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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 13 de marzo de 1983

 

1. Queridos hermanos y hermanas:

"Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo" (2 Cor 5, 19).

Estas palabras de San Pablo se hallan en el centro mismo de la liturgia de hoy, IV domingo de Cuaresma. Son palabras de la segunda Carta a los Corintios, y las leemos sobre el fondo de la parábola del hijo pródigo del Evangelio según Lucas. Esta parábola nos habla de modo especialmente convincente. Dice: he aquí cómo es este Dios que sale al encuentro de cada hombre, y que en Jesucristo ha reconciliado al mundo consigo.

Verdaderamente este Dios es "Rico en misericordia" ("dives... in misericordia", Ef 2, 4).

He aquí, para cada uno de nosotros, la llamada a la conversión, a la reconciliación con Dios en el misterio pascual.

He aquí la palabra que nos prepara a la celebración del Año de la Redención, que dentro de poco comenzará en la Iglesia.

2. Dios ha reconciliado al mundo consigo en Cristo.

Hoy puedo hablar por primera vez después de mi regreso de América Central.

Quiero dar gracias a la Divina Providencia por este singular servicio pastoral. Durante los días pasados he podido visitar los siguientes países: Costa Rica, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Guatemala, Honduras, Belice y Haití. He tenido la alegría de participar en el Congreso Eucarístico de Haití. He podido encontrarme con los Episcopados de América Central y con el Consejo Episcopal de América Latina.

Doy las gracias a mis hermanos en el Episcopado, así como también a los sacerdotes, religiosos y religiosas de las diversas órdenes y congregaciones.

Doy las gracias a las autoridades de cada uno de los países.

Uno todas estas acciones de gracias en una sola, dirigiéndola a las sociedades de los países visitados. Efectivamente, ellos, juntamente con los obispos, constituyen el Pueblo de Dios de América Central.

Muchas son las tensiones y los sufrimientos que gravitan sobre la vida de estas sociedades. Los sucesos de los últimos años han causado muchas víctimas. He tratado de dar testimonio de ello. He intentado, sobre todo, manifestar el amor que los pobres y los que se sienten probados por cualquier sufrimiento encuentran en el corazón de la Iglesia.

Este amor grita justicia y paz para las sociedades de América Central.

Este amor tiene su fuente en Cristo: en Cristo, en el cual Dios ha reconciliado al mundo consigo.

3. Sé que mi ministerio pastoral en América Central ha estado acompañado por la oración de toda la Iglesia. Esta oración ha sido particularmente ferviente en Roma y en Italia. Doy las gracias al Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, y al cardenal Vicario de Roma; y agradezco a los Intelectuales Católicos su especial llamada. Expreso mi reconocimiento a los diversos Movimientos, entre los cuales veo en gran número a los que pertenecen a las Comunidades neocatecumenales. Os doy las gracias a todos vosotros por vuestra presencia hoy en la plaza de San Pedro.

Que nuestra oración común ayude a los pueblos de América Central a realizar la justicia por los caminos de la paz. Que la Iglesia sirva a la gran causa del Evangelio; en efecto, él indica los caminos de la paz y de la reconciliación.

 



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