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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 29 de septiembre de 1993

 

(Lectura:
 capítulo 4 de la carta de san Pablo a los Efesios, versículos 7.11-13)

«Non vos me elegistis sed ego elegi vos». No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros (Jn 15, 16).

Con estas palabras quisiera comenzar esta catequesis, que se encuentra dentro de un gran ciclo de catequesis sobre la Iglesia. En este gran ciclo se coloca la catequesis sobre la vocación al sacerdocio. Las palabras que Jesús dijo a los Apóstoles son emblemáticas y no sólo se refieren a los Doce sino también a todas las generaciones de personas que Jesús ha llamado a lo largo de los siglos. Se refieren, en sentido personal, a algunos. Estamos hablando de la vocación sacerdotal, pero, al mismo tiempo, pensamos también en las vocaciones a la vida consagrada, tanto masculina como femenina.

Las vocaciones son una cuestión fundamental para la Iglesia, para la fe, para el porvenir de la fe en este mundo. Toda vocación es un don de Dios, según las palabras de Jesús: Yo os he elegido. Se trata de una elección de Jesús, que afecta siempre a una persona; y esta persona vive en un ambiente determinado: familia, sociedad, civilización, Iglesia.

La vocación es un don, pero también es la respuesta a ese don. Esa respuesta de cada uno de nosotros, de los que hemos sido llamados por Dios, predestinados depende de muchas circunstancias; depende de la madurez interior de la persona; depende de su colaboración con la gracia de Dios.

Saber colaborar, saber escuchar, saber seguir. Conocemos muy bien lo que dijo Jesús en el evangelio a un joven: «Sígueme». Saber seguir. Cuando se sigue, la vocación es madura, la vocación se realiza, se actualiza. Y eso contribuye al bien de la persona y de la comunidad.

La comunidad, por su parte, también debe saber responder a estas vocaciones que nacen en sus diversos ambientes. Nacen en la familia, que debe saber colaborar con la vocación. Nacen en la parroquia, que también debe saber colaborar con la vocación. Son los ambientes de la vida humana, de la existencia: ambientes existenciales.

La vocación, la respuesta a la vocación depende en un grado muy elevado del testimonio de toda la comunidad, de la familia, de la parroquia. Las personas colaboran al crecimiento de las vocaciones. Sobre todo los sacerdotes atraen con su ejemplo a los jóvenes y facilitan la respuesta a esa invitación de Jesús: «Sígueme». Los que han recibido la vocación deben saber dar ejemplo de cómo se debe seguir.

En la parroquia se ve cada vez más claro que al crecimiento de las vocaciones, a la labor vocacional, contribuyen de manera especial los movimientos y las asociaciones. Uno de los movimientos, o más bien de las asociaciones, que es típico de la parroquia, es el de los acólitos, de los que ayudan en las ceremonias.

Eso sirve mucho a las futuras vocaciones. Así ha sucedido en el pasado. Muchos sacerdotes fueron antes acólitos. También hoy ayuda, pero es preciso buscar diversos caminos, podríamos decir, diversas metodologías: cómo colaborar con la llamada divina, con la elección divina; cómo cumplir, cómo contribuir a que se cumplan las palabras de Jesús: «La mies es mucha, y los obreros, pocos» (Lc 10, 2).

Se trata de una gran verdad: la mies es siempre mucha; y los obreros son siempre pocos, de manera especial en algunos países.

Pero Jesús dice: rogad por esto al Dueño de la mies. A todos, sin excepción, nos corresponde especialmente el dolor de la oración por las vocaciones.

Si nos sentimos involucrados en la obra redentora de Cristo y de la Iglesia, debemos orar por las vocaciones. La mies es mucha.

¡Alabado sea Jesucristo!

* * *

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, a las Misioneras Claretianas, a quienes aliento a un renovado empeño en las tareas de la nueva evangelización. Asimismo, saludo a los grupos de peregrinos peruanos, mexicano y cubanos.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los distintos países de América Latina y de España imparto con gran afecto la bendición apostólica.



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