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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 11 de noviembre de 1981

 

(Juan Pablo II, antes de dirigirse a la Sala Pablo VI para la audiencia general del miércoles, saludó, en el patio de San Dámaso, a los alumnos de la escuela central de bomberos de Roma).

 

La teología del cuerpo

1. Reanudamos hoy, después de una pausa más bien larga, las meditaciones que veníamos haciendo desde hace tiempo y a las que hemos llamado reflexiones sobre la teología del cuerpo.

Al continuar, conviene ahora que volvamos de nuevo a las palabras del Evangelio, en las que Cristo hace referencia a la resurrección: palabras que tienen una importancia fundamental para entender el matrimonio en el sentido cristiano y también «la renuncia” a la vida conyugal “por el reino de los cielos”.

La compleja casuística del Antiguo Testamento en el campo matrimonial no sólo impulsó a los fariseos a ir a Cristo para plantearle el problema de la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 3-9; Mc 10, 2-12), sino también a los saduceos en otra ocasión para preguntarle por la ley del llamado levirato[1]. Los sinópticos relatan concordemente esta conversación (cf. Mt 22, 24-30; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40. Aunque las tres redacciones sean casi idénticas, sin embargo, se notan entre ellas algunas diferencias leves, pero, al mismo tiempo, significativas. Puesto que la conversación está en tres versiones, la de Mateo, Marcos y Lucas, se requiere un análisis más profundo, en cuanto que la conversación comprende contenidos que tienen un significado esencial para la teología del cuerpo.

Junto a los otros dos importantes coloquios, esto es: aquel en el que Cristo hace referencia al “principio” (cf. Mt 19, 3-9; Mc 10, 2-12), y el otro en el que apela a la intimidad del hombre (al “corazón”), señalando al deseo y a la concupiscencia de la carne como fuente del pecado (cf. Mt 5, 27-32), el coloquio que ahora nos proponemos someter a análisis, constituye, diría, el tercer miembro del tríptico de las enunciaciones de Cristo mismo: tríptico de palabras esenciales y constitutivas para la teología del cuerpo. En este coloquio Jesús alude a la resurrección, descubriendo así una dimensión completamente nueva del misterio del hombre.

2. La revelación de esta dimensión del cuerpo, estupenda en su contenido —y vinculada también con el Evangelio releído en su conjunto y hasta el fondo—, emerge en el coloquio con los saduceos, “que niegan la resurrección” (Mt 22, 23); vinieron a Cristo para exponerle un tema que —a su juicio— convalida el carácter razonable de su posición. Este tema debía contradecir “las hipótesis de la resurrección”[2]. El razonamiento de los saduceos es el siguiente: “Maestro, Moisés nos ha prescrito que, si el hermano de uno viniere a morir y dejare la mujer sin hijos, tome el hermano esa mujer y dé sucesión a su hermano” (Mc 12, 19). Los saduceos se refieren a la llamada ley del levirato (cf. Dt 25, 5-10), y basándose en la prescripción de esa antigua ley, presentan el siguiente “caso”: “Eran siete hermanos. El primero tomó mujer, pero al morir no dejó descendencia. La tomó el segundo, y murió sin dejar sucesión, e igual el tercero, y de los siete ninguno dejó sucesión. Después de todos murió la mujer. Cuando en la resurrección resuciten, ¿de quién será la mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer” (Mc 12, 20-23)[3].

3. La respuesta de Cristo es una de las respuestas-clave del Evangelio, en la que se revela — precisamente a partir de los razonamientos puramente humanos y en contraste con ellos — otra dimensión de la cuestión, es decir, la que corresponde a la sabiduría y a la potencia de Dios mismo. Análogamente, por ejemplo, se había presentado el caso de la moneda del tributo con la imagen de César, y de la relación correcta entre lo que en el ámbito de la potestad es divino y lo que es humano (“de César”) (cf. Mt 22, 15-22). Esta vez Jesús responde así: “¿No está bien claro que erráis y que desconocéis las Escrituras y el poder de Dios? Cuando en la resurrección resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio, sino que serán como ángeles en los cielos” (Mc 12, 24-25). Esta es la respuesta basilar del “caso”, es decir, del problema que en ella se encierra. Cristo, conociendo las concepciones de los saduceos, e intuyendo sus auténticas intenciones, toma de nuevo inmediatamente el problema de la posibilidad de la resurrección, negada por los saduceos mismos: “Por lo que toca a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo habló Dios diciendo Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? No es Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 26-27).

