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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS EMBAJADORES DE SEYCHELLES, TAILANDIA, ESTONIA, MALAWI, ZAMBIA Y NAMIBIA
DURANTE LA PRESENTACIÓN DE LAS CARTAS CREDENCIALES

Sala Clementina
Jueves 19 de mayo de 2016

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Excelencias:

Me complace recibirlos con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países ante la Santa Sede: Estonia, Malawi, Namibia, Seychelles, Tailandia y Zambia. Os doy las gracias por los saludos que me habéis presentado de parte de vuestros respectivos jefes de Estado y, a cambio, os pido que les aseguréis mis oraciones y mis mejores deseos. Pido a Dios que conceda paz y prosperidad a todos vuestros compatriotas.

Vuestra presencia hoy aquí es una fuerte llamada al hecho que, no obstante nuestras nacionalidades, culturas y confesiones religiosas puedan ser distintas, estamos unidos por la humanidad común y por la misión que compartimos de ocuparnos de la sociedad y de la creación. Este servicio ha asumido una particular urgencia, desde el momento que muchas personas en el mundo están sufriendo conflictos y guerras, migraciones y traslados forzados, e incertezas causadas por las dificultades económicas. Estos problemas requieren no sólo que reflexionemos y discutamos sobre ellos, sino que expresemos también signos concretos de solidaridad con nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en grave necesidad.

Para que este servicio de solidaridad sea eficaz, nuestros esfuerzos deben estar orientados a buscar la paz, en la cual todo derecho natural individual y todo desarrollo humano integral pueda ser ejercido y garantizado. Esa tarea pide que trabajemos juntos de modo eficaz y coordinado, alentando a los miembros de nuestras comunidades a convertirse ellos mismos en artífices de paz, promotores de justicia social y defensores del auténtico respeto por nuestra casa común. Esto se hace siempre más difícil, porque nuestro mundo se presenta cada vez más fragmentado y polarizado. Muchas personas tienden a aislarse ante la dureza de la realidad. Tienen miedo del terrorismo y que la creciente afluencia de inmigrantes cambie radicalmente su cultura, su estabilidad económica y su estilo de vida. Estos son temores que comprendemos y que no podemos descuidar con superficialidad; sin embargo se deben afrontar con sabiduría y compasión, de modo que los derechos y las necesidades de todos se respeten y se apoyen.

Para quienes se ven afligidos por la tragedia de la violencia y de las migraciones forzadas, debemos ser decididos en hacer conocer al mundo su condición crítica, de modo que, a través de nuestra voz, pueda ser escuchada su voz, demasiado débil e incapaz de hacer percibir su grito. La vía de la diplomacia nos ayuda a amplificar y transmitir este grito a través de la búsqueda de soluciones a las múltiples causas que están en la base de los actuales conflictos. Esto se realiza especialmente en los esfuerzos para privar de armas a quienes usan la violencia, así como de poner fin a la plaga del tráfico humano y del comercio de droga que a menudo acompaña este mal.

Mientras que nuestras iniciativas en nombre de la paz deberían ayudar a las poblaciones a permanecer en su patria, el momento presente nos llamar a asistir a los inmigrantes y a quienes se hacen cargo de ellos. No debemos permitir que malos entendidos y miedos debiliten nuestra determinación. Más bien, estamos llamados a construir una cultura del diálogo «que nos permita reconocer al otro como un interlocutor válido; que nos permita mirar al extranjero, al emigrante, al que pertenece a otra cultura como sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado» (Discurso con ocasión de la entrega del Premio Carlomagno, 6 de mayo de 2016). De este modo promoveremos una integración que respete la identidad de los inmigrantes y preserve la cultura de la comunidad que los acoge, y que al mismo tiempo enriquezca a ambos. Esto es esencial. Si incomprensión y miedo prevalecen, algo de nosotros mismos está dañado, nuestras culturas, la historia y las tradiciones se debilitan, y la paz misma se ve comprometida. Cuando por otra parte favorecemos el diálogo y la solidaridad, a nivel tanto individual como colectivo, es entonces que experimentamos lo mejor de la humanidad y aseguramos una paz duradera para todos, según el designio del Creador.

Queridos embajadores, antes de concluir estas reflexiones, quisiera expresar, a través de vosotros, mi fraterno saludo a los pastores y a los fieles de las comunidades católicas presentes en vuestras naciones. Los aliento a ser siempre mensajeros de esperanza y de paz. Pienso en particular en aquellos cristianos y en aquellas comunidades que son numéricamente minoritarios y sufren persecución por su fe; a ellos renuevo mi apoyo en la oración y mi solidaridad. Por su parte, la Santa Sede se ve honrada al poder reforzar con cada uno de vosotros y con las Naciones que vosotros representáis un abierto y respetuoso diálogo y una colaboración constructiva. En esta perspectiva, desde el momento en que vuestra misión está oficialmente inaugurada, os expreso mis mejores deseos, asegurando el constante apoyo de las diversas oficinas de la Curia romana en la realización de vuestras tareas. Sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestros colaboradores invoco abundantes bendiciones de Dios.



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