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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 11 de enero de 1987

 

1. "Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús" (Lc 1, 31).

Reunidos para rezar el "Ángelus Domini" recordamos siempre estas palabras, dichas a María en la Anunciación.

Estas palabras se cumplieron la noche de Belén. María dio a luz al Hijo de Dios, y al octavo día se le dio el nombre de Jesús, que quiere decir "Salvador".

La Iglesia vive todo esto durante el tiempo de la Navidad del Señor, en el que el año precedente deja su lugar al siguiente. Y este pasar de los años nos permite pensar en la "plenitud del tiempo" en que vivimos, desde que, por amor del Padre Eterno, el Hijo, engendrado desde la eternidad, se hizo hombre por obra del Espíritu Santo.

2. A este misterio inefable ―a esta Epifanía divina― se acerca también la Iglesia el día de la llegada de los Magos de Oriente.

El misterio que se ha desvelado a los ojos de su fe, luego casi se queda escondido: primero con la huida a Egipto para evitar las atrocidades de Herodes; y después con el período de treinta años transcurridos en el silencio de la casa de Nazaret.

3. Hoy, la Santa Epifanía retorna en la liturgia de la Iglesia. Jesús ya ha salido de su vida oculta de Nazaret y ha emprendido la misión mesiánica, conforme a las predicciones de los Profetas.

Jesús el Nazareno se dirige al Jordán, donde Juan administra el bautismo de penitencia, anunciando al Mesías.

Y en la Epifanía de este domingo hay una inaudita abundancia del contenido salvífico.

Viendo a Jesús, Juan pronuncia las palabras: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Estas palabras contienen lo que leemos en Isaías sobre el Siervo de Yavé, doliente e inmolado. Estas palabras ―ya en el Jordán― preparan el misterio pascual de la cruz.

Y, al mismo tiempo, las palabras del Mensajero van acompañadas por el testimonio del Padre: "Este es mi Hijo, el amado, el predilecto, escuchadle" (cf. Mt 3, 17).

4. Nos encontramos en el culmen de la Epifanía.

Te pedimos, María, que el misterio de tu Hijo se abra cada vez más profundamente a los ojos de nuestra fe.

Pues Tú creíste por primera vez: "Dichosa Tú que has creído!

Guíanos por este camino que lleva, a través de la Epifanía terrena de tu Hijo, a la plenitud de la luz que está en el Padre, en el Verbo y en el Espíritu Santo.



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