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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 5 de febrero de 1984

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Este domingo y, si Dios quiere, los domingos siguientes me detendré con vosotros sobre algunos aspectos de la piedad Mariana, es decir, sobre el amor y devoción filial con que los discípulos de Cristo, en Oriente y en Occidente, veneran a María Santísima. Esta piedad es el resultado de una entusiasmante "experiencia cristiana", pues se enraíza en el misterio de Cristo y tiene en Él su origen y justificación, la razón de su progreso y el fin último a que tiende por un intimo dinamismo.

"Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1, 1), escribe Juan en el prólogo de su Evangelio. Y añade: "Todas las cosas fueron hechas por Él (ib., 3). Todas las cosas. También María. Es más, sobre todo María que, después de la santa humanidad de Cristo, constituye el vértice de la creación, la gloria del universo" (Liturgia Horarum, 8, dic, Ad Laud., Hym.), como la saluda la Liturgia.

"En Él fueron creadas todas las cosas... por Él y para Él" (Col 1, 16), recalca el Apóstol Pablo. Todas. También María. Para Él fue creada, para que fuese su madre santa, y en su seno virginal el Verbo tomase la naturaleza humana; para que fuese su discípula fiel que guardase en el cofre de un corazón puro la palabra de vida (cf. Lc 2, 19-51); la mujer nueva, puesta junto a Él, Hombre nuevo, redentor de todos los hombres; para que fuese el arca de una Alianza no rota; la imagen del nuevo Pueblo de Dios y de la nueva Jerusalén; el fruto primero y ya completamente maduro de la redención.

2. "Por Él...", "... para Él", nos dicen las Escrituras. Por consiguiente, todo hace relación a Cristo en María, todo depende de Él, todo está invadido de su misterio.

Ya desde los tiempos apostólicos, los cristianos, contemplando a Jesús "Señor de la gloria" (cf. 1 Cor 2, 8), y profundizando en el misterio de su persona ―Hijo de Dios y, por María, hijo del hombre―, comprendieron el papel esencial de María en la obra de la salvación. Y después, poco a poco, reflexionando sobre la unión inseparable de la Madre con los acontecimientos salvíficos de la vida, muerte y resurrección de Jesús, asumieron respecto de Ella una actitud de estupor emocionado, homenaje confiado y veneración amorosa.

3. Como es sabido, el "misterio de Cristo" en el que se enraíza la piedad Mariana, por la acción del Espíritu se ha traducido en palabras y consignado a la Escritura divina como anuncio de salvación, y en la Sagrada Liturgia se realiza y celebra como acontecimiento de gracia.

De hecho, cuando se examina la documentación antigua y la Tradición sagrada, resulta que la piedad Mariana tiene su origen en la meditación de la Biblia y en la celebración de los misterios divinos. Esta feliz constatación se transforma espontáneamente, queridos hermanos y hermanas, en el anhelante deseo de que nuestra piedad hacia la Madre de Jesús siga estando anclada siempre en esta doble fuente genuina y fresquísima: la Palabra de Dios y la santa Liturgia.

 



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