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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS JÓVENES DEL PROYECTO POLICORO
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Sala Clementina
Sábado, 5 de junio de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Os doy la bienvenida. Me alegra compartir con vosotros el 25º aniversario del Proyecto Policoro de la Iglesia Italiana. Agradezco a los dos "portavoces" que lo han presentado y extiendo mi saludo a todos los jóvenes y colaboradores involucrados en estos años. Doy las gracias al cardenal Presidente y al Secretario General, así como a quienes os acompañan en vuestro camino formativo. ¡Y gracias por el hermoso regalo de la estatua de San José! ¡Gracias!

El Proyecto Policoro ha sido y sigue siendo un signo de esperanza, especialmente para tantas zonas del sur de Italia que carecen de trabajo o que explotan a los trabajadores. Hoy estáis llamados a serlo de una manera nueva —ser esperanza es una manera nueva— porque este aniversario tan importante llega en un momento de gran crisis socioeconómica a causa de la pandemia. Me gustaría sugerir cuatro verbos que pueden serviros en vuestro camino para que sea concreto.

El primero es animar, es decir, dar ánimo. Nunca como en este tiempo sentimos la necesidad de jóvenes que sepan, a la luz del Evangelio, dar un alma a la economía, porque somos conscientes de que «a los problemas sociales se responde con redes comunitarias» (Carta Encíclica Laudato si', 219). Este es el sueño que también cultiva la iniciativa “Economía de Francisco” —¡de san Francisco! Vosotros os llamáis “animadores de comunidad”. En efecto, las comunidades deben animarse desde dentro mediante un estilo de dedicación: ser constructores de relaciones, tejedores de una humanidad solidaria, en un momento en que la economía se está “vaporizando” en las finanzas, y esto es una forma nueva y más sofisticada de la carta en cadena que todos conocemos. Se trata de ayudar a las parroquias y diócesis a caminar y planificar sobre el «gran tema [que] es el trabajo»", buscando «hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas» (Carta Encíclica, Fratelli tutti, 162). Es un problema de dignidad. La dignidad de la persona no viene del dinero, no viene de las cosas que uno sabe, viene del trabajo. El trabajo es una unción de dignidad. Quien no trabaja no es digno. Así de sencillo.

Ocuparse del trabajo es promover la dignidad de la persona. El trabajo, efectivamente, no nace de la nada, sino del ingenio y de la creatividad del ser humano: es una imitación de Dios creador. Vosotros no sois de los que se limitan a quejarse de la falta de trabajo, sino que queréis ser proactivos, protagonistas, para fomentar el crecimiento de las figuras empresariales al servicio del bien común. El objetivo a perseguir es el del «acceso al trabajo para todos o que lo mantengan» (Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, 32). A vosotros, jóvenes, no os falta creatividad —no tengáis miedo, no tengáis miedo—: os animo a trabajar por un modelo de economía alternativo al consumista, que produce descartes. Compartir, fraternidad, gratuidad y sostenibilidad son los pilares sobre los que basar una economía diferente. Es un sueño que requiere audacia, porque son los audaces los que cambian el mundo y lo hacen mejor. No es voluntarismo: es fe, porque la verdadera novedad viene siempre de las manos de Dios. Esto es animar, el primer verbo.

El segundo verbo es habitar. Os pedimos que nos demostréis que es posible habitar el mundo sin pisotearlo, esto es importante, ¡sería una hermosa conquista para todos! Habitar la tierra no significa ante todo poseerla, no, sino saber vivir las relaciones en plenitud: relaciones con Dios, relaciones con los hermanos, relaciones con la creación y con nosotros mismos (Carta Encíclica Laudato si', 210). Os exhorto a amar el territorio en el que Dios os ha colocado, evitando la tentación de huir a otros lugares. De hecho, las propias periferias pueden convertirse en laboratorios de fraternidad. De las periferias suelen venir los experimentos de inclusión: «de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible» (Carta Encíclica, Fratelli tutti, 215). Ayudad a la comunidad cristiana a vivir la crisis de la pandemia con valor y esperanza. Dios nunca nos abandona y podemos convertirnos en un signo de su misericordia si sabemos inclinarnos hacia la pobreza de nuestro tiempo: hacia los jóvenes que no encuentran trabajo, los llamados Neet, los que sufren depresión, los que están desmotivados, los que están atascados en la vida, los que han dejado de soñar con un mundo nuevo. Es triste, porque la vocación de un joven es soñar. El Siervo de Dios Giorgio La Pira afirmaba que el paro es "un despilfarro de fuerzas productivas"[1].

Y luego, en este momento en Italia, quiero hablar de una cosa grave: el paro que hace que muchos jóvenes busquen la alienación. Sabéis tantas cosas...Un número considerable busca el suicidio. Entonces, alienarse, salir de la vida, en un momento en que no estamos en el verano de la vida demográfica italiana; ¡estamos en el invierno! Nos falta gente joven y por eso los jóvenes no pueden darse el lujo de no entrar en este trabajo. La edad media en Italia es de 47 años. Sí, sois viejos. No tenéis futuro. “Pero, ¿cómo voy a tener hijos si no tengo trabajo?”, “Yo, mujer, ¿cómo voy a tener hijos, si en cuanto el jefe de la oficina me ve la barriga, me echa, hasta el punto de que mi barriga se ha convertido en una vergüenza?”. ¡Es todo de otra manera! Hay que reaccionar contra esto. Que los jóvenes empiecen a soñar, a ser padres, a tener hijos. Y para eso, que tengan trabajo. El trabajo es, de alguna forma, una garantía de este futuro.

