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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 14 de agosto de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Continuando el tema de la familia, deseo hoy dedicar un pensamiento especial a la mujer, que desempeña un papel peculiar e insustituible en la familia.

Hay quien reprocha a la Iglesia el hecho de que insiste demasiado sobre la misión familiar de la mujer y descuida el problema de su presencia activa en los diversos sectores de la vida social. En realidad, no es así. La Iglesia es muy consciente de cuán necesaria es la personalidad femenina para la sociedad en todas las manifestaciones de la convivencia civil e insiste para que se supere toda forma de discriminación de la mujer en el ámbito laboral, cultural y político, pero respetando el carácter propio de la femineidad. En efecto, una uniformidad indebida de las funciones, además de empobrecer la vida social, terminaría por despojar a la mujer de lo que le pertenece de modo principal o exclusivo.

Es necesario rechazar enérgicamente las numerosas formas de violencia y explotación que, de modo más o menos abierto transforman a la mujer en una mercancía y menosprecian su dignidad. Por eso, el documento preparatorio de la próxima Conferencia internacional de El Cairo dedica oportunamente su atención al objetivo de mejorar la condición femenina en el mundo.

2. En ese horizonte de estima y valoración de la femineidad en todas sus manifestaciones se sitúa también el tema de la misión materna de la mujer, misión tan decisiva para el destino de la humanidad. Como he escrito en la carta apostólica Mulieris dignitatem, se puede decir que, mediante la maternidad, Dios ha confiado de modo muy especial el ser humano a la mujer (cf. n. 30).

Por esa razón, a la mujer le corresponde una tarea de suma importancia en la salvaguardia de la vida humana desde su concepción. ¿Quién, mejor que una madre, conoce el milagro de la vida que nace en su seno?

Por desgracia, la mujer encuentra a menudo dificultades objetivas que hacen más gravosa, a veces hasta el heroísmo, su misión materna. Sin embargo, esos pesos insoportables provienen con frecuencia de la indiferencia y de la asistencia inadecuada, debidas entre otras causas, a legislaciones escasamente sensibles ante el valor de la familia, así como a una cultura difundida y distorsionada, que exonera indebidamente al hombre de sus responsabilidades familiares y, en los casos peores, lo lleva a considerar a la mujer objeto de placer o simple instrumento para la reproducción. Para contrarrestar esa cultura opresiva, es necesario llevar a cabo toda iniciativa legítima tendente a promover la auténtica emancipación femenina. Pero, en dicho esfuerzo tanto la dignidad de la mujer como la salvaguardia de la vida humana están de la misma parte. Por eso, es de esperar que la Conferencia de El Cairo también se sitúe valientemente en esa misma perspectiva.

3. María, Madre del Hijo de Dios hecho hombre, es la imagen plenamente acabada de la femineidad. En ella el designio de Dios sobre la mujer se ha realizado de modo ejemplar. Ojalá que todas las mujeres dirijan su mirada a ella; y, en particular, todas las madres del mundo, para que sientan y vivan plenamente la grandeza de su misión.


Después del Ángelus

Saludo muy cordialmente a todas las personas de lengua española que han venido hoy aquí, en especial al grupo de Religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. A todos os deseo que el tiempo del verano sea un tiempo fecundo para afianzaros en el compromiso cristiano y dar una respuesta generosa al Señor, como la de la Virgen María, a la que mañana honraremos en el misterio glorioso de su Asunción a los cielos. A todos los que están aquí reunidos y a cuantos rezan el Ángelus en la plaza de San Pedro y a través de la radio y la televisión, imparto con afecto la Bendición Apostólica.



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