Como se ve, Cristo cita al mismo Moisés al cual han hecho referencia los saduceos, y termina afirmando: “Muy errados andáis” (Mc 12, 27).

4. Cristo repite por segunda vez esta afirmación conclusiva. Efectivamente, la primera vez la pronunció al comienzo de su exposición. Entonces dijo: “Estáis en el error y ni conocéis las Escrituras ni el poder de Dios”: así leemos en Mateo (22, 29). Y en Marcos: “¿No está bien claro que erráis y que desconocéis las Escrituras y el poder de Dios?” (Mc 12, 24). En cambio, la misma respuesta de Cristo, en la versión de Lucas (20, 27-36), carece de acento polémico, de ese “estáis en gran error”. Por otra parte, él proclama lo mismo en cuanto que introduce en la respuesta algunos elementos que no se hallan ni en Mateo ni en Marcos. He aquí el texto: “Díjoles Jesús: Los hijos de este siglo toman mujeres y maridos. Pero los juzgados dignos de tener parte en aquel siglo y en la resurrección de los muertos, ni tomarán mujeres ni maridos, porque ya no pueden morir y son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección” (Lc 20, 34-36). Por lo que respecta a la posibilidad misma de la resurrección, Lucas — como los otros dos sinópticos — hace referencia a Moisés, o sea, al pasaje del libro del Éxodo 3, 2-6, en el que efectivamente, se narra que el gran legislador de la Antigua Alianza había oído desde la zarza que “ardía y no se consumía”, las siguientes palabras: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob” (Éx 3, 6). En el mismo lugar, cuando Moisés preguntó el nombre de Dios, había escuchado la respuesta: “Yo soy el que soy” (Éx 3, 14).

Así, pues, al hablar de la futura resurrección de los cuerpos, Cristo hace referencia al poder mismo de Dios viviente. Consideraremos de modo más detallado este tema.


Notas

[1]. Esta ley, contenida en el Deuteronomio 25, 7-10, se refiere a los hermanos que habitan bajo el mismo techo. Si uno de ellos moría sin dejar hijos, el hermano del difunto debía tomar por mujer a la viuda del hermano muerto. El niño nacido de este matrimonio era reconocido hijo del difunto, a fin de que no se extinguiese su estirpe y se conservase en la familia la heredad (cf. 3, 9-4, 12).

[2]. En el tiempo de Cristo los saduceos formaban, en el ámbito del judaísmo, una secta ligada al círculo de la aristocracia sacerdotal. Contraponían a la tradición oral y a la teología elaboradas por los fariseos, la interpretación literal del Pentateuco, al que consideraban fuente principal de la religión yahvista. Dado que en los libros bíblicos más antiguos no se hacía mención de la vida de ultratumba, los saduceos rechazaban la escatología proclamada por los fariseos, afirmando que “las almas mueren juntamente con el cuerpo” (cf. Joseph., Antiquitates Judaicae, XVII 1. 4, 16).

Sin embargo no conocemos directamente las concepciones de los saduceos, ya que todos sus escritos se perdieron después de la destrucción de Jerusalén en el año 70, cuando desapareció la misma secta. Son escasas las informaciones referentes a los saduceos; las tomamos de los escritos de sus adversarios ideológicos.

[3]. Los saduceos, al dirigirse a Jesús para un “caso» puramente teórico, atacan, al mismo tiempo, la primitiva concepción de los fariseos sobre la vida después de la resurrección de los cuerpos; efectivamente, insinúan que la fe en la resurrección de los cuerpos lleva a admitir la poliandria, que está en contraste con la ley de Dios.

 


 A los alumnos de la escuela central de bomberos de Roma

Queridísimos jóvenes:

También este año habéis deseado tener este encuentro con el Papa al terminar el curso de aspirantes a bomberos auxiliares voluntarios; habéis querido traer aquí vuestra juventud, vuestros ideales y vuestra fe.

Os agradezco de corazón este gesto y, a la vez que ofrezco un saludo sincero a vuestros superiores, al capellán jefe y a cada uno de vosotros personalmente, deseo manifestaros mi viva complacencia por la buena voluntad con que os habéis preparado a la tarea valiente y benéfica que os espera.

Hoy la liturgia nos invita a celebrar la fiesta de San Martín, santo muy célebre y popular, oficial romano convertido del paganismo y bautizado a los veinte años aproximadamente, que luego fue diácono, después presbítero y finalmente obispo de Tours (Francia). ¿Cuál fue la característica peculiar de su vida? Valentía en la fe y generosidad con todos. Por la fidelidad al mensaje de Cristo tuvo que luchar, sufrir, esforzarse duramente contra los paganos, heréticos y no creyentes; al amor del prójimo consagró toda su existencia, comenzando por aquella noche famosa en que, siendo todavía catecúmeno, al hacer la ronda en pleno invierno, encontró a un pobre casi desnudo y, después de partir en dos la clámide con la espada, dio una mitad al pobre. La noche siguiente vio en sueños al mismo Jesús, vestido con la mitad de su manto.

