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VIAJE APOSTÓLICO A MALTA

JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 27 de mayo de 1990
Basílica de San Pablo, Rabat

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Los enfermos son una parte muy especial del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Esta mañana me siento feliz de encontrarme con algunos representantes de la población de Malta y Gozo, que son ancianos o sufren diversos tipos de enfermedad. Al saludaros, hago mías las hermosas palabras que encontramos en la primera Carta de Pedro: "Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria" (1 P 4, 13). Alabemos ciertamente a Dios todopoderoso por las muchas maneras en que nos fortalece en la esperanza y nos da su consuelo, incluso en medio de las pruebas y sufrimientos que acompañan nuestra vida aquí en la tierra.

La preocupación de la Iglesia por los enfermos deriva del ejemplo de Jesús mismo que, cuando predicaba el Evangelio del Reino, iba "curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mt 4, 23). Mediante sus numerosos milagros Jesús mostró qué cerca está Dios de cada uno de nosotros, y qué grande es su poder de curar y salvar a los que lo invocan con fe. En todo tiempo la Iglesia se esfuerza por continuar la misión salvadora de Cristo cuidando de las necesidades físicas y espirituales de los enfermos. Sabe que la gracia de Dios se perfecciona en la debilidad, y que en sus miembros sufrientes el poder salvador de la cruz de Cristo está misteriosamente presente y eficaz.

2. No lejos de aquí está la gruta donde, según una venerable tradición popular, san Pablo vivió durante su estancia en Malta. Como sabéis, san Pablo se alegraba en los muchos sufrimientos que soportó por el Evangelio. Comprendió que sólo por el sufrimiento con Cristo llegamos a participar del poder de su resurrección (cf. Flp 3, 10-11).

Nuestra fe católica nos enseña que, por la comunión de los santos, los miembros de la Iglesia están unidos unos con otros en una profunda solidaridad espiritual. Nuestras oraciones, nuestros sufrimientos y nuestros gozos afectan a los demás de un modo que sólo Dios conoce plenamente. A través de la vida de la gracia, cada uno de nosotros tiene la oportunidad de cooperar con Jesús para que el poder salvador de su cruz ejerza su acción sobre las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. Como el mismo Pablo señaló, podemos completar "lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).

Cuando las personas están enfermas, o cargadas de problemas, a menudo se sienten tentadas a pensar sólo en sus propios problemas. Pero la fe nos invita a mirar más profundamente, y ver el inmenso bien que podemos hacer a nuestros semejantes ofreciendo nuestros sufrimientos en unión con Jesús como sacrificio agradable a Dios, nuestro Padre, por las necesidades de toda la humanidad. ¡Cuánta gente hoy está necesitada de nuestras oraciones! Cuando recemos por nuestra familia, por nuestros amigos, por la paz entre las naciones, por la armonía entre las personas, por el fin de los problemas como el hambre, la enfermedad o el abuso de drogas, podemos confiar en que nuestras oraciones serán escuchadas.

3. Queridos amigos, en esta ocasión deseo decir unas palabras de agradecimiento a las personas y grupos que atienden a los ancianos y enfermos de Malta. Junto con las empresas públicas, algunas organizaciones de la Iglesia, como el "Kummissjoni Morda" de la Acción Católica maltesa, Cáritas y la Asociación para el transporte de los enfermos a Lourdes, están dedicadas a la asistencia de los enfermos de Malta. En sus asilos para ancianos, para minusválidos y para quienes se recuperan de la adicción a las drogas, la Iglesia está prestando una contribución notable para el bienestar espiritual y físico de la sociedad maltesa.

Mis pensamientos se dirigen también a los numerosos familiares, amigos y voluntarios, que confortan y apoyan a los ancianos y los enfermos con su presencia y su amor. Vuestra generosidad y compasión por vuestros hermanos y hermanas necesitados reflejan la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 30-37), cuya compasión hacia su prójimo era la expresión de un profundo amor y solidaridad (cf. Salvifici doloris, 28).

Dentro de un momento recitaremos juntos el hermoso himno Regina coeli, que invita a toda la Iglesia a participar de la alegría de la Santísima Virgen María por la resurrección de Jesús, su Hijo. Incluso cuando permanecía al pie de su cruz, María nunca dejó de confiar en que las promesas de Dios se cumplirían. Por esta razón, María es el modelo de todos los discípulos que buscan seguir al Señor con una fe inquebrantable, con esperanza y amor. Con una gran confianza en la infinita misericordia y bondad de Dios, unámonos a María en este último domingo de mayo, el mes de María, rezando por todos los que llevan una pesada carga de sufrimientos, para que lleguen a conocer la alegría de su victoria eterna.



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