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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO ETÍOPE EN EL VATICANO

Sala Clementina
Sábado, 11 de enero de 2020

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Queridos hermanos y hermanas:

Me complace recibiros hoy y dar gracias juntos por los cien años del Colegio Etíope. Saludo a los obispos que han venido de Etiopía y Eritrea, incluidos los dos metropolitanos, el cardenal Berhaneyesus y monseñor Tesfamariam, a la comunidad de los estudiantes con sus superiores, especialmente el padre rector y el vicerrector, a las religiosas, que se esfuerzan tanto en cuidar de vosotros, y al personal laico. Saludo al cardenal Sandri y a monseñor Vasil’ y doy las gracias a la Congregación para las Iglesias Orientales que sostiene la vida del Colegio, también gracias a los benefactores, a los que también expreso mi gratitud. Saludo a los hermanos capuchinos con el ministro general, a la representación del Pontificio Instituto Oriental y a los numerosos sacerdotes y frailes de Etiopía y Eritrea.

La presencia etíope dentro de las murallas del Vaticano, primero la iglesia y el hospicio de peregrinos, y desde hace cien años el Colegio, nos reconduce a una palabra: acogida. Cerca de la tumba del apóstol Pedro han encontrado hogar y hospitalidad a lo largo de los siglos los hijos de pueblos geográficamente distantes de Roma, pero muy cercanos a la fe de los apóstoles en la profesión de Jesucristo Salvador.

Muy bellas son las palabras del gran monje Tesfa Sion, Pedro el Etíope, que está enterrado en la iglesia de San Esteban de los Abisinios, donde hoy y mañana celebraréis la liturgia: «Yo mismo soy etíope, peregrino de un lugar a otro [...]. Pero en ninguna parte, excepto en Roma, he encontrado la quietud del ánimo y del cuerpo; la quietud del ánimo porque aquí está la verdadera fe; la quietud del cuerpo, porque aquí he encontrado al Sucesor de Pedro que nos favorece en nuestras necesidades»[1]. Él enriqueció la Curia Romana con su sabiduría y se ocupó de la edición del Nuevo Testamento en lengua etíope.

Vosotros, sacerdotes estudiantes, procedentes de Etiopía y Eritrea, dos Iglesias unidas por la misma tradición, traéis también hoy en medio de nosotros la riqueza de la historia de vuestras tierras, con las antiguas tradiciones, la convivencia entre hombres y mujeres pertenecientes a las religiones judía e islámica, así como con los numerosos hermanos de la Iglesia ortodoxa Tewahedo. Pude conocer aquí en Roma al Patriarca Su Santidad Matías de Etiopía, a quien envío un saludo fraterno.

Encontrándoos, pienso en tantos hermanos y hermanas vuestros de Etiopía y Eritrea, cuya vida está marcada por la pobreza y, hasta hace pocos meses, por la guerra fratricida, por cuya conclusión damos gracias al Señor y a quienes en ambos países se han comprometido personalmente. Rezo siempre para que se atesoren los años de dolor que ambas partes han vivido y para que no se vuelva a caer en divisiones entre etnias y entre países con raíces comunes. Vosotros, sacerdotes, sed siempre artífices de buenas relaciones, constructores de paz. Educad a los fieles que os han sido confiados para que cultiven este don de Dios, medicando las heridas interiores y exteriores que encontráis y tratando de favorecer los caminos de reconciliación, para el futuro de los niños y jóvenes de vuestras tierras.

Muchos de ellos, es triste tenerlo que recordar, impulsados por la esperanza, han dejado su patria a costa de grandes fatigas y no pocas veces yendo a encontrarse con tragedias en tierra y en mar. Agradezco la acogida que vuestros fieles han podido experimentar y el compromiso que algunos de vosotros viven ya siguiéndolos pastoralmente en Europa y en los demás continentes. Todavía se puede hacer más y mejor, tanto en la patria como en el extranjero, aprovechando los años de estudio y estancia en Roma, en un servicio humilde y generoso, siempre sobre la base de la unión con el Señor, a quien hemos entregado toda nuestra existencia.

Os animo a custodiar la preciosa tradición eclesial, siempre unida al empuje misionero. También espero que se garantice a la Iglesia católica en vuestras naciones la libertad de servir al bien común, tanto permitiendo que los estudiantes lleven a cabo sus estudios en Roma o en cualquier otro lugar, como salvaguardando las instituciones educativas, sanitarias y asistenciales, con la certeza de que tanto los pastores como los fieles desean contribuir junto con todos los demás al bien y a la prosperidad de vuestras naciones.

Como hijos de las Iglesias de Etiopía y Eritrea, amáis mucho a la Santa Madre de Dios, María Santísima. En efecto, os definís como Resta Maryam,“feudo, propiedad de María”, y en la memoria litúrgica mensual del Kidana Mehrat, “Pacto de misericordia”, sabéis que podéis confiar a su intercesión toda oración, toda súplica. Os pido, en ese recuerdo, que recéis siempre una oración por mí y por mis intenciones.

Os doy las gracias y os imparto la bendición apostólica: que llegue a vuestras familias, a vuestras eparquías, a vuestros pueblos, a todos ¡Gracias!


[1] R. Lefevre, “Documenti e notizie su Tasfa Seyon”, en Rassegna di Studi Etiopici, vol. 24 (1969-1970), p. 74.

 



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