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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 15 de agosto de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy la liturgia nos invita a contemplar a María elevada al cielo en cuerpo y alma. Por un especial privilegio, fue colmada de la gracia divina ya desde su concepción, y Cristo, sentado a la diestra del Padre, le abrió a ella, la primera entre las criaturas, las puertas de su reino. Ahora, desde el cielo, donde fue coronada Reina de los ángeles y los santos, la Madre de Dios y de la Iglesia está cercana al pueblo cristiano, ante el cual resplandece como la «nueva mujer inmaculada, que reparó la culpa de la primera mujer» (Sacramentarium gregorianum, Praefatio in Assumpt., n. 1688).

Dirijámonos con confianza a aquella que «resplandece entre los santos como el sol entre los astros». A nosotros, peregrinos en la tierra y encaminados hacia la gloria celestial, María nos indica, como estrella luminosa, la patria hacia la que nos dirigimos. Nos asegura que llegaremos a la meta, si no nos cansamos de buscar incesantemente las «cosas del cielo» con fe viva, esperanza inquebrantable y caridad ardiente. No sólo nos señala el camino, sino que también ella misma nos acompaña, y es la «puerta feliz del cielo».

2. En diversas partes del mundo, esta antigua fiesta mariana coincide con el centro de la estación estiva, periodo en el que muchos están de vacaciones, que a veces viven como simple evasión y sin preocupaciones. Pero si el cuerpo justamente se fortalece, la libertad de las ocupaciones laborales permite dedicar mayor espacio a la vida interior y a la contemplación de las realidades eternas. En no pocas localidades turísticas se encuentran admirables santuarios y lugares acogedores de devoción mariana. Aprovechando estos días de descanso, ¿por qué no visitarlos y recogerse en oración, a ser posible en compañía de la familia? El encuentro con María, en esos oasis del espíritu, será motivo de consuelo y aliento para una vida más serena y un testimonio cristiano cada vez más acorde con el Evangelio.

3. Así pues, que la solemnidad de la Asunción de la Virgen sea la ocasión para experimentar, de modo más profundo, la amorosa presencia de María. Como signo de consuelo y esperanza cierta, ella es para los creyentes apoyo y estímulo a ser verdaderos discípulos de Cristo. Que todos la sientan cercana; que experimenten su intercesión eficaz especialmente los que sufren, los enfermos y cuantos recurren a ella en la dificultad y la prueba.

¡María, dulce Reina del cielo, muéstrate como Madre de todos! «Otórganos días de paz, vela sobre nuestro camino, haz que veamos a tu Hijo, llenos de la alegría del cielo» (II Vísperas, Himno). Amén.


Saludos

Doy la bienvenida a los peregrinos de España y Latinoamérica aquí presentes. Saludo de forma particular a los matrimonios y jóvenes de la Obra de la Iglesia. En esta fiesta de la Asunción de la Virgen al cielo, os aliento a vivir con la mirada puesta en las realidades últimas, sin olvidar el compromiso cristiano con las realidades temporales. A todos os bendigo de corazón.

 



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