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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 21 de enero de 1979

 

1. Estamos en el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, que comenzó, como todos los años, el 18 de enero, con el tema "Estad los unos al servicio de los otros para la gloria de Dios" (1 Pe 4, 7-11).

El esfuerzo dirigido a la unión de todos los creyentes en Cristo tiene un significado, sobre todo, religioso.

Todos anhelamos satisfacer el deseo de nuestro Maestro y Redentor que, la víspera de su pasión y de su muerte, se dirigió al Padre con estas palabras: "Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros" (Jn 17, 11).

Recordemos lo que dice, a este propósito, la Constitución Gaudium et spes: "El Señor Jesús, cuando ruega al Padre que 'todos sean uno' (Jn 17, 21-22), abriéndonos perspectivas cerradas a la razón humana, nos sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad" (Gaudium et spes, 24).

Cada vez que oramos por la unión de los cristianos, entramos justamente en esta perspectiva. Creemos que esta perspectiva de la unión perfecta de los hijos de Dios, unidos en la verdad y en la caridad, debe ser reavivada constantemente por la oración continua y siempre confiada.

El programa de trabajo en este campo lo trazó el Concilio Vaticano II, y la Iglesia católica, por su parte, lo viene realizando con perseverancia y gradualmente, a través del Secretariado para la Unión de los Cristianos.

Lo más significativo en este programa es el respeto al hombre, a su conciencia, a sus convicciones religiosas, no sólo al patrimonio espiritual de cada Iglesia y de cada comunidad cristiana.

Sólo con esta base de respeto al hombre se pueden abrir caminos de acercamiento, de cooperación, de unión de los cristianos.

2. Pero el esfuerzo ecuménico tiene todavía un significado más amplio. Señala indirectamente los caminos que conducen al acercamiento, a la convivencia, a la cooperación y unión de los hombres. Y aquí es preciso comenzar por el respeto al hombre.

El programa para la unión viene a ser en nuestros tiempos un elocuente "signo de contradicción" en comparación con los diversos programas de lucha que se aprovechan del hombre, con tal de llegar a sus fines o de imponerlos a los demás.

Tal modo de actuar, tal "praxis", nada tiene que ver con la lucha honesta de convicciones diferentes, de concepciones diversas, en el campo de los problemas fundamentales de la vida social. Ese modo de obrar es una deformación práctica de cualquier ideología que aspira al bien del hombre.

Cuando mueren hombres inocentes, cuando la sociedad vive en estado de amenaza, entonces revela su rostro deteriorado: no la lucha por el bien del hombre, sino la lucha contra el hombre.

Esta lucha ―bajo diversos aspectos―, ¿no es acaso "un doloroso signo de nuestros tiempos?"

3. Por eso, es indispensable aquel "signo de contradicción" nacido de la oración del mismo Cristo y dictado por amor al hombre.

"No te dejes vencer del mal, antes vence al mal con el bien" (Rom 12, 21), dice el Apóstol.

En la época en que los diversos programas de lucha por el hombre muchas veces adquieren formas amenazadoras de lucha contra el hombre, es necesario un esfuerzo abierto al acercamiento de los hombres, a su unión a base del respeto de lo que es esencial y profundamente humano.

¡Que el movimiento ecuménico sea un ejemplo cada vez más claro de este esfuerzo!

¡Que este ejemplo venza a las fuerzas amenazadoras del odio, de considerar a los demás como extraños, de la lucha contra el hombre!

"Vence al mal con el bien"; he aquí la idea central de nuestra oración común en el día de hoy.

Sé que esta mañana están presentes cerca de tres mil muchachos y jovencitos que, después de haber oído la Santa Misa en " Sant'Andrea della Valle", han venido a la plaza de San Pedro, en ordenada "caravana de la paz", para saludar al Papa. Queridos, correspondo, con gran afecto, a vuestro testimonio de fe y de bondad, y os exhorto de corazón, en este mes de iniciativas para la paz, a combatir cada vez más generosamente las pasiones de la soberbia y del odio que están en la raíz de las destrucciones que amenazan la paz, y a convertiros en promotores de concordia y de fraternidad.

Acordaos de las palabras que dijo Jesús durante la última Cena: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros" (Jn 13, 35).

 



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