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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 6 de agosto de 1995

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Quisiera introducir hoy la reflexión sobre la misión de la mujer, reflexión que estamos desarrollando en estas semanas de preparación para el encuentro de Pekín, con un pensamiento del siervo de Dios Pablo VI, que murió aquí en Castelgandolfo hace exactamente 17 años. En 1970, hablando de María Montessori, con ocasión del centenario de su nacimiento, hacía notar que el secreto de su éxito, en cierto sentido las raíces mismas de sus méritos científicos, se debían buscar en su alma, o sea, en aquella sensibilidad espiritual femenina a la vez, que le había permitido el descubrimiento vital del niño, y la había impulsado a construir, sobre esa base, un modelo educativo original (cf. Discurso a los participantes en el Congreso internacional de la Obra Montessori, 17 de septiembre de 1970: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de septiembre de 1970, p. 10).

El nombre de María Montessori representa muy bien a las numerosas mujeres que han dado importantes contribuciones al progreso de la cultura. Por desgracia, contemplando con objetividad la realidad histórica, es preciso constatar con tristeza que, también en este nivel, las mujeres han sufrido una marginación constante. Durante demasiado tiempo se les ha negado o limitado la posibilidad de expresarse fuera de la familia, y han tenido que luchar mucho las mujeres que, a pesar de esas limitaciones, han logrado afirmarse.

2. Así pues, ya es hora de que en todas partes desaparezca la desigualdad entre el hombre y la mujer. Deseo de corazón que la próxima Conferencia de Pekín dé un impulso decisivo en esa dirección. Eso beneficiaría no sólo a las mujeres, sino también a la misma cultura, ya que el vasto y múltiple mundo del pensamiento y del arte tiene más necesidad que nunca de su «genio». No se trata de una afirmación gratuita. La actividad cultural implica a la persona humana en su integridad, con las sensibilidades complementarias del hombre y de la mujer.

Eso es importante siempre, pero sobre todo cuando están en juego los interrogantes últimos de la existencia: ¿qué es el hombre? ¿cuál es su destino? ¿cuál es el sentido de la vida? Estas preguntas decisivas no encuentran respuesta adecuada en los laboratorios de la ciencia positiva, sino que interpelan al hombre en lo más profundo de su ser, y exigen, por decir así, un pensamiento global, capaz de sintonizar con el horizonte del misterio. Con vistas a esa finalidad, ¿cómo subestimar la contribución del alma femenina? El ingreso cada vez más cualificado de las mujeres, no sólo como beneficiarias, sino también como protagonistas, en el mundo de la cultura en todas sus ramas, desde la filosofía hasta la teología, pasando por las ciencias humanas y naturales, las artes figurativas y la música, es un dato de gran esperanza para la humanidad.

3. Dirijamos, con confianza nuestra mirada a la Virgen santísima. Ella, al igual que las demás mujeres de su tiempo, soportó el peso de una época en la que se les concedía muy poco espacio. Y, con todo, el Hijo de Dios, en cierto modo, no dudó en seguir sus enseñanzas. Que María obtenga a todas las mujeres del mundo la plena conciencia de sus potencialidades y de su misión al servicio de una cultura cada vez más auténticamente humana y conforme al plan de Dios.

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Después del Ángelus

Un afectuoso saludo para todos los peregrinos de lengua española presentes para la oración del Ángelus. Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor y le pedimos que sepamos descubrir el misterio de su presencia en cada hombre, especialmente en los hermanos que sufren la enfermedad o el dolor de la guerra. Os deseo una feliz estancia en Roma y que sea provechosa para confirmar vuestra fe.



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