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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 9 de septiembre de 1987

 

"Yo soy el camino, la verdad y la vida"
Jesucristo refiere a Sí mismo los atributos divinos

1. El ciclo de las catequesis sobre Jesucristo tiene como centro la realidad revelada del Dios-Hombre. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Esta es la realidad expresada coherentemente en la verdad de la unidad inseparable de la persona de Cristo. Sobre esta verdad no podemos tratar de modo desarticulado y, mucho menos, separando un aspecto del otro. Sin embargo, por el carácter analítico y progresivo del conocimiento humano y, también en parte, por el modo de proponer esta verdad, que encontramos en la fuente misma de la Revelación —ante todo la Sagrada Escritura—, debemos intentar indicar aquí, en primer lugar, lo que demuestra la divinidad, y, por tanto, lo que demuestra la humanidad del único Cristo.

2. Jesucristo es verdadero Dios. Es Dios-Hijo, consubstancial al Padre (y al Espíritu Santo). En la expresión “YO SOY”, que Jesucristo utiliza al referirse a su propia persona, encontramos un eco del nombre con el cual Dios se ha manifestado a Sí mismo hablando a Moisés (cf. Ex 3, 14). Ya que Cristo se aplica a Sí mismo aquel “YO SOY” (cf. Jn 13, 19), hemos de recordar que este nombre define a Dios no solamente en cuanto Absoluto (Existencia en sí del Ser por Sí mismo), sino también como el que ha establecido la Alianza con Abraham y con su descendencia y que, en virtud de la Alianza, envía a Moisés a liberar a Israel (es decir, a los descendientes de Abraham) de la esclavitud de Egipto. Así, pues, aquel “YO SOY” contiene en sí también un significado sotereológico, habla del Dios de la Alianza que está con el hombre (con Israel) para salvarlo. Indirectamente habla del Emmanuel (cf. Is 7, 14), el “Dios con nosotros”.

3. El “YO SOY” de Cristo (sobre todo en el Evangelio de Juan) debe entenderse del mismo modo. Sin duda indica la Preexistencia divina del Verbo-Hijo (hemos hablado de este tema en la catequesis precedente), pero, al mismo tiempo, reclama el cumplimiento de la profecía de Isaías sobre el Emmanuel, el “Dios con nosotros”. “YO SOY” significa pues —tanto en el Evangelio de Juan como en los Evangelios sinópticos—, también “Yo estoy con vosotros” (cf. Mt 28, 20). “Salí del Padre y vine al mundo” (Jn 16, 28), “...a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). La verdad sobre la salvación (la soteriología), ya presente en el Antiguo Testamento mediante la revelación del nombre de Dios, se reafirma y expresa hasta el fondo por la autorrevelación de Dios en Jesucristo. Justamente en este sentido el Hijo del hombre “es verdadero Dios: Hijo de la misma naturaleza del Padre, que ha querido estar “con nosotros” para salvarnos.

4. Hemos de tener constantemente presentes estas consideraciones preliminares cuando intentamos recabar del Evangelio todo lo que revela la Divinidad de Cristo. Algunos pasajes evangélicos importantes desde este punto de vista, son los siguientes: ante todo, el último coloquio del Maestro con los Apóstoles, en la vigilia de la pasión, cuando habla de “la casa del Padre”, en la cual Él va a prepararles un lugar (cf. Jn 14, 1-3). Respondiendo a Tomás que le preguntaba sobre el camino, Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Jesús es el camino porque ninguno va al Padre sino por medio de Él (cf. Jn 14, 6). Más aún: quien lo ve a Él, ve al Padre (cf. Jn 14, 9). “¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?” (Jn 14, 10). Es bastante fácil darse cuenta de que, en tal contexto, ese proclamarse “verdad” y “vida” equivale a referir a Sí mismo atributos propios del Ser divino: Ser-Verdad, Ser-Vida.

Al día siguiente Jesús dirá a Pilato: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). El testimonio de la verdad puede darlo el hombre, pero “ser la verdad” es un atributo exclusivamente divino. Cuando Jesús, en cuanto verdadero hombre, da testimonio de la verdad, tal testimonio tiene su fuente en el hecho de que Él mismo “es la verdad” en la subsistente verdad de Dios: “Yo soy... la verdad”. Por esto Él puede decir también que es “la luz del mundo”, y así, quien lo sigue, “no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida” (cf. Jn 8, 12).

