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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MUNDIAL DE UNIAPAC  

Aula Pablo VI
Viernes, 21 de octubre de 2022

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¡Queridos líderes y participantes en el 27 Congreso Mundial del UNIAPAC!

En primer lugar, pido perdón por el retraso. ¡Gracias por vuestra paciencia para esperarme! Hoy los encuentros se han alargado más de lo previsto y me disculpo por esto.

Os saludo y os doy la bienvenida a este importante encuentro para reflexionar y reforzar vuestro compromiso en vuestra noble vocación de empresarios (cf. Enc. Laudato si’, 129). Nunca debemos olvidar que todas nuestras capacidades, incluso el éxito en los negocios, son dones de Dios y «tendrían que orientarse claramente al desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria, especialmente a través de la creación de fuentes de trabajo diversificadas» (Enc. Fratelli tutti, 123). El cambio requiere siempre valentía. Pero la verdadera valentía nos pide también saber reconocer la gracia divina en nuestra vida. Así escribe el salmista: «Espera en Yahveh, ten valor y firme corazón, espera en Yahveh» (Salmo  27,14).

Rezo para que, durante estos días juntos, y sobre todo cuando volváis a vuestras casas y vuestros lugares de trabajo, permanezcáis siempre conscientes de la gracia y de la sabiduría de Dios en vuestras vidas, y para que le permitáis guiar y dirigir vuestras relaciones en el mundo de los negocios y con los que trabajan para vosotros. «Estamos llamados a ser creativos a la hora de hacer el bien, […] usando los bienes de este mundo —no solo los materiales, sino todos los dones que hemos recibido del Señor— no para enriquecernos, sino para generar amor fraterno y amistad social» (Ángelus, 18 de septiembre 2022). Generar amistad social.

El tema de vuestro Congreso os plantea un gran desafío a vosotros y a muchos otros actores del mundo empresarial: Crear una nueva economía por el bien común. No cabe duda de que nuestro mundo tiene una urgente necesidad de «una economía diferente, la que hace vivir y no mata, que incluye y no excluye, que humaniza y no deshumaniza, que cuida la creación y no la depreda» [1]. Para proseguir la reflexión sobre una nueva economía, pero sobre todo para empezar a ponerla en práctica, hay que tener presente que la actividad económica «debe tener como sujetos a todos los hombres y a todos los pueblos. Todos tienen el derecho de participar en la vida económica y el deber de contribuir, según sus capacidades, al progreso del propio país y de la entera familia humana […]: es un deber de solidaridad y de justicia, pero también es la vía mejor para hacer progresar a toda la humanidad» [2].

Por tanto, cualquier “nueva economía por el bien común” debe ser inclusiva. Demasiado a menudo el eslogan “no dejar a nadie atrás” es pronunciado sin ninguna intención de ofrecer el sacrificio y el esfuerzo para transformar realmente estas palabras en realidad. En su encíclica Populorum progressio, san Pablo VI escribía: «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (n. 14). En la realización de vuestra profesión, vosotros, dirigentes de empresas y empresarios, estáis llamados a actuar como levadura para garantizar que el desarrollo alcance a todas las personas, pero sobre todo a las más marginadas, a las más necesitadas, para que la economía pueda contribuir siempre a un crecimiento humano integral. Al respecto, no olvidamos la importante contribución ofrecida por el sector informal durante la pandemia del Covid-19 todavía en curso. Durante el confinamiento para la mayor parte de la sociedad, los trabajadores informales han asegurado el abastecimiento y la entrega de los bienes necesarios para la vida cotidiana y el cuidado de nuestros seres queridos más frágiles, y han mantenido las actividades económicas básicas, a pesar de la interrupción de muchas actividades formales. 

De hecho, «estamos llamados a dar prioridad a nuestra respuesta hacia los trabajadores que se encuentran en los márgenes del mundo del trabajo, [...] los trabajadores poco cualificados, los jornaleros, los del sector informal, los trabajadores migrantes y refugiados, los que realizan lo que se suele denominar el “trabajo de las tres dimensiones”: peligroso, sucio y degradante, y así podemos seguir la lista» [3].

Dejemos de lado también la idea de que la inclusión de los pobres y marginados puede ser satisfecha por nuestros esfuerzos para brindar asistencia financiera y material. Como está escrito en la Laudato si’, «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo» (n. 128). De hecho, la puerta a la dignidad de un hombre es el trabajo. No basta con llevar el pan a casa, es necesario ganar el pan que llevo a casa.

