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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

 Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Miércoles 1 de enero de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En este primer día del año deseo hacer llegar a todas las familias, a todos los pueblos y a todas las personas de buena voluntad, mis mejores deseos de serenidad y paz. Son deseos que brotan del corazón, pero que, sobre todo, se fundan en la certeza de que, mientras el tiempo pasa, Dios permanece fiel a su amor. Sí, ¡Dios nos ama! Nos ama con un amor ilimitado. Nos lo recuerda también la solemnidad litúrgica de hoy, que nos invita a invocar a la Virgen santísima con el título de «Madre de Dios». ¿Qué significa proclamar a María «Madre de Dios»? Significa reconocer que Jesús, el fruto de su vientre, es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre, engendrado por él en la eternidad. ¡Gran misterio, misterio de amor! Jesús, el Hijo unigénito del Padre (cf. Jn1,14), se hizo uno de nosotros. De este modo, «la eternidad ha entrado en el tiempo» (Tertio millennio adveniente, 9), y la sucesión de los años, de los siglos y de los milenios ya no es un viaje ciego hacia lo desconocido, sino un caminar hacia él, plenitud de los tiempos (cf. Ga 4, 4) y meta de la historia.

2. Al venerar a la Virgen santísima como Madre de Dios, queremos subrayar también que Jesús, el Verbo eterno hecho carne, es verdadero «hijo de María ». Ella le transmitió una humanidad plena. Fue su madre y educadora, infundiéndole la dulzura, la delicada reciedumbre de su temperamento y las riquezas de su sensibilidad. ¡Admirable intercambio de dones! María que, como criatura, es ante todo discípula de Cristo y redimida por él, al mismo tiempo fue elegida como Madre suya para formar su humanidad. Así, en la relación entre María y Jesús se realiza de modo ejemplar el sentido profundo de la Navidad: Dios se hizo como nosotros, para que nosotros, de algún modo, llegáramos a ser como él.

3. Precisamente en virtud de este misterio de amor, no he dudado en centrar mi mensaje para este primer día del año, en el que se celebra la Jornada mundial de la paz, en un tema tan exigente como vital: «Ofrece el perdón, recibe la paz». Sé muy bien que es difícil perdonar y que, a veces, parece imposible, pero es el único camino, pues toda venganza y toda violencia engendran otras venganzas y otras violencias. Resulta, ciertamente, menos difícil perdonar cuando se tiene conciencia de que Dios no se cansa de amarnos y perdonarnos. ¿Quién de nosotros no tiene necesidad del perdón de Dios? La Virgen santísima, la Madre de Dios, nos estimule a comenzar este nuevo año con un gesto de amor y, si es necesario, de reconciliación, con el propósito de contribuir a la construcción de un mundo mejor, donde reinen la justicia y la paz. No olvidemos nunca que todo pasa y que sólo lo eterno puede colmar el corazón.

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Después del Ángelus

En este primer día de 1997 os deseo un feliz y sereno año nuevo en el que todos los hombres y pueblos, viviendo bajo el signo de una verdadera fraternidad, sean capaces de ofrecer siempre el perdón para recibir el don precioso de la paz.



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