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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
DURANTE LA AUDIENCIA A LOS SALESIANOS
CON MOTIVO DE LA CANONIZACIÓN DEL BEATO ARTÉMIDES ZATTI

Aula Pablo VI
Sábado, 8 de octubre de 2022

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Queridos hermanos y hermanas salesianos, ¡buenos días y bienvenidos!

Saludo al Rector Mayor y a los miembros del Consejo general, a los cardenales y a los obispos salesianos —son tantos—. Estoy contento de acoger a los peregrinos venidos de Boretto, pueblo natal de Artémides Zatti, y a los que vienen de Argentina y de Filipinas. Saludo a los miembros de la Familia salesiana provenientes de numerosos países del mundo, de modo particular a los salesianos coadjutores. Y un saludo especial a la persona que recibió la gracia de la curación por intercesión del beato, que mañana tendré la alegría de canonizar. Quisiera recordar su figura desde cuatro puntos de vista.

En primer lugar, como inmigrante. Los salesianos llegaron a Argentina en 1875 y en los inicios desarrollaron su apostolado en Buenos Aires. En Buenos Aires no fueron al barrio más importante, fueron a la Boca, donde estaban los comunistas, los socialistas, los “comecuras”. Allí fueron los salesianos, y en otros lugares, sobre todo en favor de los inmigrantes italianos. Artémides conoció a los salesianos en Bahía Blanca, donde había llegado en 1897 junto con su familia. Lamentablemente, muchos inmigrantes perdían el valor de la fe, absorbidos por el trabajo y los problemas que encontraban. Pero los Zatti, gracias a Dios, fueron una excepción. La participación en la vida de la comunidad cristiana, las relaciones cordiales con los sacerdotes, la oración común en su hogar y la frecuencia de los sacramentos no disminuyeron. Artémides creció en un óptimo ambiente cristiano y, gracias a la guía del padre Carlo Cavalli, maduró su opción por la vida salesiana.

Un segundo aspecto es la “parentela”, él fue “pariente de todos los pobres”, esta es la familia de Zatti. La tuberculosis que lo afectó a la edad de veinte años parecía que debería haber puesto fin a todos sus sueños, pero, gracias a la curación obtenida por intercesión de María Auxiliadora, Artémides dedicó toda su vida a los enfermos, sobre todo a los más pobres, a los abandonados y a los descartados. Los hospitales de San José y de San Isidro fueron un recurso sanitario valioso y único, especialmente para atender a los pobres de Viedma y de la región de Río Negro; el heroísmo de Zatti los convirtió en lugares de irradiación del amor de Dios, donde el cuidado de la salud se volvió experiencia de salvación. En esa pequeña porción de tierra de la Patagonia donde transcurrió la vida de nuestro beato, volvió a escribirse una página del Evangelio: el Buen Samaritano encontró en él un corazón, unas manos y una pasión, principalmente para los pequeños, los pobres, los pecadores y los últimos. De este modo, un hospital se convirtió en la “Posada del Padre”, signo de una Iglesia que quiere ser rica de dones de humanidad y de gracia, morada del mandamiento del amor a Dios y a los hermanos, lugar de salud como signo de salvación. Es verdad que esto entra en la vocación salesiana: los salesianos son los grandes educadores del corazón, del amor, de la afectividad, de la vida social. Son grandes educadores del corazón.

El hospital y las casas de los pobres, que visitaba noche y día desplazándose en bicicleta, eran la frontera de su misión. Vivía la donación total de sí a Dios y la consagración de todas sus fuerzas al bien del prójimo. El trabajo intenso y la disponibilidad incansable para atender las necesidades de los pobres estaban animados por una profunda unión con el Señor, mediante la oración constante, la adoración eucarística prolongada y el rezo del rosario. Artémides era un hombre de comunión, que sabía trabajar con los demás; con las religiosas, los médicos, los enfermeros. Y con su ejemplo y su consejo formaba a las personas, forjaba las conciencias, convertía los corazones.

En tercer lugar, lo vemos como salesiano coadjutor. Recordamos el hermoso testimonio que dio en 1915 en Viedma, con ocasión de la inauguración de un monumento a la memoria del padre Evasio Garrone, salesiano misionero y considerado por Artémides como insigne benefactor. En esa circunstancia hizo esta declaración: «Si estoy bueno y sano y en estado de hacer algún bien a mis prójimos enfermos, se lo debo al padre Garrone, Doctor, que viendo que mi salud empeoraba cada día, pues estaba afectado de tuberculosis con frecuentes hemoptisis, me dijo terminantemente que, si no quería concluir como tantos otros, hiciera una promesa a María Auxiliadora de permanecer siempre a su lado, ayudándole en la cura de los enfermos y él, confiando en María, me sanaría. CREÍ, porque sabía por fama que María Auxiliadora lo ayudaba de manera visible. PROMETÍ, pues siempre fue mi deseo ser de provecho en algo a mis prójimos. Y, habiendo Dios escuchado a su siervo, SANÉ». Creí, prometí, sané. Tres palabras escritas allí.

Esta vida que había recuperado ya no era más su propiedad, siente que era totalmente para los pobres. Los tres verbos «creí, prometí, sané» expresan la bendición y el consuelo que se derramaron en la vida de Artémides. Vivió esta misión en comunión con sus hermanos salesianos. Era el primero en estar presente en los momentos comunitarios y con su alegría y simpatía animaba la fraternidad.

El cuarto y último rasgo que quisiera evidenciar es el de intercesor por las vocaciones. Esto yo lo he experimentado. Les cuento una experiencia personal. Cuando era Provincial de los Jesuitas de Argentina conocí la historia de Artémides Zatti, leí su biografía y le confié a él la petición al Señor de santas vocaciones a la vida consagrada laical para la Compañía de Jesús. Desde el momento que empezamos a rezar, por su intercesión, aumentaron considerablemente los jóvenes coadjutores; y eran perseverantes y muy comprometidos. Y de esa forma di testimonio de esa gracia que recibimos.

Y a este respecto, deseo subrayar la importancia de la vocación de los hermanos. Lo he visto en la Compañía de Jesús y sé que igualmente se puede decir de los salesianos. Los hermanos tienen un carisma especial que se alimenta en la oración y en el trabajo. Y hacen bien a todo el cuerpo de la Congregación. Son personas de piedad, alegres, trabajadoras. En ellos no se ven “complejos de inferioridad”. No. Son maduros, no se sienten acomplejados por el hecho de no ser sacerdotes, ni aspiran a ser diáconos. No. Son hermanos; no desean promociones; hermanos, porque toda la riqueza esta allí. Son conscientes de su vocación y la quieren así (cf. Carta a don Cayetano Bruno, 1986).

A ustedes queridos hermanos cooperadores, gracias, gracias. Que también ustedes puedan estar siempre agradecidos por el don de esta llamada que, dando un peculiar testimonio de vida consagrada, pueda ser propuesta a los jóvenes como forma de vida evangélica al servicio de los pequeños y de los pobres.

Gracias a todos ustedes, hermanos y hermanas, por venir a celebrar la canonización de Artémides Zatti. Los bendigo de corazón, también a aquellos que no pudieron venir por la edad o las condiciones de salud, o las condiciones de los bolsillos. Los bendigo a todos. Y les pido, por favor, que recen por mí. Gracias.



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