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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 27 de febrero de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Mientras estamos en camino hacia la Pascua nos prepararnos también para celebrar la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, que comenzará el próximo día 10 de abril, domingo in Albis.

Se trata de una iniciativa sugerida por muchos obispos, presbíteros y laicos africanos, y que con gusto hice mía, con el fin de favorecer una «orgánica solidaridad pastoral en todo el territorio africano e islas anejas» (Ángelus del 6 de enero de 1989; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de enero de 1989, p. 12).

El Sínodo tendrá lugar en Roma, para expresar mejor la comunión de las Iglesias que están en África con la Iglesia universal, pero también para subrayar el interés y el compromiso de toda la Iglesia por ese continente. Es un acontecimiento que tendrá alcance histórico; será un evento de esperanza. Su celebración ha sido ampliamente preparada por las comunidades africanas y, en cierto modo, entre ellas se concluirá, pues tengo intención de dirigirme a África para promulgar sus frutos. Pero si se eligió Roma para la parte operativa del Sínodo, se hizo también por motivos técnicos. Es más fácil aquí, dado que ya está todo preparado.

La Iglesia, al colocar a África en el centro de su atención, desea cumplir un deber de gratitud. En la historia del cristianismo, las Iglesias africanas, tanto en la antigüedad como en los tiempos más cercanos a nosotros, han escrito páginas luminosas de martirio y santidad. En varios viajes apostólicos he podido constatar el fervor de su oración y el vigor de su vida pastoral.

2. Por desgracia, África es aún una de las zonas del mundo más marcadas por notables problemas económicos y sociales. La Asamblea especial del Sínodo será la ocasión propicia para que se tome mayor conciencia del deber de solidaridad —y en cierto sentido de «restitución»— que tienen las naciones más ricas, algunas de las cuales, especialmente en la época colonial, obtuvieron muchos beneficios de ese continente, haciéndose a veces responsables de graves injusticias. Se puede hablar de los méritos, pero no se pueden olvidar las injusticias pasadas y actuales.

África tiene urgente necesidad de solidaridad. Pero tiene también mucho que ofrecer, en un fecundo intercambio de dones, sacando de sus grandes riquezas humanas y espirituales, que la Iglesia mira con respeto y admiración, ya que el anuncio de Cristo no va en perjuicio de las diversas culturas, sino que, por el contrario, asume sus auténticos valores, llevándolos a su plenitud.

3. Confío el éxito del Sínodo a la intercesión de la Virgen santísima, Estrella de la evangelización. Invito no sólo a los fieles africanos, sino también a todos los cristianos del mundo, a orar por esta intención. Que el itinerario cuaresmal nos ayude a aceptar el reto de la nueva evangelización, para que en África y en todos los continentes resuene la voz de Cristo y por doquier encuentre más espacio su amor.

4. Hablando también de África se debe decir que, lamentablemente, en esta última semana se han producido episodios de violencia que han agravado aún más la situación dramática de tantos hermanos nuestros en Ruanda, en el sur de Sudán y en Tierra Santa. Una vez más dirijo un apremiante llamamiento a la conciencia de todos los responsables, para que trabajen en favor de la paz, recordando que no se construye el futuro excluyendo a enteros sectores de la sociedad del diálogo civil o, incluso, favoreciendo luchas intestinas.

En Ruanda se hace necesaria la reconciliación. Ninguna causa puede justificar los enfrentamientos de estos últimos días. Es preciso respetar y realizar lo que está estipulado en los acuerdos de Arusha, que son un camino hacia la paz. Gobernantes y ciudadanos deben resistir, con valor, contra la tentación de la violencia.

En el sur de Sudán —aún recuerdo la visita que realicé hace un año a ese país, aunque no al sur, sino a Jartum—, las acciones militares y los obstáculos que se ponen a los convoyes humanitarios prolongan la trágica prueba de esas poblaciones inocentes, ya desde hace mucho tiempo reducidas a condiciones de penosa supervivencia. Me dirijo a las partes implicadas en el conflicto, para que hagan un serio esfuerzo a fin de llegar a una solución negociada, que respete la dignidad de toda persona y de todo grupo, especialmente la de las poblaciones pobres del sur del país.

En Hebrón, la cruel matanza perpetrada el viernes pasado en una mezquita ha turbado profundamente a todos los creyentes. Ha sido un crimen aún más grave por el hecho de que fue una agresión contra personas que se hallaban en oración.

En este sombrío escenario de violencia se escucha la voz de Dios, que dice: «¡Paz! ¡Paz al de lejos y al de cerca!» (Is 57, 19). Por esta paz debemos orar hoy, más que nunca, y lo hacemos invocando a la Reina de la paz.

* * *

Después del Ángelus

Dirijo ahora un cordial salido a los obispos de Guatemala que se encuentran en Roma para la visita «ad limina», y que hoy nos acompañan junto con un grupo de fieles.

Queridos hermanos en el episcopado, en el largo y doloroso conflicto que aflige a vuestro país os habéis prodigado, con firmeza y generosidad, en favor de la reconciliación y para lograr una auténtica cultura de la paz. Comparto vuestra esperanza sobre las recientes noticias de la reanudación del proceso de negociación entre las partes, y la puesta en práctica de estructuras aptas para favorecer el diálogo y la comprensión recíproca. No dudo que, también en esta nueva fase, continuaréis desarrollando un precioso y eficaz papel pacificador.

Os acompaña mi oración y mi bendición apostólica.



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