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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Solemnidad de san Pedro y san Pablo
Domingo 29 de junio de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Acabamos de concluir, en la basílica vaticana, la solemne eucaristía con ocasión de la fiesta de los apóstoles san Pedro y san Pablo, durante la cual, siguiendo una antigua costumbre, muy significativa, he tenido la alegría de imponer los palios a los arzobispos metropolitanos nombrados recientemente. Se trata de un rito que asume particular elocuencia en este día, porque pone de manifiesto el vínculo de estrecha comunión que une a estos prelados con el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro.

El pensamiento de la comunión y de la unidad nos ha acompañado de manera especial en esta semana, durante la cual se ha celebrado la segunda Asamblea ecuménica europea en Graz (Austria). Termina precisamente hoy. Hemos orado intensamente en estos días para que se logre la plena unidad entre todos los cristianos, respondiendo a la invitación de Cristo en el cenáculo: Ut unum sint!

Yo me siento comprometido a promover con empeño esta unidad, consciente del mandato que Jesús dio a Pedro, primer obispo de Roma: «Confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32).

2. «O Roma felix —canta la liturgia de hoy— quae tantorum principum es purpurata pretioso sanguine...»: «Oh feliz Roma, vestida con la púrpura de la sangre preciosa de tan grandes príncipes, no por tu gloria, sino por sus méritos superas toda belleza del mundo» (Himno de las primeras Vísperas). Roma debe al heroico testimonio evangélico de san Pedro y san Pablo su belleza y su atractivo espiritual. Todo esto constituye una gran responsabilidad para los creyentes de Roma, y la misión ciudadana, que se está llevando a cabo progresivamente, lo pone de manifiesto con eficacia.

Sé bien que vivir hoy en esta ciudad conlleva numerosas molestias, que con frecuencia afectan a su dimensión espiritual. También por este motivo invoco a los santos patronos, para que Roma pueda cumplir plenamente su vocación de ciudad universal, con profundísimas raíces cristianas y con una gran apertura a las culturas y a los pueblos del mundo entero.

3. Imitemos, amadísimos hermanos y hermanas, a los apóstoles Pedro y Pablo. No basta llamarse cristianos; es preciso serlo, es decir, actuar como Jesús actuó. Ahora bien, esto no es posible sin la gracia de Dios. Invoquemos, por tanto, la intercesión de san Pedro y san Pablo, y la maternal protección de María, para que nuestra fe sea cada vez más fuerte y misionera, y seamos, como dijo el Señor Jesús, «sal de la tierra» y «luz del mundo» (Mt 5, 13-14).

 


Llamamiento del Santo Padre en favor de la paz en el Congo

 

Mi pensamiento se dirige, una vez más, a África, y en particular a la ciudad de Brazzaville, en el Congo, de donde, por desgracia, siguen llegando noticias de enfrentamientos armados, que impiden la labor de mediación nacional e internacional, y la intervención de las organizaciones humanitarias.

Espero que pronto se vuelva a establecer el «alto el fuego» y que se reanuden las negociaciones de paz.

Uno mi voz a la de los pastores congoleños, para que se ahorren sufrimientos y lutos a tantos hermanos y hermanas, y para que se llegue pronto a una solución pacífica de la crisis.



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