Sed intrépidos también vosotros en vivir y testimoniar vuestra fe cristiana, convencidos de que ésta es verdaderamente la solución de los problemas más graves de la vida. Sed igualmente generosos vosotros siempre con todos, con amor, caridad y espíritu de sacrificio, seguros de que la alegría verdadera se encuentra en el amor y la propia entrega.

Como pedimos en la Santa Misa de hoy, os deseo que, en perfecto acuerdo con la voluntad del Señor y obedeciendo a su querer, vuestros días transcurran en paz y lleguéis a saborear el gozo de ser cristianos de verdad.

Con estos deseos os imparto con gran afecto mi bendición, que extiendo complacido a todos vuestros seres queridos.


Saludos

Quiero expresar mis sentimientos de profunda estima y agradecimiento por su visita a todas las personas, familias y grupos de los diversos países de lengua española que participan en la audiencia de esta mañana. Encomiendo al Señor las intenciones y necesidades de todos vosotros, para que seáis fieles a Cristo y a su Iglesia.

Reanudo las reflexiones iniciadas hace algún tiempo sobre la teología del cuerpo y del matrimonio, os invito hoy a pensar en la realidad de la resurrección, una dimensión estupenda del misterio del hombre. Cristo, en efecto, nos enseña que los seres humanos resucitarán y después no volverán a unirse en matrimonio, sino que serán como los ángeles en el cielo. Se trata de una realidad que corresponde a la sabiduría y poder de Dios, eterno en su ser y que es Señor de los vivos. Con mi bendición apostólica a todos y cada uno.

(A los fieles de lengua francesa)

El saludo que os dirijo hoy, peregrinos de lengua francesa, es invitación a meditar sobre la resurrección después de las reflexiones acerca del cuerpo, interrumpidas demasiado tiempo. En el episodio que sitúa en oposición a Jesús y los saduceos a propósito de la mujer que tuvo siete maridos narrado por los Evangelios sinópticos, Cristo alude a Moisés al igual que sus interlocutores. La escena de la zarza ardiendo revela otra dimensión de esta cuestión, la de la sabiduría y poder de Dios vivo, sobre la que trataré en otro encuentro.

En particular dirijo un saludo al capítulo general de la congregación de la Presentación de María, reunido en Roma actualmente, y a todas las religiosas de este instituto, con el deseo de que mantengan muy vivo el espíritu de su fundación.

Saludo gustoso a un grupo de marinos del barco de escolta de la escuadra "d'Estrées" y a los alumnos de la institución Santa María de Neuilly.

A todos vosotros y a vuestras familias imparto con gozo mi bendición apostólica.

(A los peregrinos de lengua inglesa)

Los visitantes de lengua inglesa comprenden grupos de Inglaterra, Dinamarca y Estados Unidos; a todos doy la bienvenida. Continuando tras larga interrupción mis consideraciones sobre la teología del cuerpo, he querido subrayar hoy una nueva dimensión del misterio del hombre, la resurrección de los muertos. Jesús mismo lo enseña y ello es elemento esencial para entender la teología del cuerpo. Es obvio que la resurrección del cuerpo nos ayuda a entender el matrimonio y la renuncia a éste por el Reino de Dios.

Dirijo un saludo caluroso a los Hermanos Cristianos que están haciendo un curso de renovación en Roma. La Iglesia desea reiteraros su estima hacia vosotros, su estima de vuestra vida de consagración al Señor Jesús, de vuestro servicio a la comunidad eclesial y del testimonio que dais del Reino de Dios. Queridos hermanos: Sed fuertes en la fe y gozaos en la oración.

Me complazco en acoger a la delegación de la iglesia de San Gregorio Magno de Danbury (Connecticut). Al bendecir la piedra angular de vuestra nueva iglesia, envío un saludo a toda la familia parroquial. Sed siempre conscientes de vuestra dignidad de miembros del Cuerpo de Cristo. Y dad gracias al Señor constantemente.

(A los fieles de lengua alemana)

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo cordialmente a los grupos nombrados y a cada uno de los peregrinos de países de lengua alemana; hoy, sobre todo, a los numerosos austríacos y suizos que nos visitan.

