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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 5 de noviembre de 1978

 

¡Alabado sea Jesucristo!

Deseo dedicar este domingo de modo especial a los Santos Patronos de Italia. Me doy cuenta de que, por el hecho de haber subido a la Sede de Pedro en Roma, me encuentro en el centro de la historia de este país, de esta nación.

¡Italia! ¡Quién no conoce su pasado vinculado a la potencia de la antigua Roma, Roma-ciudad y Roma-imperio! Al corazón mismo de este antiguo imperio vino Pedro a quien Cristo había dicho "confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32). A esta ciudad encaminó a Pedro la mano omnipotente del Señor, cuando lo arrebató de la cárcel de Jerusalén y de las cadenas de Herodes.

Dentro del Cónclave, después de la elección, yo pensaba: ¿Qué diré a los romanos cuando me presente a ellos como Obispo suyo, yo que vengo de un "país lejano", de Polonia? Entonces me vino a la mente la figura de San Pedro, y pensé: Hace casi dos mil años también vuestros antepasados aceptaron a un recién llegado; por tanto, también vosotros acogeréis ahora a otro, acogeréis también a Juan Pablo II, como acogisteis un día a Pedro de Galilea.

Quizá no conviene volver sobre este tema, cuando los acontecimientos que se han sucedido han confirmado con cuánta cordialidad habéis acogido a un Papa no italiano, al cabo de tantos siglos. Por ello deseo dar las gracias en primer lugar a Dios, y luego a vosotros, por la magnanimidad que me habéis demostrado antes y ahora. Y precisamente hoy quiero corresponder de manera especial a vuestra acogida.

Con este fin voy a visitar a vuestros Santos Patronos: a Asís, ciudad de San Francisco, y a la tumba de Santa Catalina de Siena, que se encuentra, como sabéis, en la basílica de "Santa María sopra Minerva", de Roma. (Es una pena que la puesta del sol en el mes de noviembre no me consienta ir el mismo día también a Siena, como hubiera deseado). De este modo Juan Pablo II quiere insertarse en la historia de la salvación que ha quedado grabada tan elocuente y abundantemente en la historia de Italia y en varios lugares del país.

¡Italia! ¡Roma! estos nombres me han sido siempre familiares y amados. La historia de Polonia, la historia de la Iglesia en mi patria, están llenas de acontecimientos que me unen a Roma e Italia y me hacen amarlas y sentirlas mías.

Cracovia, mi ciudad de proveniencia, es llamada frecuentemente la "Roma polaca". Espero que viniendo de la "Roma polaca" a la Roma eterna, podré servir a todos como Obispo de Roma, bajo la protección de la Madre de la Iglesia y de vuestros Santos Patronos, a todos, pero de modo especial a esta amada tierra vuestra y a los hombres que me han acogido con tanta benevolencia.

Recemos el Angelus Domini. Roguemos por Roma y por Italia. Encomendemos en la oración a todos los habitantes de esta tierra tan bendecida por Dios. Encomendemos también a sus muertos, a los caídos y dispersos, víctimas de la guerra.

 



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