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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Sábado 6  de enero de 1996
Solemnidad de la Epifanía del Señor

 

1. «Hemos visto su estrella en oriente, y venimos a adorar al Señor»

Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía, el encuentro de salvífico del Hijo de Dios hecho hombre con todos los pueblos de la tierra, representados sugestivamente por los Magos.

Ante el Niño Jesús, reconocido como el rey mesiánico esperado, se postran en un sincero acto de adoración, y le ofrecen algunos regalos simbólicos: oro, incienso y mirra (cf. Mt 2, 11).

Como ellos, cada uno de nosotros está invitado hoy a renovar, ante el Verbo encarnado, su propio acto de adhesión fiel, ofreciéndole no tanto bienes materiales, cuanto a sí mismo como sacrificio santo y agradable a él. En efecto, éste es el culto espiritual que él ha inaugurado con su venida a nosotros (cf. Rm 12, 1). Precisamente gracias a esta inmolación diaria de sí, el cristiano se convierte, en el mundo y para el mundo, en signo de la nueva humanidad redimida por Cristo, testigo del misterio de amor celebrado en la Navidad.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, esta solemnidad haga que todos los creyentes sean anunciadores intrépidos del evangelio de Cristo y misioneros alegres de su mensaje de salvación. Donde crecen la hostilidad y el odio, sepan llevar el amor y la fraternidad; donde la vida se halla seriamente amenazada, estén dispuestos a defenderla con valentía; donde resisten el rencor y la marginación, esfuércense por perdonar y acoger; donde persisten las discordias, los abusos, las divisiones y las violencias, difundan la paz y la justicia.

Esta es la verdadera alabanza para la gloria que se ha manifestado en el Verbo encarnado. Éstos son los signos de esperanza que el mundo espera y gracias a los cuales se puede encontrar, reconocer y adorar al Señor. Al servicio de esta misión tan ardua están llamados particularmente los catorce nuevos obispos, a los que he tenido la alegría de consagrar esta mañana en la basílica de San Pedro. Los saludo con afecto fraterno y les renuevo mi felicitación, deseándoles que sepan anunciar incansablemente el Evangelio, llevando al Redentor divino, con infatigable caridad y generosidad, a quienes están confiados a su cuidado pastoral.

3. En la solemnidad de la Epifanía nuestro pensamiento va casi naturalmente a nuestros hermanos del Oriente cristiano, católicos y ortodoxos, muchos de los cuales celebran hoy la solemnidad de la Navidad.

Que el misterio navideño nos una cada vez más profundamente en un único himno de alabanza y gloria al Hijo de Dios, que nació por nosotros de la Virgen. La contemplación común del Salvador, a quien la estrella manifestó en Belén, permita a los creyentes reforzar los vínculos del diálogo y de la unidad. El compromiso ecuménico constituye un desafío para todos los cristianos de nuestro tiempo.

En efecto, en este anhelo común de unidad las generaciones del tercer milenio esperan captar un signo de esperanza para el futuro. Los creyentes tiene el deber de dirigir a los hombres «una palabra concorde (...) proclamada por hermanos que se aman y se agradecen las riquezas que recíprocamente se donan» (Orientale lumen, 28).

María, «Madre del astro que nunca se pone», «oriente del Sol de gloria» (cf. ib.), nos asista a todos en este compromiso de comunión, ofreciéndonos siempre tiernamente el fruto de su seno, Jesús, único Redentor del hombre.



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