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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 20 de febrero de 1985

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. La audiencia de hoy tiene lugar el "Miércoles de Ceniza", que marca el principio de la Cuaresma. La lectura que acabáis de escuchar está tomada de la liturgia de este día. Todo lo que en ella se dice presupone la conciencia de que somos "polvo" a causa de nuestros pecados. De aquí la necesidad de humillarnos ante Dios. La "imposición de la ceniza" quiere significar precisamente este acto de humildad, animado por la esperanza del perdón divino.

"Eres polvo y al polvo volverás" (Gén 3, 19).

Estas fueron las severas palabras dirigidas por Yavé‚ a nuestros primeros padres para hacerles comprender una de las tristes consecuencias del pecado cometido. Con el término "polvo", el texto sagrado quiere representarnos la fragilidad de la naturaleza humana a consecuencia del pecado original. Dios había "plasmado" ciertamente al hombre "con polvo del suelo", pero, en su intención creadora, también había "soplado en su nariz un aliento de vida" (cf. Gén 2, 7), a fin de que la dimensión material, terrena, del ser humano estuviese animada y guiada por el "soplo" de esa vida espiritual, que constituye la persona humana "a imagen y semejanza de Dios" (cf. Gén 1, 26-27).

Con el pecado, este divino "icono" quedó como ofuscado, el hombre perdió la "justicia" y la inmortalidad que tenía en el jardín del Edén, apareció en primer plano el aspecto "terreno" de su ser —lo que San Pablo llamará "carne"— en oposición al aspecto espiritual. El hombre se convirtió en "polvo": esto es, realidad frágil, caduca, mortal. Su sed de infinito, de vida perenne y duradera, quedó frustrada. El espíritu quedó hecho esclavo de las fuerzas inferiores. Nació el "hombre de la concupiscencia ".

2. La liturgia de hoy nos quiere recordar todas estas cosas no para que nos dejemos llevar de la angustia, al constatar nuestra triste condición de pecadores destinados a la muerte, sino para que, dándonos cuenta valientemente de esta condición, nos dispongamos con fe, buena voluntad y verdadero espíritu de penitencia, a poner en práctica todos los medios que Jesús Redentor nos ofrece a través de su Iglesia, con el fin de curar de nuestras enfermedades y reconquistar la dignidad perdida. El camino cuaresmal, que comenzamos hoy, nos enseña cómo hemos de hacer para que la "imagen de Dios" que, a pesar del pecado, ha permanecido en nosotros, pueda adquirir de nuevo su esplendor y, por lo mismo, nuestra existencia pueda volver a estar conforme al sapientísimo plan originario del Creador.

Lo que es necesario hacer, ante todo, es reconocer —como nos enseña la fe— la raíz primera de esta situación nuestra de miseria y de esclavitud: esta raíz de mal y de muerte es el pecado. Cada uno de nosotros, mediante la buena voluntad apoyada por la gracia, puede y debe dar su aportación para arrancar de sí mismo y del mundo esta raíz del mal. Puede y debe preparar, ya desde aquí abajo, la solución radical del problema de la infelicidad humana, que se realizará plenamente en el cielo.

Siguiendo con diligencia el camino cuaresmal que comienza hoy, cada uno de nosotros puede y debe prestar también una ayuda importante para la redención de las estructuras sociales, de los ordenamientos civiles, del conjunto de la comunidad eclesial, de toda la humanidad.

Si es verdad —como he dicho en mi reciente documento Reconciliatio et paenitentia (n. 16)— que hay verdaderas y propias "situaciones de pecado" entendidas como "comportamientos colectivos de grupos sociales más o menos amplios, o hasta de naciones y bloques de naciones", sin embargo, nunca debemos olvidar que estas situaciones son siempre "el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales", porque el pecado en sentido propio es siempre un acto del individuo, nunca un acto de la comunidad como tal. Por esto, cada uno de nosotros debe darse cuenta de la propia responsabilidad también en relación con las llamadas "situaciones sociales de pecado", y estar bien seguro de que su conversión personal comporta reflejos importantes, aún cuando no decisivos, en relación a la solución de dichas situaciones.

3. Lo segundo que hay que hacer, pues, es una lucha firme e inexorable contra el pecado. Este es siempre, aquí abajo, el primer paso que hay que dar para nuestra salvación. Es lo que tradicionalmente los maestros espirituales llaman el aspecto "ascético" de la vida cristiana. Sin esta lucha severa e intransigente contra los propios pecados, no se llega a la perfección cristiana de la comunión con Dios y del amor fraterno.

Mientras estemos en el mundo, donde el "hombre viejo" se hace sentir siempre de algún modo, jamás debemos pensar que haya terminado tal lucha, aún cuando hubiéramos llegado a los grados máximos de la unión con Dios y de la entrega a los hermanos. Más aún, como nos enseñan los Santos, un cristiano es tanto más perfecto cuanto más sepa mejorar su camino de penitencia y de conversión. La perfección cristiana crece paralelamente a la capacidad descubrir y realizar cada vez mejor nuestras exigencias de purificación y conversión.

Los Santos, hasta al fin de sus vidas, se han sentido pecadores, y esto precisamente porque la conciencia y el arrepentimiento de los pecados propios es un signo característico de la santidad cristiana.

Queridos hermanos y hermanas: Aprovechemos, pues, cada una de las ocasiones que la Iglesia nos ofrece para continuar en nuestro camino de conversión. Pidamos a Dios que nos ilumine cada vez más en nuestra condición interior y que nos haga comprender cada vez mejor cuáles son las exigencias de nuestra conversión.

Con este fin tratemos de escuchar con sencillez de corazón las invitaciones a la renovación y a la reconciliación que nos dirige la Iglesia. Abramos a ellas confiadamente nuestro corazón. Aprovechémonos del momento favorable: "Este es el momento favorable, éste es el día de la salvación" (2 Cor 6, 2).

Que el misterio pascual, que nos preparamos a celebrar mediante esta santa Cuaresma, nos encuentre más adelantados en el camino de nuestra salvación.


Saludos

Y ahora deseo saludar cordialmente a todos los peregrinos de lengua española.

En particular saludo al grupo de Hermanas Carmelitas Misioneras que celebran el 25 aniversario de profesión religiosa. Sed siempre fieles a vuestra vocación y entrega a Dios.

Saludo igualmente al grupo de peregrinos de Madrid y de Río de Janeiro.

A todos los peregrinos procedentes de España y de los diversos países de América Latina imparto de corazón mi bendición apostólica.



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