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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 8 de marzo de 1992

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. La Cuaresma camino hacia la Pascua del Señor, nos invita y nos urge continuamente a ir al encuentro de Cristo. Es un tiempo fuerte del año litúrgico durante el cual nuestra atención se centra de manera particular en la cruz del Redentor.

La peregrinación espiritual que, con ocasión del V Centenario de la evangelización del nuevo mundo, estamos realizando por algunos santuarios de América, hoy, primer domingo de Cuaresma, nos lleva al célebre templo del Santo Cristo de Esquipulas, en Guatemala cerca de las fronteras con El Salvador y Honduras.

Allí, desde los comienzos de la evangelización de América Central, se venera una impresionante imagen de Cristo crucificado, «El Señor de las misericordias»; imagen que los mismos indígenas del lugar pidieron al misionero que les enseñaba la doctrina cristiana después de haber recibido la catequesis sobre la pasión y muerte de Jesús de Nazaret.

El crucifijo —obra realizada por un artista del lugar en 1595— estuvo en varios sitios hasta que fue trasladado al grandioso templo inaugurado en 1759. A partir de entonces el santuario del Santo Cristo de Esquipulas, maravilla arquitectónica de aquella región, es un centro vital de fe y evangelización. Las peregrinaciones que, sobre todo en este tiempo de Cuaresma, acuden a Esquipulas, no sólo de Guatemala sino también de los países vecinos, han hecho del santuario un foco de luz y esperanza para todos los pueblos de Centroamérica.

2. En estos últimos años, Esquipulas se ha convertido también en un lugar simbólico o emblemático en el que, con reuniones y negociaciones animadas por la Iglesia, se intenta forjar la paz en las naciones de América Central.

Bendigo y aliento los esfuerzas que gobernantes y hombres de buena voluntad están haciendo para asegurar un futuro de paz y desarrollo a los pueblos de aquella región.

3. La paz, obra de la justicia, tiene que ser uno de los frutos de la nueva evangelización.

La IV Conferencia general del Episcopado latinoamericano ha de dar, en todo el continente, un impulso decisivo al anuncio y realización del evangelio de la paz, con todas las exigencias e implicaciones sociales que el mismo comporta.

Pidamos a María, Virgen dolorosa, que obtenga para América Latina y para el mundo entero esa paz que sólo puede ofrecer Cristo crucificado y resucitado.

 



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