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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 31 de enero de 1993

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Se celebra hoy en todo el mundo la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Desde que la voz profética de Raúl Follereau denunció el abandono inhumano en el que se encontraban los leprosos, han pasado muchos años, durante los cuales ha crecido la atención hacia la lepra, y se ha hecho mucho por curarla. Pero sigue escandalizando el hecho de que una enfermedad como ésta, aunque sea terrible, continúe cobrándose víctimas sólo porque no se les presta un tratamiento adecuado. Queridos hermanos y hermanas, ¡cuántos sufrimientos desaparecerían o, por lo menos, se mitigarían, si disminuyeran los egoísmos y creciera la solidaridad! El objetivo de esta celebración no consiste sólo en solicitar el apoyo material y espiritual indispensable para todos los que están afectados por esta enfermedad sino también en sensibilizar la opinión pública acerca de las condiciones dramáticas de pobreza e injusticia en las que se encuentra gran parte de la humanidad. Es preciso vencer, ante todo, la indiferencia, verdadera lepra del espíritu.

Es necesario convertirse en promotores y constructores, en todos los niveles, de una cultura auténtica de la esperanza, que defienda y proteja la vida humana.

2. «Comenzar nuevamente del respeto a la vida para renovar la sociedad» es precisamente el tema de la Jornada mundial de la vida, que se celebrará el domingo próximo. Por esos días, me encontraré de visita pastoral en algunos países del amado continente africano, donde es tan fuerte el sentido de la naturaleza, de la vida y de la familia.

Queridos hermanos y hermanas, quisiera que el problema de la vida, relacionado íntimamente con el de la familia, estuviera en el centro de la atención de todos. Como los obispos italianos reafirman oportunamente en su mensaje para esta celebración, es necesario que las personas de buena voluntad «se unan e impulsen a las estructuras sociales y civiles a crear las condiciones para una moralidad más difundida y exigente. El primer compromiso es el de poner las bases para una política familiar nueva».

Lo que sorprende más, sobre todo en los países de economía más avanzada, es la facilidad con que se acepta una contradicción evidente: por una parte, crece plausiblemente el interés por la defensa de la naturaleza y el cuidado de la vida humana, con el auxilio de las técnicas más avanzadas; y, por otra, en un amplio sector de la opinión pública y en muchas legislaciones estatales, se niega el derecho a la vida del ser humano recién concebido.

La vida humana es un bien indivisible; es una maravilla que hay que descubrir siempre con nuevo estupor; es un don de Dios, sagrado e intangible, que hay que acoger con agradecimiento.

3. Que María, la Virgen Madre del Verbo de Dios hecho hombre, nos obtenga la gracia de superar, en este asunto tan decisivo, las actuales contraposiciones ideológicas desorientadoras, a fin de que el reconocimiento de la dignidad de la vida humana, desde su concepción hasta su ocaso natural, llegue a ser el punto común de partida para la construcción de un mundo solidario y de un futuro de paz. 



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