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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 8 de agosto de 2004

 

1. Hace dos días, en la fiesta de la Transfiguración, recordamos el aniversario de la muerte del siervo de Dios Pablo VI. Esta fecha memorable ha asumido un significado particular, porque hace exactamente cuarenta años, el 6 de agosto de 1964, mi venerado predecesor publicó su primera encíclica, Ecclesiam suam. En ese memorable documento, declaró desde el inicio su amor apasionado a la Iglesia, llamada a reflejar la luz gloriosa del rostro de Cristo; e indicó algunos "caminos fundamentales de la Iglesia":  la conciencia de sí misma, la renovación y el diálogo. "¡La Iglesia —escribió— está viva hoy más que nunca! Pero, considerándolo bien, parece que todo está todavía por hacer; el trabajo comienza hoy y nunca acaba" (n. 110: AAS 56 [1964] 659).

Estas palabras conservan su actualidad y estimulan a todos los creyentes a proseguir, de modo consciente, la auténtica renovación eclesial puesta en marcha con el concilio Vaticano II.

2. Dentro de algunos días se inaugurará en Atenas la vigésima octava edición de los Juegos olímpicos. Envío mi saludo cordial a las delegaciones oficiales, a los representantes de las naciones, a los atletas y a cuantos van a participar en las Olimpíadas. Deseo saludar también con especial afecto a la ciudad de Atenas, recordando la cordialidad con la que el pueblo griego me acogió con ocasión de mi peregrinación tras las huellas del apóstol san Pablo.

Deseo de corazón que en el mundo, hoy turbado y a veces trastornado por numerosas formas de odio y de violencia, el importante acontecimiento deportivo de los Juegos constituya una ocasión de sereno encuentro y sirva para promover el entendimiento y la paz entre los pueblos.

3. Invoco la protección materna de la Virgen santísima sobre las Olimpíadas y sobre todo el mundo del deporte.

A María quisiera encomendarle también la peregrinación que, Dios mediante, realizaré al santuario de Lourdes el sábado y domingo próximos, para celebrar allí la Asunción de María en el 150° aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada.



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