El trabajo debe ser entendido y respetado como un proceso que va mucho más allá del intercambio comercial entre empleador y trabajador. En primer lugar y sobre todo «parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal» ( ibid.). El trabajo «es una expresión de nuestro ser creativos a imagen y semejanza de Dios, el trabajador (cf. Gen  2,3). […] Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación» [4], imitando a Dios que es el primer trabajador.

Tal trabajo debería estar bien integrado en una economía del cuidado. «El cuidado puede entenderse como cuidar de las personas y de la naturaleza, ofreciendo productos y servicios para el crecimiento del bien común. Una economía que cuide el trabajo, creando oportunidades de empleo que no exploten al trabajador mediante condiciones laborales degradantes y horarios extenuantes» [5]. Aquí no nos referimos solo al trabajo vinculado a la asistencia.  «El cuidado va más allá, debe ser una dimensión de todo trabajo. Un trabajo que no cuida, que destruye la creación, que pone en peligro la supervivencia de las generaciones futuras, no es respetuoso con la dignidad de los trabajadores y no puede considerarse decente. Por el contrario, un trabajo que cuida, contribuye a la restauración de la plena dignidad humana, contribuirá a asegurar un futuro sostenible a las generaciones futuras. Y en esta dimensión del cuidado entran, en primer lugar, los trabajadores» [6].

Para concluir, deseo compartir con vosotros la “buena noticia” de que recientemente, en la ciudad de Asís, donde san Francisco y los primeros frailes abrazaron la pobreza y propusieron una nueva economía radical a los líderes económicos de su época, miles de jóvenes economistas y empresarios han razonado sobre la creación de una nueva economía y han escrito y firmado un Pacto para reformar el sistema económico global con el fin de mejorar la vida de todas las personas. Quisiera compartir con vosotros algunos de los puntos principales, por dos motivos: el primero, porque demasiado a menudo los jóvenes son excluidos; segundo, porque la creatividad y el pensamiento “nuevo” a menudo vienen de los jóvenes; y nosotros, personas más adelante con la edad, debemos tener la valentía de detenernos y escucharlos. Como los jóvenes deben escuchar a los ancianos, todos nosotros debemos escuchar a los jóvenes. Para una nueva economía del bien común, estos jóvenes han propuesto una “economía del Evangelio”, que, entre otras cosas, incluye:

— una economía de paz y no de guerra, pensemos en lo que se gasta en la fabricación de las armas;

— una economía que asume el cuidado de la creación y no la saquea pensemos en las deforestaciones;

 una economía al servicio de la persona, de la familia y de la vida, respetuosa de cada mujer, hombre, niño, anciano, y sobre todo de los más frágiles y vulnerables;

 una economía donde el cuidado sustituya al descarte y la indiferencia;

 una economía que no deja atrás a nadie, para construir una sociedad en la cual, las “piedras” que la mentalidad dominante descarta, se vuelvan “piedras angulares”;

 una economía que reconozca y tutele el trabajo digno y seguro para todos;

  una economía donde las finanzas sean amigas y aliadas de la economía real y del trabajo, y no estén en su contra [7] —porque la finanza tiene el peligro de volver “líquida” la economía, es más “gaseosa”; y procediendo con esta liquidez y este ser gaseoso ¡termina como la cadena de san Antonio!—.

Hoy hay cientos, miles, millones y quizá miles de millones de jóvenes que luchan por acceder a los sistemas económicos formales, o también solo por tener acceso al primer trabajo retribuido donde poner en práctica los conocimientos académicos, las competencias adquiridas, la energía y el entusiasmo. Quisiera animaros a vosotros, dirigentes de empresas y empresarios maduros y de éxito, a considerar una nueva alianza con los jóvenes que han creado y han trabajado en este Pacto. Es verdad que los jóvenes siempre te traen problemas, pero tienen el olfato de hacer ver el verdadero camino. Para caminar con ellos, enseñarles y aprender de ellos; y, juntos, dar forma a “una nueva economía para el bien común”.

Gracias por lo que hacéis, gracias por estar aquí. Bendigo este camino que vosotros haréis, que estáis haciendo, y bendigo a cada uno de vosotros y a vuestras familias. Y también vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!

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[1] Mensaje a los participantes en “Economy of Francesco”, 1 de mayo de 2019.

[2] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 333.

[3] Videomensaje con ocasión del 109° Encuentro de la Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 17 de junio de 2021.

[4] Mensaje a los participantes a la 108º sesión del International Labour Conference , 10-21 de junio de 2019.

[5] Videomensaje para la 7º jornada mundial de oración y reflexión contra la trata de personas, 8 de febrero de 2021.

[6] Videomensaje con ocasión del 109° Encuentro de la Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 17 de junio de 2021.

[7] Pacto para la economía de los participantes en Economy of Francesco , Asís, 24 de septiembre de 2022.



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