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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA REUNIÓN
DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL RURAL CATÓLICA (ICRA)

Sala del Consistorio
Sábado 10 de diciembre de 2016

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Queridos hermanos y hermanas:

Es una alegría para mí este encuentro al final de vuestro congreso sobre los problemas del mundo rural y sobre todo sobre la realidad de quienes trabajan en la agricultura con un esfuerzo cotidiano. Un trabajo a veces muy agotador, pero realizado con la conciencia de hacer algo por los demás, cultivando con pasión la tierra para garantizar los frutos que ella puede dar, siguiendo los ciclos de las estaciones y afrontando las problemáticas debidas a los cambios climáticos, lamentablemente agravados por la negligencia humana.

Con la atención prestada al mundo rural, radicada en la visión de la enseñanza social de la Iglesia, vosotros representáis bien el imperativo de «labrar y cuidar el jardín del mundo» (Enc. Laudato si’, 67) al cual estamos llamados si queremos dar continuidad a la acción creadora de Dios y proteger la casa común.

Vivimos la paradoja de una agricultura que ya no es considerada sector primario de la economía, pero que mantiene una evidente relevancia en las políticas de desarrollo y en los desequilibrios de la seguridad alimentaria, así como en la vida de las comunidades rurales.

En algunas zonas geográficas, en efecto, el desarrollo agrícola sigue siendo la principal respuesta posible a la pobreza y a la escasez de alimento. Esto, sin embargo, significa poner remedio ante la falta de presencia institucional, la inicua adquisición de tierras cuya producción es sustraída a los legítimos beneficiarios, a los injustos métodos especulativos o a la falta de políticas específicas, nacionales e internacionales.

Mirando al mundo rural hoy, emerge el primado de la dimensión del mercado, que orienta acciones y decisiones. Los negocios, ante todo. Incluso a costa de sacrificar los ritmos de la vida agrícola, con sus momentos de trabajo y de tiempo libre, de descanso semanal y de atención a la familia. Para los que viven la realidad rural esto significa constatar que el desarrollo no es igual para todos, como si la vida de las comunidades de los campos tuviese un valor más bajo. La misma solidaridad, notablemente invocada como remedio, es insuficiente si no va acompañada por la justicia en la distribución de las tierras, en los salarios agrícolas o en el acceso al mercado. Para los pequeños campesinos la participación en las decisiones queda lejos, por la ausencia de las instituciones locales y la falta de reglas ciertas que reconozcan como valores la honestidad, el comportamiento correcto y, sobre todo, la lealtad.

¿Qué hacer? La historia del icra muestra que es posible conjugar ser cristianos con el obrar como cristianos en la realidad del mundo agrícola, donde el significado de la persona humana, la dimensión familiar y social, el sentido de la solidaridad son valores esenciales, también en las situaciones de mayor subdesarrollo y pobreza. Vuestra estructura mundial, las relaciones con las grandes organizaciones internacionales son el modo a través del cual es posible, para una ong de inspiración cristiana como la vuestra, reaccionar ante los desafíos y responder a las necesidades. Pero para esto se necesita un suplemento de humanidad, formado ante todo por opciones valientes y de competencia constantemente actualizada, para cooperar con las instituciones estatales e internacionales en la disposición de técnicas y en dar solución a los problemas, siempre en clave humanizadora. Un papel promotor, que ayude al mundo rural a no permanecer al margen de las decisiones políticas, de los planes normativos o de acción en los diversos sectores de la vida social y de la economía.

En vuestros proyectos de formación, vosotros sois justamente críticos sobre el modelo orientado al agribusiness, pero ponéis el acento más bien en las necesidades reales, según las condiciones de las personas y de los lugares. Esto permite que se eviten no sólo pérdidas y derroches en la producción, sino también el incauto recurso a técnicas que, en nombre de una abundante cosecha, pueden eliminar la variedad de las especies y la riqueza de la biodiversidad; y, además, no se conocen las consecuencias sobre la salud humana. Cuando vemos tantas llamadas «enfermedades raras» que no se sabe de dónde vienen, debemos pensar... Que no se dé la situación de ser «testigos mudos de gravísimas inequidades», como cuando «se pretende obtener importantes beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la degradación ambiental» (Enc. Laudato si’, 36).

Al contribuir con la obra de las instituciones internacionales, el papel de una ONG firmemente anclada en la doctrina social de la Iglesia es ante todo el de construir puentes, partiendo de un conocimiento profundo de las propias raíces, no limitándose a participar en los procesos, sino trabajado por un cambio de estrategias y de proyectos. Por ello es necesaria una competencia que sustituya la improvisación, incluso la que expresa una buena voluntad o un gran sentido de altruismo. Como miembros de la ICRA estáis llamados a proponer un estilo de vida sobrio y una cultura del trabajo agrícola que tiene sus fundamentos, así como sus objetivos, en la centralidad de la persona, en la disponibilidad al otro y en la gratuidad.

Me permito una anécdota personal: hace poco más de un mes tuve una reunión con un campesino. Me contaba cómo podaba los olivos.

Un campesino sencillo, que cultivaba olivas. Y cuando me contaba cómo lo hacía, os aseguro que ahí vi ternura; tenía esa relación con la naturaleza. Y podaba sus árboles como si fuese el papá, con ternura. ¡Que no se pierda esta relación con la naturaleza, con la creación! Esto asegura dignidad a todos nosotros.

Bendigo de corazón vuestro compromiso, y rezo al Señor con vosotros para que proteja a cada trabajador de la tierra, a las familias rurales y a cuantos trabajan en el mundo agrícola. Y os pido, por favor, que os acordéis de mí también en vuestras oraciones, porque lo necesito. Gracias.

 



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