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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de marzo de 1984

 

Muy queridos hermanos y hermanas:

Como es la hora de mediodía, hemos de añadir a nuestra celebración eucarística la oración del "Angelus Domini". Quiero recitar esta plegaria, quiero rezarla con vosotros antes de la bendición final de la Misa.

Quiero agradecer otra vez a todos los presentes su fervorosa participación; y quiero extender este agradecimiento a todos los peregrinos que han venido a Roma, pero a causa de la lluvia no han podido entrar en la Basílica para participar en nuestra asamblea litúrgica que debía haberse celebrado fuera, en la plaza, y ha tenido que reunirse dentro, en la Basílica. Así, pues, quiero unirme a todos los peregrinos, también a aquellos que están aquí espiritualmente, ¡y son muchos!

Pensamos en el gran mundo del trabajo de todos los países, de todas las naciones, de todo el mundo. Con ellos queremos entrar ahora, queridísimos, en la Casa de Nazaret, queremos acercarnos al taller donde trabajó junto a José y bajo la mirada maternal de María, el Hijo de Dios; el Hijo de Dios hecho hombre conoció la experiencia del trabajo humano; era uno de nosotros. Así que entremos en esta Casa de Nazaret y llevemos a ella todos los problemas del trabajo del hombre contemporáneo, de los pueblos del mundo, de este país: todos los problemas sociales, económicos, políticos, culturales, morales, todas las preocupaciones que existen en el campo del trabajo, especialmente la preocupación que nace de la desocupación, del paro de muchos, sobre todo jóvenes. Después, los problemas que tanto nos interesan, que están tan ligados a la problemática del trabajo, como son los problemas del hambre en el mundo, los problemas de la paz en el mundo. ¿Por qué esta amenaza de guerra? ¿Por qué estos principios de lucha? En la vida humana, en la vida social, en la vida internacional hay que dar un lugar, y lugar primordial, al principio de solidaridad. Hay que resolver el problema; también la lucha, la lucha justa en el campo social debe estar siempre subordinada al principio de solidaridad, pues la lucha sola produce únicamente guerras. En este Año de la Redención debemos examinar de nuevo los principios fundamentales que rigen a la humanidad: ver si no son falsos, si no deben cambiarse para poner a salvo la justicia verdadera, para salvar la paz del mundo, para salvar a la humanidad de su destrucción.

Y así volvamos a esta Casa de Nazaret, volvamos junto a Jesús obrero, a José, María y Jesús, volvamos a la Sagrada Familia. El hombre es la finalidad del trabajo, la familia es la finalidad del trabajo, la paz es la finalidad del trabajo. No se puede tergiversar el trabajo humano ni alienarlo; y lo digo, queridísimos, en el nombre de Jesús porque es su año, el Año Jubilar de la Redención. El trabajo humano ha sido redimido, y se ha dado así de nuevo a Dios en Jesucristo; se ha dado al hombre para que sea su bien, para que lleve al desarrollo humano, cristiano, cultural y social.

Unidos de este modo a Jesús, María y José en la Casa de Nazaret, recemos nuestro Ángelus del II domingo de Cuaresma.

 



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