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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS ITALIANA DE ISERNIA-VENAFRO

Aula Pablo VI
Sábado 2 de mayo de 2015

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Queridos hermanos y hermanas:

¡Buenos días a todos! Desde el momento en que entré, vi vuestra alegría, vosotros sois alegres, ¡sois alegres! Ahora entiendo un poco por qué el Papa Celestino no se encontraba bien en Roma, volvió con vosotros... ¡Por vuestra alegría!

Gracias por esta gran peregrinación que habéis organizado tras la visita pastoral que realicé en vuestra diócesis el 5 de julio del año pasado. Una vez más quiero manifestar mi gratitud por vuestra acogida, y saludar con afecto a vuestro obispo, monseñor Camillo Cibotti. El año pasado comenzaba apenas su servicio como obispo en Isernia y ahora ha aprendido un poco. Saludo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos comprometidos en el servicio del Evangelio. Y dirijo un recuerdo deferente a las autoridades que quisieron estar aquí presentes.

El clima de fiesta de este encuentro nuestro no nos puede hacer olvidar, sin embargo, los numerosos y graves problemas que aún afligen a vuestra tierra, que ya mencioné durante la visita a la ciudad de Isernia, y que ahora el obispo mencionó. Pienso especialmente en el crónico problema de la desocupación, que afecta sobre todo a las jóvenes generaciones, que cada vez más emprenden el camino hacia otros países; pienso también en la falta de servicios adecuados a las necesidades reales de las personas —especialmente ancianos, enfermos y discapacitados— y de las familias. Ante este preocupante escenario, se hace necesaria una movilización general, que una los esfuerzos de la población, de las instituciones, de los privados y las diversas realidades civiles. No se pueden aplazar pasos concretos para favorecer la apertura de nuevos puestos de trabajo dando así, sobre todo a los jóvenes, la posibilidad de realizarse a sí mismos mediante una actividad laboral honesta. Hay que tratar de encontrar cosas para los jóvenes, puestos de trabajo, cosas pequeñas, porque, vosotros sabéis, el trabajo te da dignidad. Pensad, un joven que no encuentra trabajo, no siente esa dignidad y sufre. Os aliento a buscar, a rezar y buscar cosas pequeñas, cosas pequeñas sobre todo para los jóvenes.

Como recordaba hace poco el obispo, vuestra diócesis advierte fuertemente la necesidad de un nuevo impulso misionero, que sepa ir más allá de una realidad religiosa estática. El año jubilar celestiniano, que estáis viviendo, ofrece a vuestras comunidades la oportunidad de volver a Cristo, al Evangelio, de reconciliarse con Dios y con el prójimo. Es hermoso reconciliarse, tener el alma en paz: la familia en paz, el barrio en paz... Y esto es un trabajo que realizará la gracia de Dios, si vamos adelante con este compromiso.

Y, así, vuelve a nacer el deseo de llevar su amor a todos, sobre todo a las personas solas, marginadas, humilladas por el sufrimiento, la injusticia social; a muchos que, cansados de palabras humanas, experimentan una profunda nostalgia de Dios. Vuestro jubileo diocesano os prepara a vivir aún mejor el Año santo extraordinario de la misericordia, que convoqué hace poco. Que estos tiempos fuertes puedan suscitar un vigoroso lanzamiento misionero especialmente en las parroquias, donde la comunión eclesial encuentra su más inmediata y visible expresión. Cada comunidad parroquial está llamada a ser un lugar privilegiado de la escucha y el anuncio del Evangelio; casa de oración reunida entorno a la Eucaristía; auténtica escuela de la comunión, donde el ardor de la caridad prevalezca sobre la tentación de una religiosidad superficial y árida.

Cuando las dificultades parecen ofuscar las perspectivas de un futuro mejor, cuando se experimenta el fracaso y el vacío a nuestro alrededor, es el momento de la esperanza cristiana, fundada en el Señor resucitado y acompañado por un amplio esfuerzo caritativo hacia los más necesitados. He aquí entonces que vuestro camino diocesano, ya admirablemente orientado por este camino de la caridad, podrá implicar a más personas y más realidades sociales e institucionales, acercando a quien está sin casa y sin trabajo, así como a quienes están afligidos por antiguas y nuevas pobrezas, no sólo para proveer a sus necesidades urgentes, sino para construir junto con ellos una sociedad más hospitalaria, más respetuosa de las diversidades, más justa y solidaria.

«¡Cuán bello es afrontar las vicisitudes de la existencia en compañía de Jesús, tener con nosotros su Persona y su mensaje!». Con estas palabras, el año pasado invitaba a los jóvenes de Abruzzo y de Molise a seguir adelante con valentía, a vencer los desafíos del momento presente sosteniéndoos y ayudándoos unos a otros. A los jóvenes y a todos vosotros hoy repito: los problemas se superan con la solidaridad. Os aliento por ello a ser testimonios de solidaridad en vuestras ciudades y en vuestros países, en el trabajo, en la escuela, en familia, en los lugares de encuentro.

Que la Virgen María os haga dóciles a la Palabra del Señor, os transforme en apóstoles humildes, creíbles y eficaces del Evangelio y os sostenga en vuestros propósitos. Os encomiendo a todos a ella y a los santos que han embellecido el camino de fe de vuestro pueblo, en especial a los pequeños, los pobres y los enfermos. Apoyados por estos poderosos intercesores, mirad sin miedo y con esperanza vuestro futuro y el de vuestra tierra. Con estos deseos, a todos os imparto de corazón una especial bendición; y por favor, no os olvidéis de rezar por mí porque yo también lo necesito.

Oremos a la Virgen todos juntos. [Avemaría...]

Y ahora me gustaría escucharos cantar un poco.

 



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