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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 13 de octubre de 1985

 

1. Hemos vivido la liturgia festiva de hoy con el recuerdo de los Santos Cirilo y Metodio. Este recuerdo, por el significado de la obra de los dos Santos hermanos, es inseparable de una gran "nostalgia de la unión" entre las Iglesias hermanas de Oriente y de Occidente.

Llamamos nostalgia al dolor agudo que envuelve el recuerdo de la patria lejana, y que impulsa irresistiblemente a encontrarla de nuevo.

Esta nostalgia, que aflora más vivamente en la conciencia gracias a una comprensión profunda del misterio de la Iglesia, es el alma del esfuerzo ecuménico, que tiende a encarnar la originaria y original concepción sinfónica de la unidad madurada en el Concilio Vaticano II, del que recordamos hoy la inauguración, que tuvo lugar hace 23 años; el 11 de octubre.

La unidad, lo mismo que la verdad, es sinfónica: el Concilio lo puso de relieve oportunamente.

2. Los Santos hermanos de Tesalónica, con un espíritu profético, del que ahora, después de 11 siglos, advertimos toda la profundidad, comprendieron que el dinamismo de encarnación de la fe cristiana en el tejido viviente de los nuevos pueblos estaría adecuadamente garantizado por la plena comunión entre Roma y Constantinopla, las dos grandes corrientes de tradición cristiana que surgieron en el seno de la única Iglesia. Su misión, como en un espléndido mosaico, enriquecería con nuevas teselas el único Cuerpo de Cristo.

Ellos anunciaron el Evangelio en el nombre de la Iglesia indivisa. Su trabajo fue bendecido: todo el mundo eslavo, de modo directo o indirecto, quedó afectado por él.

A través de la antigua Kiev, el Evangelio, proclamado en lengua eslava, alcanzó luego progresivamente las extremas regiones orientales de nuestro continente. Las queridas poblaciones cristianas que viven hoy en esas regiones, los bielorrusos, los rusos, los ucranios, se disponen a celebrar, dentro de tres años, el gran jubileo de su bautismo. El Evangelio es la verdadera lengua materna del hombre, destinada a florecer en la variedad de los idiomas propios de los diversos pueblos.

Vemos con claridad, y hoy más que nunca, que el esfuerzo misionero de la Iglesia está íntimamente unido con el ecuménico, como la doble vertiente de una misma tarea.

3. En la antigua lengua eslava hay dos palabras que significan mundo: svet y mir. La primera significa tanto mundo como luz. La segunda significa, a la vez, mundo y paz.

Estas sencillas palabras, con sus ondulaciones alusivas, expresan la conciencia y la espera de la paz luminosa, del pacificador esplendor del ser que irradia su bien.

Las cosas han sido hechas para existir en la paz y en la luz. La espera grabada en estas palabras, si está conscientemente abierta al cumplimiento que es Cristo, nuestra paz y nuestra luz, lleva a la curación de la ideología, es decir, a la curación de esa tentación particular que, durante los últimos siglos, con la multiplicidad de sus formas históricas, ha sugestionado tanto, hasta casi hacerlo sucumbir, al hombre del continente europeo.

El recuerdo de los Santos Cirilo y Metodio pone ante nuestra mirada, como una realidad inseparable de su memoria, la meta de la plena comunión que permitirá a la Iglesia respirar de nuevo con sus dos pulmones: el oriental y el occidental, y simultáneamente ofrecer con eficacia renovada al hombre de hoy la verdad salvadora del Evangelio.

Confío a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, el deseo de que en el próximo Sínodo extraordinario se haga más clara, en una renovada escucha del Concilio, la conciencia de la tarea que espera la Iglesia en los umbrales de una nueva época.



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