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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo, 11 de febrero de 2000

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra la Jornada mundial del enfermo. Este año el lugar designado para esta significativa celebración es Sydney (Australia), adonde ha ido monseñor Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, con sus colaboradores. Además, todas las comunidades diocesanas centran hoy su atención en las personas enfermas y los agentes sanitarios. También en la basílica de San Pedro se realizará esta tarde la tradicional celebración eucarística, que presidirá el cardenal Camillo Ruini. Al final, bajaré yo mismo para encontrarme con los enfermos y los peregrinos presentes.

En el Mensaje para esta Jornada, publicado el 22 de agosto del año pasado, reflexioné sobre el tema: La nueva evangelización y la dignidad del hombre que sufre. Los hospitales, los centros para enfermos o ancianos y todo hogar donde está presente el sufrimiento humano constituyen ámbitos privilegiados en los que debe proclamarse el mensaje del Evangelio, portador de esperanza. Por eso, es importante, al comienzo del tercer milenio, dar nuevo impulso al secular compromiso de la Iglesia en el mundo de la sanidad, auténtico laboratorio de la civilización del amor.

2. Al observar la actual situación mundial, no puedo olvidar que muchos hermanos y hermanas, demasiados, carecen aún de la asistencia sanitaria indispensable. Se trata de una grave injusticia, que exige con urgencia el esfuerzo de todos, especialmente de los que tienen mayores responsabilidades en el ámbito político y económico.

En esta significativa circunstancia quisiera felicitar a todas las personas, instituciones religiosas y organizaciones no gubernamentales que se dedican con admirable solicitud al servicio de los enfermos y de los que sufren. En particular, pienso en la multitud de religiosos y religiosas que, en los hospitales y en los pequeños centros sanitarios, junto con numerosos laicos, trabajan en los países más pobres en medio de dificultades y conflictos, incluso arriesgando la vida para salvar la de sus hermanos. A todos animo a proseguir esta benemérita labor, que en muchas naciones está produciendo una vasta y providencial sensibilización de las conciencias.

3. Dirijamos ahora la mirada a la Virgen santísima. La catedral de Sydney, en la que tiene lugar la solemne celebración eucarística, presidida en mi nombre por el cardenal Edward Bede Clancy, arzobispo de esa ciudad, está dedicada a María santísima "Auxilium christianorum", Auxilio de los cristianos. Desde hace nueve años, en diversas partes del mundo se renueva, con ocasión de la fiesta de la Virgen de Lourdes, esta cita con el sufrimiento y la esperanza. Encomendémosle a ella los enfermos del mundo entero y cuantos ponen a su servicio su competencia profesional y, a veces, su vida entera.

 



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