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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

II Domingo de Pascua, 19 de abril de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En el pasaje evangélico de hoy leemos que Jesús, al aparecerse a los Apóstoles en el cenáculo, les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23). Con estas palabras, Cristo resucitado llama a los Apóstoles a ser mensajeros y ministros de su amor misericordioso, y, desde ese día, de generación en generación, resuena en el centro de la Iglesia este anuncio de esperanza para todos los creyentes: ¡Bienaventurados los que abren su corazón a la misericordia divina! El amor misericordioso del Señor precede y acompaña cada acción evangelizadora y la enriquece con extraordinarios frutos de conversión y renovación espiritual.

2. El camino del pueblo cristiano en todos los rincones de la tierra está marcado por la acción constante de la misericordia divina. Así sucedió en las primeras comunidades y en el desarrollo sucesivo de la Iglesia en los diversos continentes.

Hoy nuestra atención se concentra particularmente en los signos de la misericordia que Dios ha realizado y sigue realizando en Asia. En efecto, con la solemne celebración eucarística de esta mañana en la basílica de San Pedro hemos inaugurado la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos.

El tema elegido para este encuentro sinodal es: «Jesucristo, el Salvador, y su misión de amor y servicio en Asia: .para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Jn 10, 10)». Se trata de un tema muy apropiado para Asia, especialmente teniendo en cuenta sus múltiples religiones y culturas, y sus diversas situaciones económicas y políticas. Es un territorio vastísimo, abierto al anuncio de la salvación en Cristo y al testimonio de la solidaridad de los cristianos con poblaciones a menudo duramente probadas. Mi pensamiento va ahora, en particular, a las poblaciones de Corea del norte, que sufren por el hambre y la carestía: a la vez que exhorto a las organizaciones caritativas de la Iglesia a ocuparse con generosidad de esa difícil situación, deseo que también la comunidad internacional preste la ayuda necesaria.

3. Encomendemos a María, Madre de la Iglesia, los trabajos de la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos. Ella, que estuvo en el centro de la comunidad apostólica como maestra de oración y comunión, obtenga una abundante efusión del Espíritu Santo sobre los padres sinodales y sobre las diversas comunidades cristianas esparcidas por todo el continente asiático. La Virgen, Madre de la divina misericordia, nos obtenga también acoger con espíritu abierto el don del amor misericordioso que Cristo resucitado ofrece a todos los creyentes, para que su misericordia y su paz marquen el presente y el futuro de la humanidad entera.



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