Además, es el momento de habitar en lo social, en el trabajo y la política sin miedo a ensuciarse las manos. Podéis ayudar a abrir las puertas y ventanas de las parroquias, para que los problemas de la gente entren cada vez más en el corazón de las comunidades.

Y no tengáis miedo de habitar también en los conflictos. Los encontramos en el mundo, pero también a nivel eclesial y social. Necesitamos la paciencia de transformarlos en la capacidad de escuchar, de reconocer a los demás, de crecer juntos. Las tensiones y los conflictos forman parte de la vida, pero sabemos que su «resolución en un plano superior» (Evangelii Gaudium, 228) es un signo de que hemos puesto la mirada más allá de nuestros intereses particulares para salir de las arenas movedizas de la enemistad social.

El tercer verbo es apasionarse, y esto está de moda en todas partes: la enemistad social y no la amistad social a la que todos estamos llamados. El tercer verbo, quizás, es el más juvenil de los cuatro: apasionarse. Hay un estilo que marca la diferencia: la pasión por Jesucristo y por su Evangelio. Y eso se nota en el “más” que ponéis en acompañar a otros jóvenes para que tomen su vida en sus manos, para que se apasionen por su futuro, para que tengan competencias adecuadas para el trabajo. Que el Proyecto Policoro esté siempre al servicio de los rostros concretos, de la vida de las personas, especialmente de los pobres y de los últimos de nuestra sociedad. Como escribí en la Exhortación Apostólica Christus Vivit, «quiero recordar cuál es la gran pregunta: Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”. Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros» (n. 286). En este sentido, puedes preguntarte: ¿Por quién me apasiono? En primer lugar: ¿me apasiono? Y entonces: ¿por quién me apasiono? ¿Qué ama mi corazón? ¿Esta vida tiene amplitud de miras? Y no prisionera de las cosas pequeñas, de las cositas ¿A qué me entrego? No hemos sido creados para hacer carrera, sino para crecer en comunión con el Creador y con las criaturas; para hacerlas crecer.

Y aquí hay que reiterar que uno se apasiona cuando cuida su vida interior, si no descuida la espiritualidad, si estudia, si conoce a fondo la doctrina social de la Iglesia y si se esfuerza por trasladarla a las situaciones concretas. No tengáis miedo de prestaros, aunque sea gratuitamente, para animar la vida de los descartados. Id a las periferias para encontrar a los descartados. ¿Qué es lo contrario de la pasión? Como nos recuerda Don Milani: «¡No veremos florecer a los santos hasta que no hayamos construido jóvenes que vibren de dolor y de fe pensando en la injusticia social!»[2]. Y yo os pregunto: ¿vibráis de dolor y de fe ante tantas injusticias sociales, la explotación, la falta de trabajo, el descarte de los ancianos? Apasionarse es vibrar por esto.

El cuarto y último verbo es acompañar. El Proyecto Policoro es una red de relaciones humanas y eclesiales: muchas personas se comprometen a acompañaros, vuestras diócesis os miran con esperanza, y cada uno de vosotros es capaz de convertirse en acompañante de todos los jóvenes que encontréis en el camino. Vuestra presencia en el territorio se vuelve así el signo de una Iglesia que sabe tomar de la mano. Y este es el estilo de Cristo hacia los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), que estaban resignados, desanimados y cerrados por lo que había pasado en Jerusalén. Jesús les deja expresar su decepción, pero también les ayuda a releer todo a partir de la Pascua.

Así meditaba el obispo Tonino Bello: "Es necesario emprender un viaje por el camino Jerusalén-Jericó. Es el eje en el que la fe se interseca con la historia, y la esperanza se cruza con la desesperación, y la caridad se tropieza con los frutos de la violencia"[3]. La fe nos dice que una crisis puede ser un pasaje de crecimiento. Vosotros sabéis que de una crisis nunca saldremos igual. El Espíritu de Cristo resucitado anima la esperanza de salir de ella, que se convierte en ayuda para que las personas se levanten, vuelvan a caminar, vuelvan a soñar y se comprometan en la vida, en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. O salimos juntos o no podemos salir. Nos quedaremos en el laberinto de la crisis.

Queridos jóvenes, en la escuela del magisterio social de la Iglesia, sois ya signos de esperanza. Que vuestra presencia en las diócesis ayude a todos a comprender que la evangelización pasa también por el cuidado del trabajo. Que los 25 años del Proyecto Policoro sean un nuevo punto de partida. Os animo a «soñar juntos» (Carta Encíclica, Fratelli tutti, 8) por el bien de la Iglesia en Italia. Y os animo a que hagáis ruido. Los jóvenes deben hacer ruido. Os acompaño con mi oración. Invoco sobre vuestras familias y comunidades la bendición del Señor. Y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.


[1] L’attesa della povera gente, LEF, Florencia 1978, 20.

[2] Esperienze pastorali, LEF, Florencia 1957, 241.

[3] Carità con viscere di misericordia, EMP, Padua 2009, 32.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 5 de junio de 2021.

 



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