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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 20 de enero de 1985

 

1. Rezamos "el Ángelus Domini".

Repetimos las palabras de la Virgen de Nazaret: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra" (Lc 1, 38).

Después de esto anunciamos la Buena Nueva: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1. 14).

De este modo expresa el Evangelio de Juan la Buena Nueva.

2. En cambio, la enseñanza de la Carta a los Hebreos (cf. Heb 10, 7) hace sentir el mismo misterio con un eco de las palabras del Salmista:

"...Aquí estoy yo / —como está escrito en mi libro— / para hacer tu voluntad. / Dios mío, lo quiero / y llevo tu ley en las entrañas" (Sal 39/40, 8 s.). Rezamos este Salmo en la liturgia de la Palabra de este domingo.

3. "Aquí estoy yo"; la Carta a los Hebreos pone estas palabras en la boca del Hijo Eterno, en la boca del Verbo, cuando éste "se hace carne".

Efectivamente, "se hace carne": al hacerse hombre, el Hijo Eterno "viene" para cumplir aquí en la tierra, entre los hombres y por los hombres, la voluntad del Padre.

Y esto se realiza por obra del Espíritu Santo.

Se realiza mediante la obediencia de la Virgen de Nazaret, la cual —al ser llamada para ser la Madre del Verbo— responde: "Hágase en mí".

4. Todo esto se encierra en nuestra oración del "Ángelus Domini". A todo esto la Iglesia nos recomienda volver cada día, más aún, tres veces al día.

Efectivamente, es preciso que nosotros perseveramos incesantemente en el corazón mismo del misterio, que nos ha desvelado hasta el fondo que "Dios es amor"; que nos ha unido a Dios en la misma profundidad de ese amor que es Él.

Es preciso que nosotros perseveremos en este amor.



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