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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 1 de abril de 1979

 

"Scindite corda vestra... Rasgad vuestros corazones".

1. En el tiempo de Cuaresma se repite frecuentemente esta frase del Profeta Joel: "Rasgad vuestros corazones, no vuestras vestiduras" (Jl 2, 13). Recordemos ese gesto: cuando la noche, entre el jueves y viernes, Jesús se encontró ente el tribunal del Sanedrín, el sumo sacerdote le preguntó: "Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios"; y cuando Jesús contestó afirmativamente, Caifás se rasgó las vestiduras (cf. Mt 26, 59-68).

El gesto de rasgar las vestiduras expresaba indignación, ira santa, e incluso dolor. Manifestaba una gran perturbación interior. Pero podía ser también un gesto puramente externo que no alcanzaba la verdad íntima del corazón".

Por eso el Profeta advierte: "¡Rasgad el corazón!".

2. Se trata de una invitación de actualidad en el tiempo de Cuaresma, y sobre todo en estas dos últimas semanas que preceden a la Pascua. La invitación se dirige a cada hombre, a su interior, a su conciencia. La conciencia es la medida del hombre. Ella da testimonio de su grandeza, de su profundidad. Para que esta profundidad se abra, para que el hombre no se deje quitar tal grandeza, Dios habla con la palabra de la cruz. Verbo crucis: ésta es la palabra última, definitiva. Dios ha querido emplear y emplea siempre en las relaciones con el hombre esta palabra que toca la conciencia, que tiene capacidad de rasgar el corazón humano.

El hombre interior debe preguntarse a sí mismo por qué motivo se ha decidido Dios a hablar con esta palabra. ¿Qué significado tiene esta decisión de Dios en la historia del hombre? Esta es la pregunta fundamental de la Cuaresma y del período litúrgico de la pasión del Señor.

3. El hombre contemporáneo experimenta la amenaza de una impasibilidad espiritual y hasta de la muerte de la conciencia; y esta muerte es algo más profundo que el pecado: es la eliminación del sentido del pecado. Concurren hoy muchos factores para matar la conciencia en los hombres de nuestro tiempo. Y esto corresponde a la realidad que Cristo ha llamado "pecado contra el Espíritu Santo". Este pecado comienza cuando al hombre no le dice ya nada la Palabra de la cruz como el grito último del amor, que tiene el poder de rasgar los corazones. Scindite corda vestra.

La Iglesia no cesa de pedir por la conversión de los pecadores, por la conversión de cada uno de los hombres, de cada uno de nosotros, precisamente porque respeta, porque estima la grandeza y la profundidad del hombre y revisa el misterio de su corazón a través del misterio de la cruz.

Aceptemos, por tanto, la advertencia de San Pablo que nos exhorta "a no recibir en vano la gracia de Dios" (2 Cor 6, 1), más aún, a entender y experimentar la realidad maravillosa de que "el que es de Cristo se ha hecho criatura nueva" (ib. 5, 17).

4. Los episodios de violencia criminal ocurridos recientemente aquí en la misma Roma, en Londres, Holanda, España y en otras partes, han causado viva amargura en mi ánimo, así como en cuantos tienen sentimientos cristianos y humanos de respeto a la vida, don sagrado de Dios. Deseo expresar mi deploración profunda por la ya tan larga cadena de crueles delitos que ofenden vivamente la dignidad y honor del hombre.

Pido y deseo que todos comprendan que no se puede instaurar una sociedad justa y bien constituida, mediante el odio y la violencia.

La proximidad de los días de la pasión del Señor, que murió por nuestra salvación, reconciliándonos con Dios y obteniéndonos su perdón, nos sirva de estímulo para un renovado empeño por promover la fraternidad y el amor entre los hombres.

Pidamos ahora al Señor, por intercesión de la Virgen, la tranquilidad en el orden sin la cual no puede haber pacífica convivencia civil.


Después del Ángelus

Sé que está aquí un grupo milanés de estudiantes del instituto de la Virgen de la Consolación. Dirijo a todos sus componentes un saludo particular en el Señor y un augurio ferviente de todo bien.

* * *

Séame permitido saludar no sólo a los grupos, sino a cada persona. Quiero deciros que vuestra presencia es preciosa para mi, y más precioso aún vuestro deseo de que recemos juntos. Esto es de gran valor para mí. Y sé que no sólo vosotros aquí presentes estáis rezando conmigo, sino muchos otros. En Polonia hay mucha gente que espera el momento del Ángelus para unirse al Papa y orar con él. Queridísimos: Esta es nuestra fuerza: la comunión en la oración. Ensanchémosla más cada vez; hagámosla más amplia y universal, más romana e italiana y más internacional, para crear así una manifestación silenciosa de las potencias del amor, que deben prevalecer sobre las potencias del odio y la destrucción.

¡Alabado sea Jesucristo!



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