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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL DE TEOLOGÍA MORAL

Sala Clementina
Viernes, 13 de mayo de 2022

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Doy las gracias al padre Da Silva Gonçalves por las palabras de introducción; saludo al cardenal Farrel, monseñor Paglia y monseñor Bordeyne, junto a los que han colaborado en este Congreso, y a todos vosotros participantes. La iniciativa se desarrolla dentro del Año “Familia Amoris laetitia ”, convocado para estimular la comprensión de la exhortación apostólica y contribuir a orientar las prácticas pastorales de la Iglesia, que quiere ser cada vez más y mejor sinodal y misionera.

Amoris laetitia recoge los frutos de las dos Asambleas sinodales sobre la familia: la extraordinaria del 2014 y la ordinaria del 2015. Frutos madurados en la escucha del Pueblo de Dios, que está constituido en grandísima parte de las familias, las cuales son el primer lugar en el que vivir la fe en Jesucristo y el amor recíproco.

Por tanto, es bueno que la teología moral beba de la rica espiritualidad que germina en la familia. La familia es la Iglesia doméstica (cfr. Lumen gentium, 11; Amoris laetitia, 67); en ella los cónyuges y los hijos están llamados a cooperar en el vivir el misterio de Cristo, a través de la oración y el amor implementado en la concreción de la vida cotidianas y de las situaciones, en el cuidado recíproco capaz de acompañar de tal forma que nadie sea excluido ni abandonado. «No olvidemos que a través del sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca», la barca de la familia [1].

La vida familiar, sin embargo, está hoy más probada que nunca. En primer lugar, desde hace tiempo, «la familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales» ( Evangelii gaudium, 66). Además, muchas familias sufren la falta de trabajo, de una casa digna o de una tierra donde vivir en paz, en una época de cambios grandes y rápidos. Estas dificultades recaen en la vida familiar, generan problemas relacionales. Hay muchas «situaciones difíciles y familias heridas» ( Amoris laetitia, 79). La misma posibilidad de constituir una familia hoy es a menudo ardua y los jóvenes encuentran muchas dificultades para casarse y tener hijos. De hecho, los cambios epocales que estamos viviendo retan la teología moral a afrontar los desafíos de nuestro tiempo y a hablar un lenguaje que sea comprensible a los interlocutores —no solo “a los expertos”—; y así ayudar a «superar las adversidades y oposiciones» y favorecer «nueva creatividad para expresar en los desafíos actuales los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios» [2]. Subrayo: nueva creatividad.

Al respecto, la familia desarrolla hoy un rol decisivo «en los caminos de “conversión pastoral” de nuestras comunidades y de “transformación misionera de la Iglesia”». Para que esto suceda, es necesaria una reflexión teológica —«incluso en el ámbito de la formación académica»— que esté verdaderamente atenta «a las heridas de la humanidad» [3]. En este sentido es importante que la Universidad Gregoriana y el Instituto Juan Pablo II, juntos, hayan realizado este evento, con la participación de teólogas y teólogos de cuatro continentes. En él intervienen y debaten laicos, clérigos y religiosos, de diferentes lenguas y culturas, en un diálogo entre las generaciones abierto también a jóvenes investigadores.

De manera especial me gustaría recordar, al respecto, la necesidad de la inter- y trans- disciplinariedad, ya dentro de la teología, así como entre la teología, ciencias humanas y filosofía. Este método no hará otra cosa que favorecer la profundización de las reflexiones teológicas sobre el matrimonio y la familia. Se podrá mostrar la unión recíproca entre la reflexión eclesiológica y sacramental y los ritos litúrgicos, entre estas y las prácticas pastorales, entre las grandes cuestiones antropológicas y los interrogantes morales vinculados a la alianza conyugal, a la generación y la red compleja de las relaciones familiares. De hecho, los diferentes enfoques teológicos no deben simplemente acercarse o yuxtaponerse, sino ponerse en diálogo para que se instruyan unos a otros, de manera sinfónica y coral, al servicio de un único gran objetivo, que se puede resumir en esta pregunta: ¿cómo pueden testimoniar hoy las familias cristianas, en el gozo y en las fatigas del amor conyugal, filial y fraterno, la buena noticia del Evangelio de Jesucristo?

La Iglesia, en su recorrido sinodal, se construye en la escucha recíproca entre los que componen el Pueblo de Dios. En este caso, «¿cómo sería posible hablar de la familia sin interpelar a las familias, escuchar sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias?» [4]. Precisamente por esto emerge una viva exigencia de diálogo: ciertamente no como «mera actitud táctica», sino como «exigencia intrínseca para experimentar comunitariamente la alegría de la Verdad y para profundizar su significado y sus implicaciones prácticas» ( Veritatis gaudium, 4c). El método dialógico nos pide superar una idea abstracta de verdad, separada de las experiencias de las personas, de las culturas, de las religiones. La verdad de la Revelación se dirige en la historia —¡es histórica! — a sus destinatarios, que son llamados a implementarla en la “carne” de su testimonio. ¡Cuánta riqueza de bien hay en la vida de tantas familias, en todo el mundo! El don del Evangelio, además del Donador, supone un destinatario al que hay que tomar en serio, al que hay que escuchar.

El matrimonio y la familia pueden constituir un “kairos ” para la teología moral, para repensar las categorías interpretativas de la experiencia moral a la luz de lo que sucede en el ámbito familiar. Entre teología y acción pastoral es necesario establecer, siempre de nuevo, una circularidad virtuosa. La práctica pastoral no puede deducirse de principios teológicos abstractos, así como la reflexión teológica no puede limitarse a reiterar la práctica. Cuántas veces el matrimonio es presentado «como un peso a soportar toda la vida» más que «como un camino dinámico de desarrollo y realización» (Amoris laetitia, 37). No por esto la moral evangélica renuncia a proclamar el don de Dios, de donde surge la tarea y la dedicación. La teología tiene una función crítica, de inteligencia de la fe, pero su reflexión parte de la experiencia viva y del sensus fidei fidelium. Solo así la inteligencia teológica de la fe desarrolla su necesario servicio a la Iglesia.

