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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 9 de febrero de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El Evangelio habla frecuentemente de las curaciones que Jesús realizó. Los enfermos se apiñaban a su alrededor y trataban de tocarlo, «porque salía de él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6, 19). Me complace recordarlo, en vísperas de la quinta Jornada mundial del enfermo, que se celebrará el próximo día 11 de febrero, fiesta de la santísima Virgen de Lourdes.

Jesús, al curar a los enfermos, muestra que su ofrecimiento de salvación se dirige a todo el hombre, ya que él es médico del alma y del cuerpo. Su compasión hacia los que sufren lo impulsa a identificarse con ellos, como leemos en la página del juicio universal: «Estaba (...) enfermo, y me visitasteis» (Mt 25, 36). Jesús pide esta participación profunda a sus discípulos, cuando les encomienda la tarea de «curar enfermos» (Mt 10, 8).

Si se ora con fe, también hoy el Señor sigue realizando milagros de curación. Sin embargo, su Providencia actúa ordinariamente a través de nuestro compromiso responsable, pidiéndonos que combatamos la enfermedad con todos los recursos de la inteligencia, de la ciencia y de una adecuada asistencia médica y social.

2. El amor de Jesús a los enfermos nos estimula sobre todo a activar los recursos de nuestro corazón. Sabemos por experiencia que, cuando se sufre una enfermedad, no sólo se necesitan terapias adecuadas, sino también calor humano. Lamentablemente, en la sociedad actual a menudo se corre el riesgo de perder el contacto auténtico con los demás. El ritmo del trabajo, el estrés y la crisis de las familias hacen que sea cada vez más difícil estar fraternalmente los unos al lado de los otros. Y son los más débiles quienes sufren las consecuencias. Así, puede suceder que se considere como un peso, e incluso como un obstáculo por apartar, a los ancianos privados de autonomía, a los niños indefensos, a los minusválidos, a quienes tienen graves deficiencias y a los enfermos terminales. Por el contrario, queridos hermanos y hermanas, acompañarlos a su paso ayuda a construir una sociedad a la medida del hombre, animada por un profundo sentido de solidaridad, donde hay espacio y respeto para todos, especialmente para los más desvalidos.

3. Contemplando a Cristo, médico de las almas y de los cuerpos, también encontramos la mirada solícita de María, a quien el pueblo cristiano invoca como «Salud de los enfermos», «Salus infirmorum». La Virgen santísima nos ayude a dejar que nos toque la mano sanadora de su Hijo divino, a acoger el poder salvífico del Evangelio y a convertirnos en apoyo concreto de todos los que nos necesiten.

* * *

Después del Ángelus

Saludo con gran afecto a los peregrinos de América Latina y de España, en especial a las quinceañeras del Colegio de la Inmaculada de Buenos Aires. Mientras os encomiendo a la maternal protección de la Santísima Virgen, imparto a todos vosotros y a vuestras familias la bendición apostólica.



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