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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 29 de octubre de 1978

 

Queridos hermanos y hermanas:

Nos encontramos de nuevo para rezar el Angelus, igual que hace una semana. Ha pasado deprisa esta semana tan rica en encuentros y visitas importantes.

Hoy, último domingo de octubre, deseo atraer la atención hacia el Rosario. Pues octubre es el mes dedicado al Rosario, en toda la Iglesia.

El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a las que se asocia la Iglesia entera.

Se puede decir que el Rosario es en cierto modo un comentario oración sobre el capítulo final de la constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través se puede decir― del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana.

En las últimas semanas he tenido ocasión de encontrarme con muchas personas representantes de varias naciones y de ambientes distintos, así como también de varias Iglesias y Comunidades cristianas. Os aseguro que no he dejado de traducir estas relaciones en el lenguaje de la plegaria del Rosario, para que todos ellos se volvieran a encontrar en el corazón de la oración que da a todo una dimensión plena.

En estas últimas semanas he tenido ―como también ha tenido la Santa Sede― abundantes pruebas de benevolencia de parte de los hombres del mundo entero. Quiero plasmar mi gratitud en decenas del Rosario para poder expresarla en oración, además de manifestarla de modo humano; en esta plegaria tan sencilla y tan rica. A todos exhorto a recitarla fervorosamente.

Ayer por la tarde estuve en la cripta de la Basílica Vaticana, para celebrar la Misa al cumplirse los treinta días de la muerte de mi predecesor, el Papa Juan Pablo I; y también ayer, como sabéis, era el XX aniversario de la elección del Papa Juan XXIII, cuya imagen paterna está viva siempre en el corazón de los fieles.

Juan XXIII ha sido un Papa que ha amado mucho y fue intensamente amado. Recordémoslo en la oración y, sobre todo, procuremos poner en práctica la herencia valiosa de las enseñanzas que nos ha dejado con sus palabras, su afán de fidelidad a la Tradición y su afán de renovación, su vida y su piadosa muerte.

Digamos ahora juntos: Angelus Domini...

 

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