Y precisamente por esto la práctica del discernimiento se hace más que nunca necesaria, abriendo el espacio «a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas» (ibid.).

Queridos hermanos y hermanas, en el centro de nuestro compromiso, como pastores y como teólogos, está el reconocimiento de la relación inseparable, a pesar de los dramas y las fatigas de la vida, entre la conciencia y el bien. La moral evangélica está lejos tanto del moralismo, que hace de la observancia literal de las normas la garantía de la propia justicia ante Dios, como del idealismo, que, en nombre de un bien ideal, desalienta y aleja del bien posible (cfr. Amoris laetitia, 308; Evangelii guadium, 44). En el centro de la vida cristiana está la gracia del Espíritu Santo, recibida en la fe vivida, que suscita los actos de caridad. El bien, por tanto, es un llamamiento, es una “voz” [5] que libera y solicita las conciencias, como dice el texto de Gaudium et spes: «En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer. […] La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla» (n. 16).

A todos vosotros se os pide que volváis a pensar hoy las categorías de la teología moral, en su vínculo recíproco: la relación entre la gracia y la libertad, entre la conciencia, el bien, las virtudes, la norma y la phrónesis aristotélica, la prudentia tomista y el discernimiento espiritual, la relación entre la naturaleza y la cultura, entre la pluralidad de las lenguas y la unicidad del agape. Sobre este último aspecto, en particular, quisiera subrayar que la diferencia de las culturas es una ocasión preciosa que nos ayuda a comprender todavía más cuánto el Evangelio puede enriquecer y purificar la experiencia moral de la humanidad, en su pluralidad cultural.

Así ayudaremos a las familias a rencontrar el sentido del amor, una palabra que hoy «aparece muchas veces desfigurada» (Amoris laetitia, 89): porque el amor «no es sólo un sentimiento», sino la elección en la cual cada uno decide «“ hacer el bien” […] sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir» (ibid., 94). La vivencia concreta de las familias es una escuela extraordinaria de vida buena. Por eso os invito a vosotros, teólogos y teólogas morales, a proseguir vuestro trabajo, riguroso y valioso, con fidelidad creativa al Evangelio y a la experiencia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, en particular a la experiencia viva de los creyentes. El sensus fidei fidelium , en la pluralidad de las culturas, enriquece la Iglesia, para que esta sea hoy el signo de la misericordia de Dios, que no se cansa de nosotros. En esta luz, vuestras reflexiones se incluyen muy bien en el actual proceso sinodal: este Congreso Internacional forma parte plenamente y puede aportaros la propia contribución original.

Quisiera añadir una cosa, que en este momento hace mucho mal a la Iglesia: es como un “volver atrás”, ya sea por miedo, como por falta de genialidad, o por falta de valentía. Es verdad que nosotros los teólogos, también los cristianos, debemos volver a las raíces, esto es verdad. Sin las raíces no podemos dar un paso adelante. De las raíces tomamos la inspiración, pero para ir adelante. Esto es diferente del volver atrás. Volver atrás no es cristiano. Es más, creo que es el autor de la Carta a los hebreos que dice: “Nosotros no somos gente que vuelve atrás”. El cristiano no puede volver atrás. Volver a las raíces sí, para tomar inspiración, para proseguir. Pero volver atrás es volver para tener una defensa, una seguridad que nos evite el riesgo de ir adelante, el riesgo cristiano de llevar la fe, el riesgo cristiano de hacer el camino con Jesucristo. Y esto es un riesgo. Hoy, este volver atrás se ve en muchas figuras eclesiásticas —no eclesiales, eclesiásticas—, que surgen como setas, aquí, allí, allá, y se presentan como propuestas de vida cristiana. En la teología moral también hay un volver atrás con propuestas casuísticas, y la casuística que creía enterrada bajo siete metros, vuelve a surgir como propuesta —un poco disfrazada— de “hasta aquí se puede, hasta aquí no se puede, de aquí sí, de aquí no”. Y reducir la teología moral a la casuística es el pecado de volver atrás. La casuística ha sido superada. La casuística fue mi alimento y el de mi generación en el estudio de la teología moral. Pero es propia del tomismo decadente.  El verdadero tomismo es el de Amoris laetitia, el que se desarrolla ahí, bien explicado en el Sínodo y aceptado por todos. Es la doctrina de santo Tomás viva, que nos hace ir adelante arriesgando, pero en obediencia. Y esto no es fácil. Por favor, estad atentos a este volver atrás que es una tentación actual, también para vosotros teólogos de la teología moral.

¡La alegría del amor, que encuentra en la familia un testimonio ejemplar, puede volverse signo eficaz de la alegría de Dios que es misericordia y de la alegría de quien recibe como don esta misericordia! La alegría. Gracias, y por favor no os olvidéis de rezar por mí, lo necesito. Gracias.

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[1] Carta a los matrimonios con ocasión del Año Familia “Amoris laetitia”  (26 de diciembre de 2021).

[2] Ibid..

[3] Cart. Ap. Motu Proprio “Summa familiae cura”  con el que se instituye el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II  para las ciencias del matrimonio y de la familia (19 de septiembre de 2017).

[4] Discurso en el 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (17 de octubre de 2015).

[5] «Te dé testimonio tu conciencia, que es la voz de Dios»  (S. Agustín, In Epistolam Ioannis ad Parthos tractatus , 6, 3).



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