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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 21 de febrero de 1988

 

1. Las dolorosas noticias que llegan estos días de Brasil, donde la región de Río de Janeiro ha sido afectada por una grave inundación, me hacen dirigir mi pensamiento, en este encuentro de oración hacia esa tierra tan querida y tan probada. Voy en peregrinación espiritual a arrodillarme a los pies de "Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción Aparecida" Reina y Patrona de Brasil, con el fin de implorar su maternal intervención para alivio de tantos hijos suyos.

La devoción de la Virgen Aparecida está arraigada desde hace mucho en el corazón de los brasileños. Los orígenes del santuario se remontan a los tiempos en los que tres pescadores encontraron una pequeña estatua de la Virgen, de color oscuro y con el rostro sonriente, que vieron emerger de las aguas, atrapada en las redes, con las cuales pudieron luego recoger una pesca muy abundante. Los tres reconocieron en el suceso un signo de la protección especial de la Virgen. Desde ese día la Virgen Aparecida está constantemente presente en los corazones, en las familias, en la Iglesia y en la historia del pueblo brasileño, como Madre "Aparecida", esto es, donada por Dios.

2. Más de cinco millones de peregrinos van cada año a manifestar su amor a la Virgen Aparecida. Miran a su Madre como hijos, y ven en sus manos recogidas en oración la actitud de Aquella que adora, que cree, que espera, que ama, que está totalmente disponible a la voluntad divina y dispuesta a servir a todo el que se dirige a Ella; ven en su sonrisa la alegría de quien vive con Dios, la felicidad de quien se hace esclava y acepta llevar con Cristo el peso de cada día; ven en Ella la bondad de un corazón que se abre a sus sufrimientos y a sus esperanzas, que tiene compasión por los pecadores y los llama a la conversión; ven, finalmente, en Ella a la medianera que intercede por el bien de sus hijos, reavivando su fe y caridad.

3. Elevamos hoy nuestra plegaria a la Virgen para que "aparezca", es decir, se haga presente una vez más entre sus hijos de esa gran nación, socorriéndoles en sus necesidades presentes, acogiendo a las almas de las víctimas, confortando a los supervivientes especialmente a los que han perdido en la catástrofe alguna persona querida, animando a todos a un compromiso generoso de efectiva solidaridad hacia el que tiene necesidad.

Que los brasileños de hoy, como los de ayer, encuentren en la devoción a la Virgen Aparecida el estimulo y la ayuda para llevar una vida de coherencia cristiana adhiriéndose a la Palabra de Dios y sirviendo a los hermanos.

4. Este es un deseo que sintoniza muy bien con el tiempo litúrgico que estamos viviendo: la Cuaresma es tiempo de purificación, tiempo de oración y de generosidad. Cada cristiano debe sentirse invitado, en estas semanas, a un esfuerzo de renovación interior, gracias al coraje de una leal revisión de vida y de una escucha más generosa de las sugerencias que el Espíritu hace resonar en el corazón.

La Virgen Santa despierte en cada uno el deseo de aceptar esta invitación, de modo que la Cuaresma sea, como debe ser, un camino de gozosa y liberadora preparación a la Pascua.



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