Al reanudar hoy y proseguir, tras la larga interrupción, nuestras reflexiones sobre la teología del cuerpo, quiero llamaros la atención en esta audiencia sobre la verdad de la resurrección del cuerpo. Jesús lo corrobora en la discusión con los saduceos. Esta convicción de la fe nos abre a una visión completamente nueva del cuerpo humano y de toda nuestra existencia terrena. En esta verdad se funda la concepción cristiana del matrimonio, y desde ahí se explica también y se justifica una posible renuncia al matrimonio "por el Reino de los cielos".

Que Dios os confirme en esta fe en la resurrección del cuerpo y en la vida eterna y os acompañe siempre con su bendición.

(En lengua portuguesa)

Quiero saludar ahora a los peregrinos y visitantes de lengua portuguesa. Hablando del cuerpo nos viene a la mente el tema de la resurrección Su realidad es fundamental para comprender el significado del matrimonio y el de la renuncia a éste por el Reino de los cielos. Al revelarnos la verdad de la resurrección, Cristo descubre una dimensión completamente nueva del misterio del hombre. Por un lado muestra la sabiduría y poder de Dios en donde radica esta posibilidad estupenda y, por otro, engendra tal certeza en el hombre que declara en gran error a quienes niegan esta doctrina. Para confirmar esta fe en la resurrección doy a todos mi bendición apostólica.

(En polaco)

Con ocasión de vuestra presencia aquí, obispos, sacerdotes y compatriotas todos procedentes de la patria y de la emigración, una vez más quiero manifestar mi alegría por los acontecimientos del sábado y domingo pasados, es decir, la bendición de la nueva Casa Polaca, la Casa del Peregrino, que va a estar al servicio de nuestros connacionales y, de modo particular, de la gran familia de la Iglesia y de las naciones.

(En italiano)

Dirijo ahora una bienvenida cordial a los grupos procedentes de distintas partes de Italia. En primer lugar saludo a los socios de la "Liga de San Francisco" (para una cruzada moral en defensa de la naturaleza y los animales), que se han citado en Roma con otras asociaciones semejantes de inspiración cristiana, entre éstas la "Liga nacional contra la vivisección", para recordar la figura emblemática de San Francisco, inspirado cantor de las criaturas, en el VIII centenario de su nacimiento.

Me complace encontrarme con vosotros, ecologistas beneméritos, y con gusto os expreso mi estímulo en la obra que realizáis por la salvación del patrimonio de la naturaleza y la protección de los animales, "nuestros hermanos más pequeños", como los llamaba el Pobrecillo de Asís. El Señor os ayude y colme de recompensas abundantes vuestro afán noble y meritorio.

Una palabra de particular afecto a las Voluntarias del Movimiento de los Focolares, reunidas en el centro "Mariápolis" de Rocca di Papa, en un congreso sobre el tema "La unidad", y a los peregrinos de Ferrara y Comacchio, que han venido aquí con su arzobispo, mons. Filippo Franceschi.

Con la misma cordialidad saludo a todos los jóvenes que testimonian la juventud perenne de la Iglesia con su presencia jubilosa. Os deseo que esta visita a Roma y este encuentro con el Sucesor de Pedro marquen una renovación interior y un crecimiento decisivo de vuestra conciencia cristiana y de vuestra fe, a fin de que testimoniéis siempre a Cristo con fidelidad creciente en los ambientes en que os toque vivir.

Llegue también a vosotros, queridos recién casados, mi saludo y enhorabuena después de la celebración del sacramento del matrimonio, que os ha unido para siempre en amor sagrado e indestructible. De corazón os deseo que viváis vuestra unión cristiana en pleno gozo y armonía.

Y, sobre todo, vaya mi pensamiento particularmente afectuoso a todos los enfermos presentes; y en especial a dos grupos pertenecientes al Centro de rehabilitación motriz "Padre Pío", de San Giovanni Rotondo, y al de rehabilitación psicomotriz, que lleva también el nombre del Padre Pío y tiene la sede en Manfredonia. Queridísimos hermanos y hermanas probados por el dolor y el sufrimiento: Tras mi reciente experiencia de enfermo, os comprendo mejor y estoy todavía más cercano que antes a vosotros; os prometo, pues, mi recuerdo constante en la oración, a fin de que el Señor os sostenga y conforte en las horas más difíciles de vuestra jornada y os ilumine para comprender cada vez mejor el valor del sufrimiento aceptado con fortaleza y valor por amor de Dios y por la salvación de muchas almas. Refuerzo esta exhortación mía con una bendición especial.

 



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