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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 24 de octubre de 1982

 

1. Hoy nuestro pensamiento tiene un punto de referencia obligado: puesto que en toda la Iglesia se celebra la Jornada mundial de las Misiones, no podemos menos de reflexionar en torno a la gran causa de la evangelización de los pueblos. Se trata de una causa tan amplia como toda la tierra (cf. Mt 28, 19; Mc 16, 15), tan importante y vital que se identifica, antes que con la acción, con la misma razón de ser de la Iglesia de Jesucristo. Por algo el Concilio Vaticano II, en el documento fundamental dedicado a la problemática de las misiones en el mundo de hoy, ha hablado así con evidencia escultural: "La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera" (Ad gentes, 2).

2. Pero, ¿qué significa ―debemos preguntarnos― reflexionar acerca del problema de las misiones? Precisamente significa, partiendo del principio que acabamos de recordar de la esencial dimensión misionera de la Iglesia, prestar una atención siempre vigilante y un interés directo por las misiones; significa compartir, en la sintonía de la caridad, con todas las fuerzas de la Iglesia la pertenencia, la relación, el vínculo que cada uno de nosotros, como hijo de la Iglesia y por ser hijo de la Iglesia, tiene con cada uno de los hermanos que trabajan en las misiones lejanas.

Ante esta causa cuentan poco las distancias geográficas y las diferencias ético-culturales, aunque sean notables: cada uno de nosotros en una Jornada como ésta, debe saber y querer dirigir con especial intención su mente y su corazón a aquellos ―hombres y mujeres, religiosos y laicos― que, a costa de innumerables y muy frecuentemente ocultos sacrificios, actúan en servicio del Evangelio en las diversas regiones del mundo. Este pensamiento será como un ejercicio activo y, diría, incluso un significativo test de la existencia de una concreta comunión eclesial.

3. Por mi parte, consciente del gravísimo deber que, en virtud del ministerio de Sucesor de Pedro, tengo en relación con las misiones católicas, deseo enviar un saludo especial a la elegida falange de misioneros y misioneras, esparcidos por el mundo. A ellos, como a hermanos y hermanas predilectos, con el saludo y la felicitación, dirijo mi elogio, mi estímulo, mi gratitud. Se trata de sentimientos que quiero manifestar públicamente, con la seguridad de interpretar a la vez los de todos vosotros, presentes en esta plaza o unidos a nosotros por medio de la radio y la televisión. Debo añadir que sobre todos estos sentimientos prevalece el de la gratitud, porque, gracias a la obra de los misioneros, la Iglesia de Cristo, según la dinámica de la buena semilla y de la buena levadura, se incrementa y se difunde (cf. Mt 13, 31-33).

4. La Jornada de las Misiones significa, sobre todo, oración a Jesús Salvador, que "aniquiló la muerte y sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del Evangelio" (2 Tim 1, 10). Es decir, todos nosotros, estamos invitados a suplicar al Señor no sólo por el consuelo espiritual de estos hermanos y hermanas nuestros, sino también con renovada imploración para acelerar la venida del reino de Dios sobre la tierra. Entre las invocaciones que contiene el Pater noster, hoy debe asumir más fuerte relieve la que dice: "Venga a nosotros tu reino". Que nos ayude a expresarla con los labios y con la vida, en actitud de profunda fe, la Madre misma del Señor Jesús.



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