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VIAJE APOSTÓLICO A FRANCIA
(19-22 DE SEPTIEMBRE DE 1996)

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Aeropuerto de Reims
Domingo 22 de septiembre de 1996

 

Al final de esta misa festiva, durante la cual hemos conmemorado el bautismo de Clodoveo y hemos dado gracias por el pueblo de los bautizados que hoy forma la Iglesia en Francia, volvemos nuestra mirada a Nuestra Señora, patrona de este país.

La Madre de Cristo vela por este pueblo, al que ella precede desde hace siglos en la peregrinación de la. fe. María es la primera entre innumerables santos que han vivido en esta tierra: veo en medio de esta muchedumbre los estandartes que les habéis dedicado, demostrando así que siguen vivos en la comunión de los fieles.

En numerosos lugares de Francia la Virgen María ha manifestado su presencia materna. Ella acoge a los peregrinos que van a confiarle sus alegrías y sus tristezas, consuela a los que sufren, acompaña numerosas conversiones e impulsa muchas vocaciones.

En este día solemne te presentamos, oh Virgen santísima, a tus hijos e hijas de Francia. Conserva a la Iglesia de este país en la fidelidad al evangelio de tu Hijo, en la unidad de la fe y en el dinamismo de la esperanza.

Haz que los bautizados de este pueblo sean testigos valientes de la verdad y artífices de paz.

Madre admirable, extiende tu manto de ternura sobre las familias de esta tierra, para que conozcan la felicidad de amar y de transmitir la vida. Virgen fiel, ayuda a los jóvenes, que hoy veo aquí en gran número; ayuda a los jóvenes a avanzar en la vida. Ayuda a los jóvenes, pues ellos son la esperanza y la alegría de la Iglesia y de su país, de Francia.

Ayuda a los hijos de la Iglesia en Francia a afrontar las dificultades de esta época en una colaboración leal con sus compatriotas que pertenecen a otras tradiciones religiosas o a otras familias espirituales.

Tú, que diste al mundo a Cristo Salvador, abre los corazones a todo sufrimiento, inspira a cada uno gestos de solidaridad y acogida hacia los hermanos de naciones más necesitadas.

Te bendecimos, Señora nuestra, patrona de Francia, que celebraste las maravillas del Señor y cantaste la fidelidad de Dios a las promesas hechas a nuestros padres, porque creíste en el cumplimiento de la palabra de Dios y en su amor, que se extiende a todas las épocas.

Queridos amigos, tendría aún mucho que decir, sobre todo si se piensa en dos guerras mundiales, y en todos los que descansan en paz en esta región, pero, para responder a vuestra alegría y entusiasmo, solamente quiero deciros gracias e invitaros a París el año próximo.

 



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