de la fe que profesan. Y no sólo ahora hay muchos, también pienso en los mártires de Uganda, mitad católicos y mitad anglicanos. La sangre de estos mártires alimentará una nueva era de compromiso ecuménico, una nueva apasionada voluntad de cumplir el testamento del Señor: que todos sean uno (cf. Jn 17, 21). El testimonio de estos hermanos y hermanas nuestros nos exhorta a ser aún más coherentes con el Evangelio y a esforzarnos por realizar, con determinación, lo que el Señor quiere para su Iglesia. Hoy el mundo tiene urgentemente necesidad del testimonio común y alegre de los cristianos, por la defensa de la vida y la dignidad humana en la promoción de la paz y la justicia. Invoquemos juntos los dones del Espíritu Santo, para ser capaces de responder con valor a los «signos de los tiempos», que llaman a todos los cristianos a la unidad y al testimonio común. Que el Espíritu Santo pueda inspirar abundantemente vuestro trabajo. Muchas gracias por vuestro servicio.

 



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