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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL FORO ANUAL "NUEVAS FRONTERAS PARA LÍDERES UNIVERSITARIOS"
 DE LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL DE UNIVERSIDADES CATÓLICAS

Sala adyacente al Aula Pablo VI
Lunes, 4 de noviembre de 2019

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Rectores Magníficos y estimados profesores:

Bienvenidos a este encuentro, con ocasión de la conferencia de la Federación Internacional de Universidades Católicas sobre “Nuevas fronteras para los dirigentes universitarios. El futuro de la salud y el ecosistema de las universidades”. Saludo cordialmente a la Presidenta, Prof. Isabel Capeloa Gil, y le doy las gracias por la amabilidad de haber hablado en castellano, y a todos los presentes, al tiempo que agradezco a la Federación su compromiso con el estudio y la investigación.

Hoy el sistema universitario se enfrenta a retos inesperados derivados del desarrollo de la ciencia, la evolución de las nuevas tecnologías y las necesidades de la sociedad, que requieren de las instituciones académicas respuestas adecuadas y actualizadas. La fuerte presión, sentida en los diversos ámbitos de la vida socioeconómica, política y cultural, interpela, por lo tanto, a la vocación misma de la universidad, en particular a la tarea de los profesores de enseñar, investigar y preparar a las generaciones más jóvenes para que se conviertan no sólo en profesionales cualificados en las diversas disciplinas, sino también en protagonistas del bien común, en líderes creativos y responsables de la vida social y civil con una visión correcta del hombre y del mundo. En este sentido, las universidades hoy deben preguntarse qué contribución pueden y deben hacer a la salud integral del hombre y a una ecología solidaria.

Si estos desafíos conciernen a todo el sistema universitario, las universidades católicas deberían sentir estas exigencias aún más intensamente. Con vuestra apertura universal (precisamente “universitas”), podéis lograr que la Universidad Católica sea el lugar donde las soluciones para el progreso civil y cultural de las personas y de la humanidad, caracterizado por la solidaridad, se persigan con constancia y profesionalidad, considerando lo que es contingente sin perder de vista lo que tiene un valor más general. Los problemas, viejos y nuevos, deben ser estudiados en su especificidad e inmediatez, pero siempre desde una perspectiva personal y global. La interdisciplinariedad, la cooperación internacional y el compartir los recursos son elementos importantes para que la universalidad se traduzca en proyectos solidarios y fructuosos en favor del hombre, de todos los hombres y también del contexto en el que crecen y viven.

Como ya podemos ver, el desarrollo de las tecno-ciencias está destinado a repercutir cada vez más en la salud física y psicológica de las personas. Pero como también repercute en los modos y procesos de los estudios académicos, hoy más que en el pasado hay que recordar que toda enseñanza implica también un cuestionamiento de los porqués, es decir, requiere una reflexión sobre los fundamentos y los fines de cada disciplina. Una educación reducida a una mera instrucción técnica, o a mera formación, se convierte en una alienación de la educación; creer que se puede transmitir el conocimiento abstrayéndolo de su dimensión ética sería como renunciar a educar.

Es necesario superar el legado de la Ilustración. Educar, en general, pero sobre todo en las universidades, no es sólo llenar la cabeza de conceptos. Se necesitan los tres lenguajes. Es necesario que entren en juego los tres lenguajes: el lenguaje de la mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje de las manos, para que se piense en armonía con lo que se siente y se hace; se sienta en armonía con lo que se piensa y se hace, se haga en armonía con lo que se siente y se piensa. Una armonía general, no separada de la totalidad.

Por eso es necesario actuar, partiendo en primer lugar de una idea de educación concebida como un proceso teleológico, es decir que apunta al fin, necesariamente orientado hacia un fin y, por lo tanto, hacia una visión precisa del hombre. Pero también necesitamos tener otra perspectiva para abordar la cuestión de los porqués ―es decir, de la esfera ética― en el campo educativo. Se trata de su carácter típicamente epistemológico, que afecta a toda la gama del saber, y no sólo a los conocimientos humanistas, sino también a los naturales, científicos y tecnológicos. El vínculo entre conocimiento y finalidad remite al tema de la intencionalidad y al papel del sujeto en todo proceso cognitivo. Y llegamos así a una nueva episteme; es un reto: hacer una nueva episteme. La epistemología tradicional había subrayado este papel, considerando el carácter impersonal de todo conocimiento como una condición de objetividad, un requisito esencial de la universalidad y comunicabilidad del conocimiento. Hoy, sin embargo, muchos autores señalan que no hay experiencias totalmente impersonales: la forma mentis, las creencias normativas, las categorías, la creatividad, las experiencias existenciales del sujeto representan una “dimensión tácita” del conocimiento pero siempre presente, un factor indispensable para la aceptación del progreso científico. No podemos pensar en una nueva episteme de laboratorio, no funciona, pero sí de la vida.

En esta perspectiva, la universidad tiene una conciencia, pero también una fuerza intelectual y moral cuya responsabilidad va más allá de la persona a educar y se extiende a las necesidades de toda la humanidad. Y la FIUC está llamada a asumir el imperativo moral de trabajar para lograr una comunidad académica internacional más unida, por un lado, hundiendo con mayor convicción sus raíces en el contexto cristiano en el que se originaron las universidades y, por otro, consolidando la red entre las universidades de origen antiguo y las de las generaciones más jóvenes, a fin de desarrollar un espíritu universalista orientado a mejorar la calidad de vida cultural de las personas y de los pueblos. El ecosistema de las universidades se construye si cada universitario cultiva una sensibilidad particular, esa que procede de su atención al hombre, a todo el hombre, al contexto en que vive y crece y a todo lo que contribuye a su promoción.

La formación de los líderes alcanza sus objetivos cuando logra invertir el tiempo académico con el fin de desarrollar no sólo la mente, sino también el “corazón”, la conciencia y las capacidades prácticas del estudiante; los conocimientos científicos y teóricos deben mezclarse con la sensibilidad del erudito e investigador para que los frutos del estudio no se adquieran en un sentido autorreferencial, sino que se proyecten en un sentido relacional y social. En última instancia, así como todo científico y todo hombre de cultura tiene la obligación de servir más, porque sabe más, así también la comunidad universitaria, especialmente si es de inspiración cristiana, y el ecosistema de las instituciones académicas deben responder juntos a la misma obligación.

En esta perspectiva, el camino que la Iglesia, y con ella los intelectuales católicos, deben seguir, es el que expresa sintéticamente el Patrón de la FIUC, el recién canonizado cardenal Newman, de esta manera: «La Iglesia no teme al conocimiento, sino que lo purifica todo, no ahoga ningún elemento de nuestra naturaleza, sino que cultiva todo»[1]. Gracias.


[1] The Idea of a University, Westminster, p. 234.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 4 de noviembre de 2019.

 



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