5. Análogamente, todo esto es válido también para la otra palabra de Jesús: “Yo soy... la vida” (Jn 14, 6). El hombre, que es una criatura, puede “tener vida”, la puede incluso “dar”, de la misma manera que Cristo “da” su vida para la salvación del mundo (cf. Mc 10, 45 y paralelos). Cuando Jesús habla de este “dar la vida” se expresa como verdadero hombre. Pero El “es la vida” porque es verdadero Dios. Lo afirma Él mismo antes de resucitar a Lázaro, cuando dice a la hermana del difunto, Marta: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). En la resurrección confirmará definitivamente que la vida que El tiene como Hijo del hombre no está sometida a la muerte. Porque Él es la Vida, y, por tanto, es Dios. Siendo la Vida, El puede hacer partícipes de ésta a los demás: “El que cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11, 25). Cristo puede convertirse también —en la Eucaristía— en “el pan de la vida” (cf. Jn 6, 35-48), “el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6, 51). También en este sentido Cristo se compara con la vid la cual vivifica los sarmientos que permanecen injertados en Él (cf. Jn 15, 1), es decir, a todos los que forman parte de su Cuerpo místico.

6. A estas expresiones tan transparentes sobre el misterio de la Divinidad escondida en el “Hijo del hombre”, podemos añadir alguna otra, en la que el mismo concepto aparece revestido de imágenes que pertenecen ya al Antiguo Testamento y, especialmente, a los Profetas, y que Jesús atribuye a Sí mismo.

Este es el caso, por ejemplo de la imagen del Pastor. Es muy conocida la parábola del Buen Pastor en la que Jesús habla de Sí mismo y de su misión salvífica: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10, 11). En el libro de Ezequiel leemos: “Porque así dice el Señor Yavé: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada..., buscaré la oveja perdida, traeré a la extraviada, vendaré la perniquebrada y curaré la enferma... apacentaré con justicia” (Ez 34, 11, 15-16). “Rebaño mío, vosotros sois las ovejas de mi grey, y yo soy vuestro Dios” (Ez 34, 31). Una imagen parecida la encontramos también en Jeremías (cf. 23, 3).

7. Hablando de Sí mismo como del Buen Pastor, Cristo indica su misión redentora (“Doy la vida por las ovejas”); al mismo tiempo, dirigiéndose a los oyentes que conocían las profecías de Ezequiel y de Jeremías, indica con bastante claridad su identidad con Aquél que en el Antiguo Testamento había hablado de Sí mismo como de un Pastor diligente, declarando: “Yo soy vuestro Dios” (Ez 34, 31).

En la enseñanza de los Profetas, el Dios de la Antigua Alianza se ha presentado también como el Esposo de Israel, su pueblo. “Porque tu marido es tu Hacedor Yavé de los ejércitos es su nombre, y tu Redentor es el Santo de Israel” (Is 54, 5; cf. también Os 2, 21-22). Jesús hace referencia más de una vez a esta semejanza de sus enseñanzas (cf. Mc 2, 19-20 y paralelos; Mt 25, 1-12; Lc 12, 36; también Jn 3, 27-29). Estas serán sucesivamente desarrolladas por San Pablo, que en sus Cartas presenta a Cristo como el Esposo de su Iglesia (cf. Ef 5, 25-29).

8. Todas estas expresiones, y otras similares, usadas por Jesús en sus enseñanzas, adquieren significado pleno si las releemos en el contexto de lo que Él hacía y decía. Estas expresiones constituyen las “unidades temáticas” que, en el ciclo de las presentes catequesis sobre Jesucristo, han de estar constantemente unidas al conjunto de las meditaciones sobre el Hombre-Dios.

Cristo: verdadero Dios y verdadero Hombre. “YO SOY” como nombre de Dios indica la Esencia divina, cuyas propiedades o atributos son: la Verdad, la Luz, la Vida, y lo que se expresa también mediante las imágenes del Buen Pastor o del Esposo. Aquel que dijo de Sí mismo: “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14), se presentó también como el Dios de la Alianza, como el Creador y, a la vez, el Redentor, como el Emmanuel: Dios que salva. Todo esto se confirma y actúa en la Encarnación de Jesucristo.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Presento mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular saludo a las Religiosas de María Inmaculada, Misioneras Claretianas, que han celebrado en Roma su Capítulo General. Os aliento a un renovado esfuerzo misionero para que la luz del Evangelio ilumine a cuantos todavía no conocen a Jesús, nuestro Redentor.

Saludo igualmente a los sacerdotes y personas consagradas presentes en esta Audiencia, pidiendo al Señor para ellos la gracia de una entrega sin reservas a la causa del Reino.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



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