Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA DE LA
REUNIÓN DE LAS OBRAS DE AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)

Sala Clementina
Jueves, 24 de junio de 2021

[Multimedia]


 

Queridos amigos:

Me complace encontrarme con vosotros al final de los trabajos de vuestra sesión plenaria. Saludo al cardenal Leonardo Sandri, al cardenal Zenari, a monseñor Pizzaballa, a los demás Superiores del Dicasterio —que han cambiado entretanto—, a los oficiales y a los miembros de los organismos que componen vuestra asamblea.

El hecho de encontrarse en presencia da confianza y ayuda a vuestro trabajo, mientras que el año pasado sólo era posible conectarse a distancia para reflexionar juntos; pero sabemos que no es lo mismo: necesitamos encontrarnos, para hacer dialogar mejor las palabras y los pensamientos, para acoger las preguntas y el grito que vienen de tantas partes del mundo, especialmente de las Iglesias y de los países para los que realizáis vuestro trabajo. Yo mismo soy testigo de ello, pues fue precisamente en este contexto, en 2019, cuando anuncié mi intención de viajar a Irak, y gracias a Dios hace unos meses pude hacer realidad este deseo. Me alegró incluir, entre las personas de la comitiva, a uno de vuestros representantes, también como muestra de gratitud por lo que habéis hecho y por lo que haréis.

A pesar de la pandemia, durante este año habéis tenido reuniones extraordinarias, tanto para tratar la situación en Eritrea como para seguir la situación en el Líbano, tras la terrible explosión en el puerto de Beirut el 4 de agosto. Y en este sentido os agradezco vuestro compromiso de sostener al Líbano en esta grave crisis; y os pido que recéis e invitéis a hacerlo para el encuentro que tendremos el 1 de julio, junto con los Jefes de las Iglesias cristianas del país, para que el Espíritu Santo nos guíe e ilumine.

A través de vosotros quiero expresar mi agradecimiento a todas las personas que apoyan vuestros proyectos y que los hacen posibles: a menudo son simples fieles, familias, parroquias, voluntarios..., que se saben “todos hermanos” y dedican parte de su tiempo y de sus recursos a esas situaciones de las que os ocupáis. Me han dicho que en 2020 la colecta para Tierra Santa recaudó aproximadamente la mitad que en años anteriores. Ciertamente, pesaron mucho los largos meses en los que la gente no pudo reunirse en las iglesias para las celebraciones, pero también la crisis económica generada por la pandemia. Si por un lado esto es bueno para nosotros, porque nos empuja a una mayor esencialidad, tampoco puede dejarnos indiferentes, pensando también en las calles desiertas de Jerusalén, sin peregrinos que van a regenerarse en la fe, pero también a expresar una solidaridad concreta con las Iglesias y las poblaciones locales. Renuevo, pues, mi llamamiento a todos para que redescubran la importancia de esta caridad, de la que ya hablaba san Pablo en sus Cartas y que san Pablo VI quiso reorganizar con la Exhortación apostólica Nobis in animo de 1974, que vuelvo a proponer con toda su actualidad y vigencia.

En vuestra reunión habéis analizado varios contextos geográficos y eclesiales. En primer lugar, la Tierra Santa, con Israel y Palestina, pueblos para los que siempre soñamos que se abra en el cielo el arco de la paz, que Dios dio a Noé como signo de la alianza entre el cielo y la tierra y de la paz entre los hombres (cf. Gn 9,12-17). Sin embargo, demasiado a menudo, incluso recientemente, esos cielos están surcados por artefactos que llevan la destrucción, la muerte y el miedo.

El grito que se eleva desde Siria está siempre presente en el corazón de Dios, pero parece no tocar el de los hombres que tienen en sus manos los destinos de los pueblos. Queda el escándalo de diez años de conflicto, los millones de desplazados internos y externos, las víctimas, la necesidad de reconstrucción que sigue siendo rehén de la lógica partidista y de la falta de decisiones valientes por el bien de esa nación martirizada.

Además del cardenal Zenari, nuncio apostólico en Damasco, la presencia de los representantes pontificios en Líbano, Irak, Etiopía, Armenia y Georgia, a los que saludo y agradezco de corazón, os ha permitido reflexionar sobre la situación eclesial en esos países. Vuestro estilo es precioso, porque ayuda a los Pastores y a los fieles a centrarse en lo esencial, es decir, en lo necesario para el anuncio del Evangelio, mostrando juntos el rostro de la Iglesia, que es Madre, con especial atención a los pequeños y a los pobres. A veces es necesario reconstruir edificios y catedrales, incluso los destruidos por las guerras, pero antes hay que tener en cuenta las piedras vivas que están heridas y dispersas.

Sigo con inquietud la situación surgida con el conflicto en la región etíope de Tigray, sabiendo que su alcance abarca también a la vecina Eritrea. Más allá de las diferencias religiosas y confesionales, nos damos cuenta de lo esencial que es el mensaje de Fratelli tutti cuando las diferencias entre grupos étnicos y las consiguientes luchas por el poder se erigen en sistema.

Al final de mi viaje apostólico a Armenia en 2016, junto con el Catholicós Karekin II soltamos palomas al cielo como señal y deseo de paz en toda la región del Cáucaso. Desgraciadamente, en los últimos meses ha sido herida de nuevo, y por eso os agradezco la atención que habéis dedicado a la situación de Georgia y de Armenia, para que la comunidad católica siga siendo signo y fermento de vida evangélica.

Queridos amigos, gracias por vuestra presencia, gracias por vuestra escucha y vuestro trabajo. Bendigo a cada uno de vosotros y a vuestro trabajo. Y vosotros, por favor, seguid rezando por mí. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 24 de junio de 2021.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana