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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 2 de enero de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ayer celebramos la Jornada mundial de la paz. En el mensaje que publiqué para esta ocasión, quise poner de relieve el papel que desempeña la familia en la construcción de la paz. Deseo de corazón que el Año de la familia, que comenzó el pasado 26 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia, haga resplandecer aún más su preciosa e insustituible función.

No ignoro que en la familia, a menudo, no reina la paz. Demasiadas familias, a causa de los conflictos que afligen a algunas zonas del mundo, «son obligadas a abandonar casa, tierra y bienes para huir hacia lo desconocido; o bien se ven sometidas a penosos desplazamientos que carecen de toda seguridad» (Mensaje, n. 3; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de diciembre de 1993, p. 5). Y ¿cómo no lamentar las otras situaciones no menos dolorosas, que atentan al núcleo mismo de las relaciones familiares, porque no se deben a causas externas, sino más bien al influjo negativo de «modelos de comportamiento inspirados en el hedonismo y el consumismo, los cuales empujan a los miembros de la familia a satisfacer sus apetencias personales más que a una serena y fructífera vida en común»? (ib.). ¡En cuántas familias reina el germen de la división! ¡Cuántas parejas ven agostarse su amor y se deslizan por la pendiente de la incomprensión recíproca hasta la separación! Y ¡cuántas llegan incluso al divorcio, que va contra el vínculo querido por Dios como base indestructible de la vida familiar!

2. Pero, por encima de estas amenazas externas e internas, la familia sigue siendo la institución que responde de la manera más inmediata a la naturaleza del ser humano y, por tanto, está llamada por vocación a convertirse en protagonista de la paz (cf. ib., n. 5). A pesar de toda asechanza, la familia «sigue siendo la más completa y la más rica escuela de humanidad, en la que se vive la experiencia más significativa del amor gratuito, de la fidelidad, del respeto mutuo y de la defensa de la vida" (Mensaje para la Jornada mundial de oración para las vocaciones n. 1; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de enero de 1994, p. 5).

Todo esto, desde luego, no sucede de modo automático. Partiendo precisamente de las familias, urge una conciencia ética renovada, convencidos de que de la observancia de la ley moral depende el verdadero bienestar de la humanidad y la autenticidad misma de la libertad, como recordé en la encíclica Veritatis splendor. Una familia que se preocupa de vivir según la ley moral, hace en su interior la primera y fundamental experiencia de paz, y se convierte en crisol de paz para el resto de la sociedad.

3. Invoquemos a María, Madre y Reina de la paz. Ella, durante su vida terrena, experimentó no pocas dificultades, anejas a la dureza diaria de la existencia. Pero nunca perdió la paz del corazón, fruto también de la santidad y de la serenidad de ese singular hogar doméstico. Quiera Dios que ella señale a las familias del mundo entero el camino seguro del amor y de la paz.



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