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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN ITALIANA DE PADRES DE FAMILIA

Aula Pablo VI
Viernes, 7 de septiembre de 2018

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Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Me complace dar la bienvenida a todos vosotros, representantes de la AGE, la Asociación de Padres Italianos, que este año celebra su 50 aniversario. ¡Un buen resultado! Es una oportunidad preciosa para confirmar las motivaciones de vuestro compromiso con la familia y la educación: un compromiso conforme con los principios de la ética cristiana, para que la familia sea un sujeto cada vez más reconocido y protagonista en la vida social.

Muchas de vuestras energías están dedicadas a apoyar y sostener a los padres en su tarea educativa, especialmente en referencia a la escuela, que ha sido siempre la aliada principal de la familia en la educación de los hijos. Lo que hacéis en este campo es realmente meritorio. En efecto, cuando hoy se habla de una alianza educativa entre la escuela y la familia, se hace sobre todo para denunciar su decadencia: el pacto educativo está en decadencia. La familia ya no aprecia, como hace tiempo, el trabajo de los maestros –a menudo pagados mal– y éstos sienten como una intromisión molesta la presencia de los padres en las escuelas, terminando por dejarlos al margen o por considerarlos adversarios.

Para cambiar esta situación, es necesario que alguien dé el primer paso, superando el miedo del otro y tendiendo la mano con generosidad. Por eso, os invito a cultivar y alimentar siempre la confianza en la escuela y los profesores: sin ellos corréis el riesgo de quedaros solos en vuestra actividad educativa y de ser cada vez menos capaces de enfrentar los nuevos desafíos educativos que provienen de la cultura contemporánea, de la sociedad, de los medios de comunicación, de las nuevas tecnologías. Los maestros están comprometidos, día tras día, como vosotros en el servicio educativo de vuestros hijos. Si es justo quejarse de los posibles límites de su acción, es nuestro deber estimarlos como los aliados más preciados en la empresa educativa que juntos realizáis. Me permito contaros una anécdota. Tenía diez años, y le dije algo feo a la maestra. La maestra llamó a mi madre. Al día siguiente vino mi madre, y la maestra fue a recibirla; hablaron, y después mi madre me llamó y delante de la maestra me regañó y me dijo. “Pide perdón a la maestra”. Yo lo hice. “Besa a la maestra”, me dijo mi madre. Y lo hice, y luego volví a la clase, contento, y se acabó la historia. Pero no, no se había acabado…El segundo capítulo fue cuando volví a casa… Esto se llama “colaboración” en la educación de un hijo: entre la familia y los profesores.

Vuestra presencia responsable y disponible, signo de amor no solo para vuestros hijos sino también para ese bien de todos que es la escuela, contribuirá a superar muchas divisiones y malentendidos en este ámbito, y hará que se reconozca el rol principal de las familias en la educación e instrucción de los niños y de los jóvenes. De hecho, si vosotros, los padres necesitáis a los maestros, la escuela os necesita también a vosotros y no puede lograr sus objetivos sin establecer un diálogo constructivo con los que tienen la responsabilidad principal del crecimiento de sus alumnos. Como señala la Exhortación Amoris laetitia, «la escuela no sustituye a los padres sino que los complementa. Este es un principio básico: “Cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consenso y, en cierta medida, incluso por encargo suyo”» (n. 84).

Vuestra experiencia asociativa ciertamente os ha enseñado a confiar en la ayuda mutua. Recordemos el sabio proverbio africano: “Para educar a un niño hace falta una aldea”. Por lo tanto, en la educación escolar, nunca debe faltar la colaboración entre los diversos componentes de la comunidad educativa. Sin comunicación frecuente y sin confianza mutua, la comunidad no se construye y sin una comunidad no es posible educar.

Contribuir a eliminar la soledad educativa de las familias es también tarea de la Iglesia, que os invito a que sintáis siempre a vuestro lado en la misión de educar a vuestros hijos y de hacer que toda la sociedad sea un lugar a medida de la familia, para que cada persona sea acogida, acompañada, orientada hacia los valores verdaderos y capacitada para dar lo mejor de sí para el crecimiento común. Tenéis pues, una doble fortaleza: la que proviene de ser asociación, es decir, personas que se unen no contra alguien sino para el bien de todos, y la fortaleza que recibís de vuestro vínculo con la comunidad cristiana, donde encontráis inspiración, confianza, apoyo.

Queridos padres, los hijos son el don más preciado que habéis recibido. Custodiadlo con tenacidad y generosidad, dejándoles la libertad necesaria para crecer y madurar como personas que a su vez algún día podrán abrirse al don de la vida. La atención con la cual, como asociación, veláis por los peligros que amenazan la vida de los más pequeños, no os impida mirar con confianza al mundo, sabiendo elegir e indicar a vuestros hijos las mejores ocasiones para el crecimiento humano, civil y cristiano. Enseñad a vuestros hijos el discernimiento ético: esto es bueno, esto no es tan bueno, y esto es malo. Que sepan distinguir. Pero esto se aprende en casa y se aprende en la escuela: conjuntamente, las dos.

Os doy las gracias por este encuentro y os bendigo calurosamente a vosotros, a vuestras familias y a toda la asociación. Os aseguro mi recuerdo en la oración. Y vosotros también, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 7 de septiembre de 2018.

 



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