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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Martes 8 de diciembre de 1998

 

1. «Tota pulchra es Maria!». Con estas palabras, la Iglesia se dirige a la Madre de Cristo en esta solemnidad de la Inmaculada Concepción. María es la mujer preservada del pecado original, en quien el Padre pensó y a quien eligió para que fuera la Madre del Salvador. Al dar un rostro humano al Hijo de Dios, que es «el esplendor de la gloria del Padre» (san Ambrosio), la Virgen vio brillar sobre sí, más que ninguna otra criatura, el rostro del Padre rico en gracia y misericordia.

Por eso, la Inmaculada Concepción es un don extraordinario y un privilegio inefable. Gracias a él, la Virgen, preservada totalmente de la esclavitud del mal y hecha objeto de especial predilección divina, anticipa en su vida el camino de los redimidos, pueblo salvado por Cristo.

2. Esta significativa fiesta mariana se sitúa en el marco del Adviento, tiempo de preparación para la Navidad, caracterizado por la vigilancia y la oración. María, que supo esperar al Señor con más esmero que todos, nos acompaña y nos indica cómo hacer vivo y activo nuestro camino hacia la noche santa de Belén. Con la Virgen pasamos estas semanas en oración y, guiados por su estrella luminosa, nos disponemos a recorrer el itinerario espiritual que nos lleva a celebrar con mayor intensidad el misterio de la Encarnación. Además, este año el Adviento nos introduce en el último año de preparación para el gran jubileo del 2000. Se trata de un motivo más para intensificar nuestro esfuerzo, a fin de que la espera de la venida del Redentor sea más generosa y vigilante.

3. Acaba de concluir, con la santa eucaristía que he presidido en la basílica de San Pedro, la décima asamblea de la Acción católica italiana, que recuerda el 130 aniversario de su fundación y el trigésimo de su estatuto, renovado después del concilio Vaticano II. Como todos los años, en este día los miembros de la Acción católica italiana renuevan su adhesión y ponen su compromiso cristiano en las manos de la santísima Virgen, encomendándole sus proyectos y actividades apostólicas. Que la santa Madre del Redentor proteja siempre a esta gran asociación eclesial y haga fructificar el trabajo de estos días sobre el tema: «Testigos de esperanza en la ciudad del hombre».

Que María vele con predilección constante y materna también por Roma, que esta tarde, como todos los años, le rendir á el tradicional homenaje en la plaza de España. También yo, Dios mediante, me uniré a esta peregrinación, que constituye un momento sugestivo de la devoción mariana del pueblo romano. Así, viviremos juntos una nueva etapa del camino espiritual hacia el gran jubileo del año 2000.

Que María, la Virgen inmaculada, nos acompañe y nos proteja siempre.



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